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MAURICIO MESCHOULAM

Quienes nacimos en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, nos educamos pensando como Ugo Pipitone, que China era un gigante político y un enano económico, y que Japón, era un gigante económico y un enano político.

Pipitone hablaba con ello del impactante poder geopolítico de China en contraste con su pobre desempeño económico -apenas en los sesenta millones de sus habitantes morían a causa del hambre. Esto, en comparación con Japón, país que experimentaba un sorprendente crecimiento desde los sesenta hasta convertirse en la segunda economía del mundo en las décadas que siguieron, mientras que a la vez había sido prácticamente desarmado tras su derrota en 1945 y que por tanto, había perdido su peso geopolítico. Hoy, esas tesis han cambiado radicalmente, lo que está ocasionando una vez más en la historia, que esas dos potencias asiáticas tiendan a chocar.

Hace mucho que China dejó de ser el enano económico que fue. Muy por el contrario, en los últimos años desplazó a Japón como la segunda economía del planeta. En estos instantes se encuentra ya desplazando a los Estados Unidos como la primera potencia comercial en el mundo, además de ser por cierto su más importante acreedor. Estos factores generan para China nuevos intereses y necesidades materiales y políticas, que se manifiestan entre otras muchas cosas en la búsqueda de una expansión geográfica a nivel regional, ocupando abiertamente o amagando con ocupar territorios en disputa. Esta conducta provoca, naturalmente, desconcierto y temor entre sus vecinos.

Esto sucede precisamente en una era en la que por factores diversos como el presupuestario entre otros, Estados Unidos se encuentra en un proceso de repliegue relativo en cuanto su papel global. Dicho repliegue está ocasionando que aliados de Washington como lo son Japón o Corea del Sur, tengan que buscar medios para su auto-protección en un entorno que se percibe hostil e inestable.

Por consiguiente, aquella concepción del enano japonés debe ser completamente replanteada. No solo Tokio tiene hoy una de las fuerzas navales más sofisticadas y equipadas de la región, sino que se ha embarcado en alianzas, y proyectos de asistencia militar regional haciendo despliegue del sexto presupuesto militar más importante del planeta. No olvidemos que Japón es empujado por una añeja historia que tiende a revivir a la potencia militar que fue y que seguramente regresará a ser antes de que el mundo se haya percatado.

Eso es lo que Shinzo Abe, el primer ministro japonés quiere que los chinos comprendan cuando indica que su paciencia está llegando al límite. Abe ha dicho que el expansionismo chino que estamos atestiguando no es otra cosa que el producto de circunstancias internas, del cambio de mando en Beijing, de la necesidad de desviar la atención de la población china hacia un enemigo externo debido a las desigualdades que su desordenado crecimiento ha generado. Es más, esta misma semana, el mandatario nipón comparó la embestida china sobre las islas en disputa Senkaku/Diaoyu con la toma de las Malvinas por parte de Argentina en 1982.

Sin embargo, el caso de la conflictiva sino-japonesa en la actualidad es mucho más complejo que la guerra de las Malvinas. Hoy, la cantidad de negocios y transacciones que fluyen entre ambas naciones de Asia hace que un choque militar sea más complicado (aunque no imposible) que en el pasado. En esta era existen amplias redes de interdependencia entre esos dos países. A pesar de que Japón no es el único inversionista o cliente de China, Beijing no puede simplemente darse el lujo de permitir que los negocios con sus socios-enemigos decaigan. Millones de empleos de sus ciudadanos dependen de compañías japonesas. Lo mismo sucede con Japón. No es sencillo “desmantelar” empresas que llevan décadas operando en China y fácilmente “reorientar” la inversión y el comercio hacia otros sitios. Ya esta disputa que lleva meses ha empezado a dañar al comercio entre ambos países: en 2012 tuvo una caída de 3.9% no solo ocasionado por factores políticos pero sin duda golpeado por estos.

El problema es que tampoco es simple o aceptable para Japón el permitir que China se apodere de playas, islas y recursos marítimos, rompiendo un statu quo regional que ha prevalecido por décadas.

Por consiguiente, nos encontramos en un momento en el que todas las partes se encuentran tentando el terreno, midiendo a la otra parte, empujándola para ver si en verdad se produce una reacción que rebase el discurso y la pasividad. Los cálculos de la dirigencia china, evidentemente, son que ni Estados Unidos ni Japón estarían dispuestos a enfrentar de manera directa a Beijing, mucho menos ahora que Obama estaba diseñando toda una estrategia de cooperación con China.

Washington y Tokio, en cambio, quieren que Xi Jinping entienda lo contrario. Que su paciencia se agota. La paradoja es que en caso de agotarse, hoy la interdependencia es tal, que con una guerra, no hay forma de evitar que todos pierdan más de lo que teóricamente deberían estar dispuestos a perder. La pregunta es si se están dando cuenta que el conflicto puede salirse de sus manos en cualquier momento.

*Internacionalista
@maurimm

Fuente:eluniversalmas.com.mx