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A partir del experimento Bouchard, Andrés Roemer construye una obra de teatro para reflexionar sobre la herencia genética, la determinación del contexto social y familiar en los seres humanos y la inclinación hacia el nazismo o el judaísmo. El experimento Bouchard planteaba reunir a gemelos que habían sido separados en su infancia para evaluar qué tanto el origen genético determinaba sus características como personas.

Oskar y Jack es pues una puesta en escena dirigida por Raúl Quintanilla donde se desarrolla el encuentro de estos dos hermanos después de 46 años. Oskar, el más chillón, según los padres, se va con la madre a Berlín, y Jack, el consentido del padre, se queda con él en la isla de Trinidad y Tobago para después emigrar a Israel. La tesis del factor social y familiar como eje de la estructuración del carácter y la ideología queda sustentada en esta obra donde el autor muestra las diferencias que existen entre Oskar y Jack a partir de su reencuentro. Añade además a una hermana como catalizador de la familia, la cual, en la competencia por saberse el favorito de los padres, ella ya está descalificada.

Si bien la problemática que plantea Oskar y Jack suena atractiva, el tratamiento melodramático esquematiza las situaciones y acartona a los personajes. La intensidad emotiva que se quiere provocar en el público es eficaz para las expectativas de un espectador habitual de telenovelas, pero que no corresponde a la necesitad de verosimilitud, lógica en la estructura dramática ni profundidad en las emociones.

Después de un prólogo con imágenes en video que muestran a dos seres que crecen en la misma matriz, al mismo tiempo que se decide la separación de los hermanos, continúa con una escena completamente antidramática donde madre e hija los esperan. Ellas informan al público (porque de lo que hablan seguramente ambas lo saben y lo discutieron años atrás), explican, mencionan antecedentes y caminan o se sientan porque sí, para darle al espectador datos y hechos que creen necesitarán para entender la obra. Tanto las actuaciones como la escena resultan impostadas e injustificadas. Silvia Mariscal como la madre se mantiene solemne y grandilocuente en su decir. Carmen Delgado como la hija sostiene un poco más la emoción pero con dificultades para su proyección.

Resulta extraño que se hayan seleccionado a dos actores tan diferentes –no sólo en edad sino en tesitura física– para interpretar a los “gemelos idénticos”. Son gemelos idénticos porque provienen de una misma bolsa placentaria y no cuates, los cuales crecen independientes en dos bolsas y sus rasgos físicos suelen estar más diferenciados. Roberto Ríos Raki y Víctor Hugo Martín desarrollan dos tipos de actuación. El primero más formal e interior, y el segundo buscando un tono cómico y natural por lo que salta fuera de la obra.

La escena más lograda sucede en la cena donde el autor intercala los diálogos con los pensamientos o sentimientos de los personajes. A cada uno lo ubica el director en una mesa cuadrada con su respectiva silla y de cara al público, propiciando un juego escénico dinámico apoyado por el diseño de iluminación de Philippe Amand. Es en esta cena donde los hermanos discuten de política (uno es nazi y otro judío), de sus diferentes emociones: uno por haberse quedado con la madre y la hermana y el otro con el padre, los sentimientos que sienten por el otro, las expectativas, los miedos, las angustias… el afecto.

Oskar y Jack se presenta en el Teatro Orientación, producida por el INBA y TV Azteca.

Fuente: Proceso