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JACOBO ZABLUDOVSKY/AM.COM

Malo registrar dos crímenes incalificables en México en una sola semana. Peor, no ubicarlos en los encabezados principales de primera plana en ningún periódico de la República.

Relegar las dos noticias a un par de columnas y en páginas interiores no fue culpa de la prensa sino de una realidad dramática: la frecuencia sin precedentes (estas dos palabras se han usado en las notas rojas recientes con más frecuencia que en ninguna otra época de nuestra historia) de delitos incalificables por su crueldad y el alto número de víctimas.

El 25 de enero, en Sabinas Hidalgo, Nuevo León, son secuestrados y asesinados los 18 músicos y técnicos de la orquesta Kombo Kolombia, después de actuar en una fiesta privada. El único sobreviviente, salvado quien sabe cómo, dirige a la Policía hacia el pozo donde arrojaron los cuerpos. El rescate fue difícil por lo angosto del hoyo; los cadáveres mostraban orificios de bala en la cabeza. Hasta el momento de escribir esta columna nada se ha sabido de los asesinos y menos de sus motivos. Toda una orquesta masacrada. Para Ripley. O para algún autor de novelas de terror, aunque nadie les creería.

Unos días después, el 4 de febrero en Acapulco, 13 turistas españoles y una mexicana son asaltados por cinco individuos que penetran al bungalow, amarran a los seis hombres, perdonan a la mexicana y violan a las seis muchachas españolas, aterrorizándolas con cuchillos y pistolas que no dispararon. La agresión sádica y cobarde duró más de tres horas y los criminales huyeron llevándose computadoras, celulares, tarjetas de crédito y otras cosas, sin dejar más huellas que algunas botellas vacías de mezcal. Comenzó una cacería implacable de los canallas en medio del escándalo y la indignación mundiales. El caso fue resuelto con estilo distinto al del sexenio pasado: el procurador de la República y el Gobernador de Guerrero anunciaron austeramente la captura de los culpables confesos y poseedores de los objetos robados.

Hay un México siniestro que no sólo agravia, ultraja y mata a personas sin temor de ser capturados ni limitación alguna a sus conductas perversas, sino un México víctima, un México inerme y pasmado que exige eficacia en la investigación y castigo ejemplar de los responsables.

Ocurren estos dos hechos ejemplares en medio del trauma causado como ningún otro en la sociedad mexicana desde el temblor de 1985, por la explosión en la Torre de Pemex. La oportuna presencia del presidente Enrique Peña Nieto al frente de un grupo de sus colaboradores apresuró el rescate de heridos y cuerpos, la ayuda a los deudos y la búsqueda de las causas de la explosión, dando a conocer por todos los medios el resultado de las pesquisas. Todo este proceso no impidió que un incalculable porcentaje de ciudadanos expresara sus dudas y con razón. Al escepticismo natural y lógico se unieron a declaraciones de funcionarios como Alfonso Navarrete Prida, secretario del Trabajo, quien dijo: “En ese lugar no había habido inspecciones por lo menos en los últimos dos años”. El dictamen preliminar, pero oficial que atribuyó la tragedia a una fuga de gas, deja muchas preguntas sin respuesta, con el consiguiente aumento de los rumores, al grado de que una voz con credibilidad, la del doctor José Narro, rector de la UNAM, tuvo que salir al quite: “Los expertos de la universidad han tenido acceso a toda la información, a las instalaciones, a los estudios y resultados… y han participado en todo momento cerca del procurador y de los peritos… Y no tienen ninguna discrepancia con el informe de la PGR”.

El origen no intencional de la explosión de Pemex aliviana las angustias de una comunidad golpeada por la delincuencia organizada o desorganizada, pero no contribuye a la tranquilidad de un país estremecido por seis años de una guerra que dejó el espantoso saldo de muertos, heridos, desaparecidos y secuestrados.

No es únicamente la torre de Santa Julia la que necesita reconstrucción. Es todo eso que los sabios llaman la urdimbre social, el tejido de la coexistencia, problemas planteados en el plan de prevención de la delincuencia dado a conocer mientras crece la avalancha diaria de una nueva generación de notas rojas de magnitud no conocida hasta hoy, tan generalizadas en el país y tan diversas en sus procedimientos, que se han colocado por encima de la pobreza y educación, en el desafío de atención más urgente.

Es muy temprano para aventurar un pronóstico sobre la bondad de los procedimientos anunciados por este gobierno. De todas maneras, no hay soluciones mágicas. Pero…

Si de los fracasos se aprende, hemos aprendido mucho.