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ARNOLDO KRAUS/ EL UNIVERSAL


Muchas certezas occidentales son refutadas por grupos radicales, sobre todo, islamistas. Muchas conductas islamistas son rechazadas por quienes habitan en Occidente y por los librepensadores del mundo árabe. Hablar de quien tiene la razón es imposible. La sinrazón domina, el diálogo no es posible y el tiempo, con sus adendas, conocimiento, tecnología, sabiduría no ha medrado a favor de la palabra.

A pesar de la insalvable y creciente distancia entre la mirada occidental del mundo, y la visión radical de los islamistas de su mundo, escribir sigue siendo resguardo obligado. Descreer en las palabras o en la posible, aunque nimia trascendencia del diálogo entre Occidente y radicales islamistas significa sepultar razón, sabiduría y compromiso con la verdad. Al reflexionar acerca de la salud, obviando cuestionamientos sin fundamento, las vacunas son uno de los grandes logros de la humanidad.

Me gusta recordar y compartir la siguiente anécdota. Cuando se anunció el descubrimiento de la primera vacuna contra la poliomielitis el periodista Edward R. Murrow le preguntó, en 1955 a Jonas Salk, “¿A quién le pertenece la patente de la vacuna?”, a lo cual el científico respondió, “Yo diría que a los seres humanos. No hay patente. ¿Podría usted patentar el sol?” Además de ser un tratado de ética, la respuesta de Salk ilustra el valor universal de las vacunas, a lo cual agrego la repercusión universal en la disminución del número de muertos y casos de parálisis infantil a partir de 1955 —parangón natural será el jubilo (casi)universal cuando se descubra la vacuna contra el virus de la inmunodeficiencia humana.

Ahora, en algunos países, donde la presencia de radicales islamistas es fuerte, las personas cuyo oficio es vacunar corren peligro de ser asesinadas. A principios de mes una nueva matazón contra vacunadoras recorrió el mundo. En Nigeria, nueve mujeres, dedicadas a administrar la vacuna contra la polio fueron asesinadas por radicales islamistas. Los argumentos centrales de los fanáticos y de algunos de sus clérigos son contra la vacuna y la medicina occidental. Entre muchas otras, esa idea demoniaca es sustrato para imponer la sharía, la ley religiosa, que no admite cuestionamientos ni dudas.

Los clérigos han propagado la idea de las vacunas como fuente de esterilización y propagación del virus de la inmunodeficiencia humana. El problema es inmenso e ilustra el divorcio entre la sabiduría occidental y el core de quienes buscan imponer a ultranza los dogmas de la sharía. La verdad es la primera víctima: las vacunas, salvo en muy contadas ocasiones, no perjudican. La segunda víctima son los indefensos vacunadores asesinados mientras cumplen su oficio.

A las lacras previas, se suman, se sumarán, los niños que no recibieron la vacuna. Se han detectado, en los últimos años, casos de polio en Nigeria, Pakistán y Afganistán. Es imposible saber si a partir de esos se iniciará una epidemia, y quizás, especulo, no aseguro, si el virus de la polio mutará. De ser así, la irresponsabilidad de los radicales islamistas no se limitaría al brutal asesinato de los vacunadores y a la desprotección de sus allegados. La matanza de febrero en Nigeria no es aislada. En enero 2013, y en diciembre 2012 en Pakistán fueron asesinados 16 vacunadores. Mirar hacia otros lados es adecuado. India festeja su segundo aniversario sin polio. Vale la pena escribir en Internet, Ananda Bandyopadhyay Impatient Optmists Polio Erradication y observar, por medio de fotografías, la heroica labor de los vacunadores. Asesinar vacunadores en nombre de la sharía es una infamia.

En un intento por aproximarme a la verdad de los radicales, y de los habitantes pobres de muchos países árabes, escribí, hace poco, en este periódico, acerca de la falta de confianza de los paquistaníes pobres hacia Occidente. Sobran motivos: saben de los muertos por los drones, viven las muertes por enfermedades tratables de sus niños, sufren el desabasto de medicamentos de sus clínicas —cuando las hay— y entienden que sólo son considerados personas por médicos extranjeros cuando se trata de vacunarlos. Vivir humillados, abandonados y expoliados, primero y siempre por los suyos, y después por los extranjeros produce llagas profundas, muchas imposibles de sanar.

La crudeza de la supervivencia de las mayorías pobres no tiene que ver con las acciones de los radicales islamistas. La sharía se alimenta del malestar contra Occidente pero no desaparecería si hubiese más cuidado humano. El indiálogo entre Occidente y los radicales islamistas es insalvable.

Mucho se lamentaría Salk si fuese testigo de la sinrazón contra la aplicación de su vacuna y de otras. La universalidad que él postuló al negar la posibilidad de patentar el sol se esfuma con la muerte de los vacunadores y con los nuevos casos de polio.

Médico