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Nuestro Rabino Leo nos cuenta la ocasión que platicó con Jorge Bergoglio, entonces Arzobispo de Buenos Aires y actualmente, primer Papa de origen latinoamericano en la historia

“En el año 2002, regresé a Buenos Aires luego de mis estudios en Jerusalem para mi ordenación rabínica en el Seminario. En ese entonces, mi mamá la Dra. Braja Kunin dirigía la Secretaría de Educación Privada del Gobierno de la Ciudad que es el organismo que supervisa y subsidia a las escuelas privadas. En Buenos Aires el 70% de las escuelas privadas son católicas, muchas de ellas dirigidas a niños de escasos recursos. Por su trabajo, mi mamá tenía que estar muy en contacto con el entonces Arzobispo de la ciudad, Jorge Bergoglio, y entablaron entre ellos una amistad. Antes de dejar Jerusalem para venir a México, mi mamá me pidió que le llevara al padre Bergoglio un crucifijo del Santo Sepulcro.

“Concertamos una cita con él. Mi mamá me acompañó. Fuimos a la Catedral de Buenos Aires, en las oficinas del Arzobispo. Tuvimos una plática muy linda. Él era un hombre de unos 65 años y yo, de 25, un joven recién ordenado como Rabino. Uno de mis maestros de ese entonces, el Rabino Sergio Bergman, y él trabajaron juntos en el desarrollo de la justicia social. Para mí el padre Bergoglio transmitía mucha serenidad, paz espiritual, gran sencillez y sostiene hasta ahora una profunda amistad con el pueblo judío. Su humildad y gran humanismo se palpan en sus actitudes cotidianas.

“Conversamos acerca de la vocación, la fe y de cómo los líderes religiosos nos tenemos que involucrar en las cuestiones sociales para mejorar a la sociedad. Especialmente, la lucha contra la pobreza que a él le ha preocupado siempre. Mostró una gran cultura y un profundo conocimiento de la Torá. Cuando nos despedimos, él me dio su bendición y me pidió que rezara por él”.