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*MAURICIO MESCHOULAM/EL UNIVERSAL

Xi Jinping, el nuevo mandatario chino, ha elegido Moscú como su primera visita de Estado. La selección del destino no es casual. Mucho menos casual es que se haya dado a conocer justo en esta semana, poco después de que The New York Times revelara los resultados de una investigación que vincula al ejército chino con 90% de ataques cibernéticos a diversas empresas e instituciones estadounidenses. Tampoco es fortuito que al acusarse, tanto EU como China omitan nombrarse directamente, y que se encuentren intentando desactivar una potencial crisis. Es decir, están peleando, sí, pero sólo mediante empujones, pellizcos, golpes bajos y amenazas para conseguir que el otro se mueva, se contenga, se repliegue, a la vez asegurándose de que una lucha frontal nunca estalle. Eso es una guerra fría.

En las guerras frías no se detonan conflictos abiertos, sino indirectos o de bajo perfil. Paralelamente, los actores mantienen carreras armamentistas. Cada paso del enemigo es medido con cautela ante la posibilidad de que éste se encuentre traspasando su esfera de influencia. Como en el interés de los actores no se encuentra el estallamiento de una confrontación directa, se dibujan las líneas rojas, se marcan los límites, los territorios, y si acaso estos se rompen, se practican estrategias de contención y repliegue. Lo que caracteriza a la guerra fría actual es que no es entre dos polos, como sucedió durante el siglo XX, sino entre varios. Quizás un ejemplo muy claro es lo que ocurre en Siria. En esa guerra civil, además de enfrentarse actores internos, hay un choque regional y uno global. Por un lado, Turquía, Arabia Saudita y Qatar arman y financian la rebelión, en oposición indirecta con Irán, quien abastece e incluso pelea al lado de Assad a través de Hezbollah. Por otro lado, Washington y sus aliados europeos apoyan a los rebeldes, y debaten la posibilidad de participar más activamente con armamento, mientras que Rusia financia y arma a Assad defendiendo su añeja zona de influencia. En este tema, como en otros, por supuesto, China está con el Kremlin, situación que se traslada al Consejo de Seguridad de la ONU.

Esta primera visita de Xi a Moscú refleja muchas cosas. Las dos potencias han encontrado en la era actual una gran cantidad de temas de confluencia. Siria es sólo uno de ellos. Otro, mucho más importante, es la sospecha que mantienen desde hace tiempo acerca de las verdaderos objetivos estadounidenses en los últimos años. A pesar de que el discurso de Obama es mucho menos agresivo que el de su antecesor, con cada movimiento que se ha venido dando desde al menos 2001, las sospechas crecen: despliegue de escudos antimisiles en las zonas colindantes con sus fronteras, intervenciones armadas de la OTAN en puntos neurálgicos de África, Asia y Medio Oriente, o la tolerancia ante el armamentismo japonés, entre otros. Estos temores son compartidos por Moscú y Beijing.

De acuerdo con algunos reportes, el liderazgo chino ve en EU una potencia en franco declive con la imperativa necesidad de detener la expansión de Beijing, a pesar de que Obama diga lo contrario. Para muestra está el discurso que durante meses sostuvo Romney al respecto de las dos, Rusia y China, el cual es visto dentro de estos países como un lenguaje más transparente acerca de las verdaderas intenciones de Washington. No es secreto que muchos en EU están convencidos de que la política exterior de bajo perfil implementada por el presidente demócrata es errónea y terminará costando al gigante su lugar en el sistema internacional. Pero el tema de la guerra fría multipolar es más complicado y no parece depender de la voluntad de Obama, o al menos de la que exhibe en su siempre encantador discurso, sino de condiciones históricas que vale más empezar a entender.

@maurimm

*Internacionalista