ENLACE JUDÍO

Cada vez que nos sentamos frente a un sobreviviente del Holocausto, las emociones son fuertes: sabemos que estamos ante la Historia y que lo dicho refleja hechos que desafían la imaginación.

Ése es el caso de Danielle Wolfowitz, que entre magníficas historias y expresiones de dolor, nos contó cómo Gilberto Bosques le salvó la vida a ella y a su familia, al abrirles una puerta de salida: la visa mexicana.

Por ello, afirma, se merece “diez veces” el título de Justo entre las Naciones.

Wolfowitz describe la importancia que tuvo el conseguir la protección de México ante los terribles eventos que tuvieron lugar en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, ya que según opina: “Fue un milagro”.

Recordamos en estos días, con el mayor dolor, el acto más negro de la humanidad cuando una parte de ella decidió y planeó fríamente eliminar con los últimos adelantos de la tecnología de entonces a la Comunidad Judía (y logró matar a 1 de cada 3 miembros de ella), así como a los gitanos y otros grupos, todo ello en obediencia a una teoría política seudo-científica.

Para que el mal prospere, basta con que la gente normal, decente o “bien” permanezca indiferente y no haga nada en contra de los eventos que están sucediendo.

“Mi familia le debe la vida al Lic. Gilberto Bosques, en 1941 Cónsul de México en Marsella al ser ocupado París por las fuerzas alemanas. El primer milagro llegó cuando el Lic. Bosques, a pesar de las serias circunstancias prevalecientes, le renovó a mi padre las visas de la familia para ir a México. El segundo milagro vino de mi madre, quien enfrentó con valor heroico a la policía francesa”, explica.

“Un jueves de noviembre de 1941 tocaron a la puerta de la habitación del hotel donde nos hospedábamos. Mi madre abrió y un policía de civil le pidió sus papeles:

-“¿Es usted de confesión israelita, señora?” le preguntó.

– “Sí y a mucha honra. Dígame qué hay.”

– “”Debo pedirle que me acompañe a la delegación para una revisión de documentos.”

Entonces mi madre le explicó que su hijo mayor era oficialmente considerado como caído en el campo de batalla y que su yerno era prisionero de guerra en Alemania Oriental. Agregó que sus propias hijas pequeñas y dos nietos estaban en la habitación y no podía dejar a los cuatro niños solos.

-“Llévelos consigo”, le dijo el policía.

A nivel humano mi madre defendió entonces a sus dos hijas y dos nietos cual tigresa a sus cachorros.

-“está bien”, le dijo al policía, “pero sepan ustedes que nunca hemos sufrido humillación alguna. Si tocan un cabello de la cabeza de estos niños, ¡les haré el mayor escándalo que hayan tenido en muchos años en Marsella!”

Como tenían órdenes de llevar a cabo el operativo con la mayor discreción, el policía, frente a tal actitud, decidió bajar para consultar a sus superiores. Le pidió sus documentos a mi madre. Ella le dijo:

-“¡No se los doy!”

Él respondió:

-“¿No tiene confianza en un miembro de la policía francesa?

Mi madre:

-“Usted no me tiene confianza porque soy de confesión israelita”

El policía bajó. Subió unos minutos después diciendo que excepcionalmente nos podíamos quedar. A lo cual mi madre replicó:

-“Ni siquiera le doy gracias.”

– “Discúlpenos. Son órdenes.”

– “Un hombre de honor, y sobretodo policía francés, no acepta ciertas órdenes. Sólo le digo una palabra ¡salga!” Tras lo cual cerró la puerta bruscamente.

El policía se fue. En ese momento mi madre se desplomó. Acababa de salvar nuestras vidas y la propia, pues de todas las personas que se llevaron del hotel en esa redada con el falso pretexto de revisión de papeles, ninguna regresó.

¡Honor a quien honor merece!

Cuando mi padre regresó al hotel por la tarde, mi madre le explicó la situación y le instó a que nos marcháramos cuanto antes. A las 5 de la mañana del día siguiente, dejamos el hotel (después de pagar) y nos fuimos en tren al oeste, llegando a la ciudad de Pau, en los Pirineos Bajos, muy cerca de la frontera española.

De Pau, salimos el 1° de enero de 1942 y llegamos al puesto fronterizo de Canfran, donde cruzamos a España el día en que expiraban todos nuestros papeles. Éste fue el tercer milagro.

La base de toda educación es el respeto a la dignidad innata del hombre, mujer y niño, de cualquier origen o grupo, y el rechazo de acto alguno que lesione este principio fundamental.

Después de tantos años, quiero hacer un llamado a la juventud del mundo, que es el sector más puro de la  humanidad y representa su tesoro y su porvenir, para que nos apoye en esta tarea que no es fácil y es larga.

Deseamos enviar un mensaje de esperanza en el camino del progreso humano y les decimos a todos los jóvenes: “Tenemos fe y confiamos en ustedes para relegar por siempre estos crímenes infames a la noche del pasado”