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Fue para muchos la gota que colmó el vaso. Sara Netanyahu llegó el mes pasado al parlamento de Israel, a la sesión de inauguración solemne de los nuevos legisladores, con un modelo que provocó un repudio unánime a la izquierda y a la derecha de su marido, el primer ministro. Era un ajustado vestido negro con transparencias y encajes que dejaban ver claramente sus brazos, su escote y su vientre. Los medios israelíes no se ahorraron adjetivos con respecto al estilo elegido: terrible, barato, inapropiado, ciego, indigno. La elección de un vestido se convirtió en una pequeña crisis de Estado.

A sus 54 años, ya nada le debe extrañar a Sara Netanyahu, sufrida primera dama de Israel. Parece ser un pasatiempo nacional odiar y criticar a Sara, hacerla responsable de todo lo que hace su marido, especialmente lo que sale mal. Es, en el imaginario colectivo israelí, una Lady Macbeth moderna. Se la considera capaz de prohibirle a su marido que contacte con gente que a ella le cae mal. Se dice que hizo a Benjamín Netanyahu firmar un documento que le concede poderes parciales sobre sus asuntos, redactado por un exfiscal general de Israel.

En realidad, hay mucho de incomprensión hacia una mujer que, a pesar de una infidelidad, decidió quedarse junto a su marido. Ambos se conocieron cuando ella era una azafata de la aerolínea El Al y él una estrella política en ciernes. Ella quedó embarazada y se casaron tras saberlo, en 1991. Pronto, él tuvo una aventura con Ruth Bar, una consultora política contratada para mejorar su imagen. A Sara le informó una llamada anónima en enero de 1993. Pronto, en 48 horas, lo supo toda la nación, cuando él acudió a confesar ante las cámaras de televisión.

En aquel año, Netanyahu se presentaba por primera vez a las primarias del partido conservador Likud. Un desconocido oponente le había grabado, según él mismo admitió, “en situaciones románticas comprometedoras”, y le exigía que abandonara su candidatura, a riesgo de difundir el vídeo. Él se negó a perder la oportunidad política de su vida, y le pidió perdón a su mujer en público, ante toda la nación. Ganó las primarias, y llegaría a ser primer ministro.

Fue tras la infidelidad cuando, según la leyenda negra de Sara Netanyahu, ella le hizo firmar el célebre documento secreto. Ha estado desde entonces invariablemente al lado de su marido en elecciones, fracasos, triunfos, viajes oficiales, crisis y negociaciones de todo tipo. Dicen los colaboradores de este que la primera dama ejerce un control férreo sobre quién entra en el círculo íntimo de asesores del primer ministro. Hay cierto consenso en la idea de que las colaboradoras y periodistas mujeres deben abstenerse de llamar al primer ministro a casa después de horas de trabajo.

A las elecciones pasadas de presentó, como oponente de Netanyahu, un excolaborador suyo, el que fuera su jefe de gabinete Naftalí Bennett. En los dos años en que ocupó el puesto, su relación con su jefe se estropeó y queda ahora patente que fue por la mala sintonía con la mujer de este. “Sara y yo tomamos un curso de terrorismo juntos”, dijo Bennett en enero durante una entrevista en el Canal 10 de televisión, refiriéndose al hábito de la primera dama de entrometerse en el trabajo de su marido. Luego Bennett se disculpó profusamente, pero el daño estaba ya hecho.

Tampoco el servicio ha sido amable con Sara Netanyahu. En 1997 una niñera la llevó a juicio por impago de su sueldo. Pronto aparecieron varias empleadas que la acusaron de ser muy dada a los gritos y a lanzar zapatos en sus arrebatos de ira. Otra demanda, de una limpiadora, presentada en 2010, acabó en un acuerdo extrajudicial. La denunciante, Lilian Peretz, acusaba a la primera dama de pagarle una miseria y de obligarle a trabajar durante largas horas. En la denuncia la llegó a calificar, en línea con su leyenda negra, de una versión israelí de la madrastra del cuento de Cenicienta.

Fuente:elpais.com