scherernacional

CLARA SCHERER

“Desde la acera del mundo/ vemos pasar el largo desfile del absurdo”. Así inicia el poema Caminares, de Guísela López, escritora guatemalteca, que incita a decir: Duele la muerte de Soraya, que según Wikipedia significa estrella. Y vaya si lo fue.

Un comentarista afirma que “lo conseguido por Soraya abrió las puertas a la ‘revelación de la mujer’ en todos los sentidos, pues rompió varios tabúes que oprimían las aspiraciones femeninas”. Sí, mientras Soraya levantaba 225 Kg., el mito de la debilidad femenina crujía y caía destrozado por una medalla de Oro Olímpico en halterofilia.

Fácil no fue, ni ha sido, el avance de las mujeres. A ella le tomó 17 años y miles de discriminaciones. “Él no creía en las mujeres. Me dijo: ‘no vas, eres mujer y tienes que quedarte en tu casa’”. Después de documentar hasta el más mínimo detalle burocrático, le dice: “Si no quedas dentro de los diez primeros lugares del mundo, no les pago nunca más nada”. Contaba: “Sucedía que algunos de los muchachos que llegaban a entrenar, si el gimnasio estaba lleno, llegaba y quitaba a una mujer. ¡Y lo peor es que el entrenador lo permitía!”.

El Comité Internacional no aprobó hasta 1997 la participación de las mujeres en halterofilia dentro de los Juegos Olímpicos. Tres años después, Soraya demuestra que a educación igual, resultados iguales. Triunfo de las mujeres sobre los prejuicios. Reafirmación de la necesaria igualdad de oportunidades, de trato y de resultados.

No fue la primera en sorprender a México con su fuerza. Ya lo había hecho Olga Granados, quien en una competencia contra levantadores en la categoría masculina terminó en tercer lugar ante la incredulidad del público de finales de los años ochenta. Pero no se habló mucho de ello. A lo mejor porque creían que su triunfo era “excepcional”.

Un reportero, inmediatamente después de que Soraya obtuvo la medalla, le dijo: “¿Sabe usted, señorita, la trascendencia de lo que acaba de realizar?” La respuesta: “No. No me he detenido a pensar…” En otra ocasión afirmó: “He aprendido a vivir con los dolores”. Pero ni esos ni los prejuicios ni las burlas ni la exigencia la hicieron desistir de su sueño.

Su abuelo fue mayo de Sonora, exactamente del Rancho en Samicarit, Sonora, pueblo con menos de 100 habitantes y a donde fue muchas veces a pasar las vacaciones. ¿Eso explica algo? Tal vez mucho sobre la fortaleza interna de esta mujer.

Soraya: gracias por haber destruido un mito más en contra de nosotras. Aún nos duele tu temprana muerte, tus muchos dolores y la que fue, quizás, tu intranquila soledad. Del poema de Guísela López, aunque no lo conocieras, tú hiciste mucho, no sólo creyendo que otro mundo es posible, sino viviendo para hacerlo realidad:

Creemos que otro mundo es posible un mundo con miradores de sol en el que las mujeres podamos vestirnos de sonrisas.