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La calle Dhu Nuwas en Jerusalén es conocida por ser una de las zonas de fiesta de la Ciudad Santa. En una esquina, en el número 6, hay una puerta negra. Es la entrada del Toy Bar, un pub nocturno. Tiene dos pisos, en el de abajo trabaja el camarero Tal Elbaz. Un joven israelí de 25 años, estudiante de arquitectura. Su sonrisa cautiva desde el primer segundo.

Tiene el pelo oscuro enrollado en círculos alrededor de una goma elástica, un peinado muy popular entre los jóvenes israelíes. Viste con vaqueros, camiseta negra y rebeca gris. Estudia en la escuela de arquitectura «Bezalel Academy of Arts and Design». Dibujar líneas sobre un trozo de papel creando formas y estructuras es una de sus principales pasiones. Y viajar.

En Israel todos los jóvenes, hombres y mujeres, están obligados por ley a formar parte de las IDF (Fuerzas de Defensa Israelíes), durante tres y cuatro años. Ingresan al cumplir los 18. La férrea disciplina del «deber», así como el respeto al cronómetro del tiempo, son los primeros valores que deben aprender. Y toda una forma de vida durante su servicio militar. «Cuando estás en el ejército siempre hay alguien que te dice qué hacer, cuándo hacerlo y cómo hacerlo, hasta deciden qué tienes que comer», afirma Tal a este diario.

Comunidades israelíes en India

En 2008, con 21 años, Tal y sus compañeros de la unidad de infantería «900 bdge; 96th regiment, Lavi » terminaron sus tres años de servicio obligatorio. Él, al igual que la mayoría de los jóvenes israelíes, decidió hacer su maleta y viajar alrededor del mundo con un objetivo claro: recuperar su libertad.

Estuvo dos años trabajando en Australia, vendiendo productos del Mar Muerto en un centro comercial, «solo fui en dos ocasiones a Israel, la primera para reclutar a gente para la tienda, y la segunda porque mi visado expiró», afirma. Pero en ninguno de sus dos viajes sintió que había llegado el momento de volver a casa.

En febrero de 2010 contactó con otro de los soldados de su unidad. Los israelíes suelen hacer grandes amigos durante su servicio en las IDF y cuando acaban su servicio obligatorio vuelven a coincidir una vez al año, durante el tiempo que están en la reserva del ejército. Un ejército de civiles. Tal y su compañero emprendieron un nuevo viaje a India, uno de los destinos preferidos de los israelíes.

«Visitamos el sur, Goa y llegamos al norte, pero tuve que irme porque mi hermano se casaba en Israel», dice Tal. Su amigo decidió seguir viajando por la India. Conoció a otra joven israelí. Se enamoró, y ahora «siguen juntos», comenta Tal en la entrevista.

Tras la boda decidió volver a viajar a India durante cuatro meses, acompañado por su novia, Dana, y por dos amigos más. Recorrieron una ruta de 42 horas que transcurre desde Manali, en el estado indio de Himachal Pradesh, extremo norte del valle de Kullu, hasta Leh, en un minibús de diez pasajeros. El primer día de viaje la carretera estaba bloqueada y tuvieron que acampar a 4.200 metros de altura: «Muchos de mis compañeros padecieron alucinaciones», cuenta el israelí. Al día siguiente, la vía volvía a estar transitable y continuaron su camino. «El viaje mereció la pena, porque en Leh fuimos al concierto del cantante israelí Eviatar Banai», dice Tal sonriendo. Y añade: «Somos grandes fans de su música».

Vivir en una casa-bote

Pasaron una semanas en Leh y siguieron su viaje hacia el lago Nagin, en Cachemira. Es otro de los destinos populares para los jóvenes israelíes. Allí alquilaron una casa-bote, conocido con el nombre de «Shikara», con otros compatriotas que se encontraron por el camino, en total eran un grupo de 14 personas. «Si preguntas a cualquier extranjero en Cachemira por el lago Nagín te dicen cómo llegar», añade. «Pagábamos 800 rupias por persona al día (diez euros)», era el precio que les costaba dormir en la casa- bote, el precio incluía tres comidas. «La comida era maravillosa». Además en el lago había nativos que transportaban comida en lanchas, «eran quioscos-botes», llenos de patatas fritas, añade.

Pero, sin duda, lo que más le gustó del lago Nagin eran sus flores, llamadas Lotus. «No te puedes ni imaginar lo bonito que es levantarte por la mañana y ver el agua llena de colores».

Un lugar donde rezar

«Buscaba algo más que fiesta, por eso dejé a mis amigos y me fui solo a Arugam Bay, en Sri Lanka, para hacer surf». Tal llegó a las tres de la mañana a Colombo, la capital de Sri Lanka. Solo. «Los israelíes no nos preguntamos adónde vamos cuando llegamos a un nuevo lugar», comenta. En Colombo lo hospedó una familia judía religiosa que pertenecían al movimiento Baal Teshuvá; el término se utiliza para referirse a un fenómeno global que consiste en «convertir» a los judíos seculares en judíos ortodoxos. «Allí había un lugar en el que podías rezar y comer comida kosher». La comida kosher es la permitida por la religión judía.

Arugam Bay fue su último destino en India. En octubre del 2011 volvió a Jerusalén y comenzaron las preocupaciones de la vida real: ingresar en la universidad, buscar apartamento y trabajo. Tiene 25 años y acabará la carrera de arquitectura con 30, en su país es normal que los estudiantes comiencen su formación unos años después de terminar sus obligaciones con las IDF.

—¿Te fuiste a India para olvidar las secuelas que te dejó tu anterior vida como soldado?

—No me fui para olvidar. Me fui para volver a sentirme libre.

Fuente:abc.es

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