Benedicto XVI conversa con el rabino Arthur Schneier durante su visita a la sinagoga de East Park de Nueva York- REUTERS

PEDRO COBO PARA ENLACE JUDÍO

No he hecho un estudio de las personas más vilipendiadas en los medios de comunicación de los últimos diez años; pero creo que si lo hiciéramos, me temo que el nombre del ya Papa emérito Benedicto XVI, antes Joseph Ratzinger, probablemente lideraría esa poco deseable estadística: conservador, autoritario, despótico, reaccionario, intolerante, rothweiler y, por supuesto, el consabido apelativo de nazi que es la suma –incompleta porque esta supera, con mucho, la acumulación de las otras- de todo lo anterior.

En lo que respecta a su supuesto pasado nazi, la cuestión es bien sencilla: tenía 12 años cuando empezó la segunda guerra mundial; con 14 años, en 1941, ingresó a las juventudes hitlerianas –como cualquier hijo de vecino alemán- por el hecho de ser obligatoria. Su poco aprecio por esa adscripción, más allá de cualquier signo político, ideológico o moral era de índole práctica: era un niño-joven a quien el deporte y el ejercicio físico simplemente no le atraían.

Pero además había nacido en una familia sencilla y profundamente católica que despreciaba el nazismo. Su padre era policía. Cuenta el mismo Joseph Ratzinger en Mi vida: “Mi padre sufría mucho por el hecho de estar al servicio de un poder estatal a cuyos representantes consideraba unos criminales, si bien, gracias a Dios, en aquel tiempo su trabajo en el pueblo apenas se vio afectado. En los cuatro años que nosotros pasamos en Aschau, por lo que puedo recordar, el nuevo régimen se dedicó sólo a espiar y tener bajo control a los sacerdotes que tenían una conducta “hostil al Reich”; se comprende fácilmente que mi padre no sólo no colaboró en ello, sino que, por el contrario, protegió y ayudó a los sacerdotes que sabía que corrían peligro.” Pero su padre iba mucho más allá en sus observaciones con respecto a Hitler: “Mi padre veía con incorruptible claridad que la victoria de Hitler no sería una victoria de Alemania, sino del Anticristo, y que era el comienzo de los tiempos apocalípticos para todos los creyentes. Y no sólo para ellos.”

De su época de estudiante de bachillerato recuerda con agradecimiento algunos hechos relevantes con respecto a la relación de alguno de sus profesores con “el problema judío”: “Hojeando el libro de canciones entonces en uso en la escuela, que contenía al lado de una valiosa selección de textos antiguos, canciones nazis o cantos reelaborados con la introducción de consignas nazis, me di cuenta de que nuestro profesor de música, católico convencido, había hecho suprimir con ingenio la expresión «Juda den Tod» (<<¡Muerte al judío!»), sustituyéndola por «Wende die Not» (,