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SAMUEL SCHMIDT PARA ENLACE JUDÍO

Como estudiante viví dos años en Jerusalem (Yerushalaim en hebreo), fue una época en la que todo deslumbraba y uno idealizaba las imágenes, aunque ahora, visto a la distancia, mis impresiones de aquel entonces no están fuera de lugar.

No obstante haber llegado a la ciudad después de la guerra de Yom Kipur, la convivencia con los árabes era sencilla. El encargado de la lavandería era un palestino maoísta que me invitó a China por la friolera cantidad de 100 dólares y me regaló un botón de Mao que guarde muchos años, era un gran suvenir. Cuándo preparaba mi regreso lo más sencillo fue ir a vender mi ropa al mercado árabe donde nos entendíamos sin mayor zozobra. Aunque toda mi ropa alcanzó para dos platos de humus con ensalada.

Un amigo me recordó cómo cada sábado caminábamos hasta el mercado de la ciudad vieja que se encuentra dentro de las murallas para comer humus, porque la zona judía estaba cerrada por el shabat, solamente a principios de mes cuando recién llegaba la beca podíamos comerlo con piñones fritos en aceite de oliva. Volví un par de ocasiones a degustar la pasta de garbanzo en Abu Shukri, aunque el viejo que molía el grano a mano ya solamente estaba en fotografía. Ahora está en la vía dolorosa por si está usted por ahí y se le antoja.

Recordamos a Yosi, el amigo que una noche después de una borrachera me pidió lo acompañara a las 2:00 am al muro de los lamentos porque quería decir Kadish (la oración de los muertos). El judío ortodoxo que estaba cuidando el muro (así lo acostumbran ellos) desapareció, aunque eso no previno que Yosi cumpliera con su necesidad nostálgica. Hace poco me enteré de su muerte, tal vez vaya yo al muro a decir Kadish por él.

Recientemente visité la ciudad invitado a dar una conferencia en la Universidad de Jerusalem y un amigo profesor me invitó a pasear por la ciudad y llegamos al Santo Sepulcro, lugar que he visitado en varias ocasiones, no sin sorprenderme que la puerta al sepulcro mismo es tan baja como para obligar al visitante a encorvarse. Recordé haber ido una ocasión al lugar en semana santa, había que observar lo que hace la religión y ahí estaban las masas, permitiendo que alguien les administre la culpa.

En un radio de cien metros se encuentran los lugares más sagrados de dos de las religiones monoteístas más importantes del mundo y la mezquita desde donde se supone que Mahoma ascendió al cielo. Hay una excavación que corre paralela al muro de los lamentos que lo lleva a uno hasta llegar frente a donde supuestamente estaba el arca sagrada, el lugar más sagrado del mundo para los judíos, de ahí solamente hay unos pasos hasta donde se supone que Cristo fue depositado en tierra para ser amortajado y después de 40 días ascender al cielo. La historia nos muestra que las religiones aunque estén tan cerca se distancian despertando odios insensatos. Tal vez no haya mucha diferencia entre las shaarias que condenan a muerte a “los infieles” y la inquisición que buscaba eliminar a los judíos convirtiéndolos a la “verdadera fe” o liquidando a los que se negaran.

Este recordatorio me vino a la mente porque recién se festejó el día de Jerusalem (Yom Yerushalaim), las estaciones de radio en Israel se unieron a la celebración con canciones que mencionan a la ciudad y por supuesto incluyeron “Jerusalem de Oro, de cobre y de luz”.

Eso es metafóricamente esa ciudad, capital de buena parte de la humanidad, centro espiritual de miles de millones, joya que ha despertado ambiciones de conquista muchas veces logradas, y aunque fue arrasada más de una vez, nunca se arruinó su grandeza. Tal vez porque ahí se encuentra, para muchos, el centro del mundo. Dice una oración judía: “porque de Zion saldrá la Torá (la ley, la enseñanza) y la palabra de dios de Jerusalem.

La llegada a la ciudad es por una carretera sinuosa que desemboca a edificios construidos con piedra de un color amarillento, se ha uniformado el color de la ciudad dándole un toque único.

Jerusalem inspira, deslumbra, atrapa, puede uno pasear por arriba de la muralla o entre sus paredes, todo rodeado del mismo color y no cansarse de volver a recrear la fascinación y eso mismo invita a regresar y recordar, dice un dicho judío: “Si te olvidare, Oh! Jerusalem, se seque mi diestra”.