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JULIÁN SCHVIDLERMAN

Desde el año 2001, Al-Qaeda no ha podido montar exitosamente ataques dentro del territorio de los Estados Unidos, pero han surgido varios admiradores jihadistas que han buscado imitar sus hazañas terroristas a escala más modesta o que han decidido unirse a la organización islamista. Tal fue el caso de Nidal Hasan (mató a trece soldados en Fort Hood al grito de “Alá u akbar” en el 2009), de Najibullah Zazi (quiso hacer estallar un subte el mismo año), de Faisal Shahzad (procuró activar una bomba en Times Square en el 2010) y de Richard Reid (intentó explotar un avión en 2001 con una bomba oculta en sus zapatos). Si estos sujetos proliferan, los estadounidenses tendrán serios problemas.

Las capacidades de los servicios secretos de monitorear los movimientos de los terroristas se ven seriamente afectadas al deber lidiar con individuos, en vez de grupos. Estos últimos tienen muchos miembros a los que deben primero reclutar y luego adoctrinar, entrenar, comunicarles instrucciones y remunerarlos, lo que genera algunas señales que son captadas en los radares de los agencias de inteligencia. Los sujetos auto-radicalizados, por el contrario, operan como fantasmas que surgen inesperadamente en la escena del terror. Usualmente tales individuos dejan alguna estela de evidencia que puede hacer sonar alarmas previamente: conducta extraña, posteos online extremistas, compra de materiales sospechosos, etc. Pero los indicios no siempre son advertidos a tiempo. Otras veces, las fuerzas de seguridad simplemente fracasan en cumplir con su tarea.

Tamerlan Tsarnaev, el mayor de los hermanos chechenos que atentaron contra maratonistas en Boston el mes pasado, fue la quinta persona desde los atentados del 11 de septiembre del 2001 que ha cometido actos de terror después de haber sido interrogado por el FBI. Antes que él, conforme ha mostrado el ex fiscal general de los Estados Unidos Michael Mukasey, pasó con el ya mencionado Nidal Hasan, con Anwar al-Awlaki (jihadista de alto rango en Al-Qaeda), con Abdulhakim Mujahid Muhammad (asesinó a un recluta en Little Rock en el 2009) y con David Coleman Headley (dio información a los autores de la masacre de Bombay en el 2008). A la luz del daño que los terroristas suelen provocar, tales errores lucen inadmisibles.

A la vez, muchos atentados en su fase de planeación fueron desbaratados y cabecillas terroristas, eliminados. La muerte de Osama Bin-Laden marcó el cenit simbólico de la lucha antiterrorista de los Estados Unidos contra Al-Qaeda. Como es sabido, las agencias de inteligencia son castigadas públicamente cuando fallan, y rara vez recompensadas cuando triunfan en operaciones clandestinas desconocidas para el público en general.

El terrorismo refiere a la comunicación. El acto de terror es esencialmente la transmisión de un mensaje. Sea derribar las Torres Gemelas en Nueva York, asesinar a deportistas en una Olimpíada en Berlín, o explotar una estación de trenes en Madrid, el acto de terror es una declaración al mundo. El anarquista del siglo diecinueve Paul Brousse llamó al terrorismo “propaganda por medio de la acción”. Con el advenimiento de los medios de comunicación masivos, las agrupaciones terroristas alcanzaron notoriedad mundial. Se trate de nihilistas rusos, anarquistas europeos, revolucionarios sudamericanos o jihadistas mesorientales, todos ellos han buscado la atención de la audiencia local, regional o internacional.

Por definición, el terrorista, para ser considerado como tal, debe: a) hacer de su objetivo población civil indefensa, b) asegurarse que el factor atrocidad sea elevado, c) perseguir una finalidad política en su misión. Usualmente, los terroristas recurren a la denominación eufemística para encubrir su violencia política y se anuncian ante el mundo como luchadores por la libertad o combatientes por la igualdad. En sus mentes, el fin siempre justifica los medios. “¿Qué importa la vida de un niño árabe o judío si su muerte ayudará a traer la revolución?” decía décadas atrás Ghassan Kanafani del Frente Popular para la Liberación de Palestina.

Los terroristas son plenamente conscientes de la necesidad de disfrazar su agenda extremista y en consecuencia higienizan su retórica: llevan a cabo “operaciones”, emiten “comunicados militares”, declaran “la guerra” al enemigo. Para auto-compensarse psicológicamente, apelan a las comparaciones ventajosas según las cuáles ellos son las verdaderas víctimas de crímenes indescriptibles que les facultan -de hecho, les obligan- a dar respuesta al padecimiento personal y/o colectivo. Un tío de los hermanos Tsarnaev dijo que ellos se sentían socialmente marginados dentro de los Estados Unidos. Las sociedades del mundo están repletas de inadaptados, pero sólo una fracción de ellos reacciona a su condición masacrando a sus compatriotas. La ideología es vital para entender tales conductas de violencia política feroz.

El mismo día en que los hermanos chechenos musulmanes atentaron en Boston, miembros de Al-Qaeda mataron a medio centenar de personas en Irak. Que hayamos prestado atención a Boston e ignorado a Bagdad fue una alerta de que acostumbrarnos a convivir con el terror, sencillamente no es una opción.

Fuente:larazon.es