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ETGAR KERET

En el “Día de la Shoá” llevaron a todo el alumnado al gimnasio. En el salón, habían preparado un escenario precario y por detrás de él habían pegado sobre la pared cartulinas negras con nombres de campos de concentración y
dibujos de alambrados de púa. Cuando entramos, Siván me pidió que le guardara lugar.

Ocupé asientos para los dos. Ella se sentó a mi lado; estábamos un poco apretujados en los bancos. Apoyé el codo sobre mi pierna y el dorso de mi mano rozó los jeans de ella. La tela era delgada y agradable.

Me turbé como si le hubiese tocado el cuerpo.
– ¿Dónde está Sharón? – pregunté-. No lo vi hoy – Mi voz temblaba un poco.
– Sharón está rindiendo los exámenes para entrar a la unidad de comando de la Marina
– dijo Siván con orgullo-, ya superó casi todas las etapas, le queda sólo una entrevista.

Desde lejos vi a Guilad acercándose por el pasillo hacia nosotros.
– ¿Sabes que en la fiesta de graduación va a recibir el premio de alumno destacado? El director ya lo anunció.
-Siván- dijo Guilad que ya había llegado hasta donde nos encontrábamos-,
qué haces acá? Estos bancos no son cómodos. Ven, te guardé lugar en la silla de atrás.
-Sí- Siván me dedicó una sonrisa de disculpa y se levantó-, aquí estamos realmente apretujados.

Se fue con Guilad a sentarse atrás. Guilad era el mejor amigo de Sharón, jugaban juntos en la selección de
básquet del secundario. Miré en dirección al escenario y respiré hondo, la palma de mi mano todavía sudaba.

Algunos de los alumnos de segundo año subieron al escenario y comenzó la ceremonia. Después de que todos hubieran recitado los textos alusivos subió un hombre bastante mayor con un sweater color guinda y contó sobre Auschwitz. Era el padre de uno de los alumnos. No habló mucho, un cuarto de hora aproximadamente.

Después, regresamos a las aulas. Cuando salimos, vi a Scholem, nuestro auxiliar, sentado llorando en las escaleras de
la enfermería.
– Hey, Scholem, ¿qué pasó?- le pregunté.
– Ese hombre en el salón –dijo Scholem-, lo conozco, yo también estuve en el sonderkommando.
– ¿Estuviste en el comando? ¿Cuándo? –No me podía imaginar a nuestro delgado y menudo Scholem en ninguna unidad de comando, pero quién sabe, quizá.

Scholem se refregó los ojos con las palmas de sus manos y se puso de pie.
-No importa- respondió Scholem-, ve, ve al aula. De verdad, no importa.
Después del mediodía fue hasta el centro comercial. En el negocio del falafel me encontré con Aviv y Tzuri.
– ¿Oíste? – me dijo Tzuri con la boca llena de falafel – Sharón pasó hoy la entrevista, cuando lo llamen al ejército, tiene que participar de un taller de integración y ya es parte de la shaietet.

Sabes lo que es estar ahí? Eligen uno entre mil…

Aviv empezó a putear, se le abrió la parte de debajo de la pita y toda la tjina y el líquido de la ensalada se le empezó a chorrear por las manos.

-Lo encontramos recién en el patio del colegio. Él y Guilad estaban allí haciendo lío, con cerveza y todo.

Tzuri medio se burló, medio que se atragantó y pedazos de tomate y pita salieron volando de su boca.
-Tenías que haberlos visto yendo a toda velocidad con la bicicleta de
Scholem, como criaturas. Sharón estaba súper satisfecho de haber pasado la entrevista. Mi hermano dice que justamente en la entrevista personal cae la mayoría.

Fui al patio del colegio, pero no encontré a nadie. La bicicleta de Scholem, que siempre estaba atada a la baranda junto a la enfermería, había desaparecido. Sobre las escaleras estaba tirada una cadena desarmada y un candado. Por la mañana, cuando llegué al colegio, la bicicleta tampoco estaba allí. Esperé a que todos entraran a las aulas y entonces fui a contarle al director.

Me dijo que había hecho lo correcto, que nadie sabría de nuestra conversación y le pidió a la secretaria que me hiciera un permiso por llegar tarde. Aquel día no pasó nada y tampoco al día siguiente, pero el jueves entró el director con un policía de uniforme y les pidió a Sharón y a Guilad que lo acompañaran.

No les hicieron nada, sólo les advirtieron. No podían devolver la bicicleta porque la habían tirado por ahí, pero el papá de Sharón vino especialmente al colegio y le trajo a Scholem una bicicleta deportiva nueva. Al principio Scholem no la quiso aceptar. “Lo más sano es caminar”, le dijo al padre de Sharón. Pero el padre de Sharón se empecinó y al final Scholem terminó aceptando la bicicleta. Era muy gracioso ver a Scholem pedaleando una bicicleta deportiva.

Supe que el director tenía razón y que verdaderamente había hecho lo correcto. Nadie sospechaba que era yo el que había contado, por lo menos eso creía entonces. Los dos días siguientes pasaron sin ninguna novedad, pero el lunes, cuando llegué al colegio, me estaba esperando Siván en el patio.

-Oye, Eli –me dijo-. Sharón descubrió que fuiste tú el que lo delató, esfúmate de acá antes que él y Guilad te agarren.
Traté de ocultar el miedo, no quería que Siván viera que tenía miedo.
-Rápido, huye –el contacto de su mano era frío y agradable-. Vana venir por el portón, así que te conviene salir por atrás, por la cerca que hay detrás de las barracas. Me alegré de que Siván se preocupara tanto por mí, la alegría
era mayor al miedo que sentía.

Detrás de las barracas me esperaba Sharón. -Ni se te ocurra –dijo- no tienes chance. Me di vuelta.
Por detrás estaba parado Guilad.
-Siempre supe que eras un salame –agregó Sharón-, pero nunca pensé que eras del tipo alcahuete. ¿Por qué nos delataste, maldito?

Guilad me empujó con fuerza, volé sobre Sharón y él me rechazó.
-Yo te voy a decir por qué nos delató –siguió Sharón-, porque nuestro Eli es un envidioso roñoso. Me mira y dice que soy mejor alumno que él y mejor deportista que él y que tengo una novia que es la más linda del colegio, mientras el pobre es todavía virgen y eso lo carcome por dentro –Sharón se sacó la campera de cuero y se la dio a GUilad- Y bueno, Eli, triunfaste, me jodiste –dijo y abrió la malla de su reloj de buceo y lo guardó en el bolsillo-, mi padre cree que soy un ladrón, casi me abren un prontuario en la policía.

Alumno destacado ya no voy a ser. ¿Ahora estás satisfecho?
Quería decirle que no fue por eso, que fue por Scholem, que él también estuvo en el comando, que lloró como un niño el “Día de la Shoah”. En vez de eso, aduje: -No es por eso… no deberían haberle robado la bicicleta, no tenía sentido. No tienen honor. Mientras hablaba me temblaba la voz.
¿Oyes, Guilad?, este shtinker llorón quiere explicarnos qué es el honor.

Honor es no delatar a los compañeros, pedazo de mierda –dijo Sharón mientras cerraba su puño-, Guilad y yo te vamos a enseñar ahora qué es el honor, por el camino más duro.

Quería moverme de allí, escapar, levantar los brazos para defender mi cara pero el miedo me paralizó. De repente, de algún lugar, empezó a sonar la sirena, me había olvidado por completo que ese día era Iom Ha-zikarón.

Sharón y Guilad se irguieron. Estaban parados como maniquíes en una vidriera, y todo mi miedo desapareció de golpe. Guilad, que estaba de pie tenso, con los ojos cerrados y sostenía la campera de Sharón en la mano, me pareció un perchero. Y Sharón, con su mirada asesina y su puño cerrado, se asemejaba a un chico tratando de imitar una pose que vio alguna vez en una película de acción. Me fui hasta el hueco que había en la cerca y salí por allí lentamente y en silencio. “Ya te vamos a agarrar”, escuché la susurrante voz de Sharón. Pero no se movió ni siquiera un milímetro.

Yo continué mi camino a casa, transitando por la calle entre las personas que parecían muñecos de cera, mientras la sirena me envolvía como un escudo invisible.

Extraído de: “Relatos israelíes del siglo XXI”, Tamara Rajczyk (Compiladora y traductora)
Ediciones Lilmod, Argentina, 2009.