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JODI RUDOREN

TEL AVIV, Israel – Un académico lo equiparó con el hecho de encontrar los calcetines nones de muchas generaciones de una familia. Otro lo comparó con el uso que hacen las fuerzas del orden de la base de datos del ADN y del programa informático de reconocimiento facial.

La idea es aprovechar la tecnología para ayudar a volver a reunir más de 100,000 fragmentos de documentos recopilados durante mil años, los cuales revelan detalles de la vida judía a lo largo del Mediterráneo, incluidos matrimonio, medicina y misticismo. Durante décadas, los académicos dependieron principalmente de la memoria para emparejar piezas de la genizá de El Cairo, un tesoro oculto de documentos que incluyen obras del erudito rabínico Maimónides, partes de rollos de la Tora y libros de oraciones, resmas de poesía y cartas personales, contratos y documentos de tribunales, incluso, recetas (hay una particularmente nauseabunda para vino con miel).

Ahora, por primera vez, un sofisticado programa de inteligencia artificial, que corre en una poderosa red de computadoras, realiza 4,500 billones de cálculos por segundo para reducir enormemente las posibilidades.

“En una hora, la computadora puede comparar 10 millones de pares – 10 millones de pares es algo que un ser humano no puede hacer en toda una vida”, notó Roni Shweka, quien tiene grados avanzados tanto en informática como en el Talmud, y ayuda a dirigir el esfuerzo. “Va a ser una herramienta muy poderosa para cada investigador que hoy va a trabajar en un fragmento. En unos cuantos segundos, podrá encontrar otros fragmentos, como encontrar una aguja en un pajar”.

El proyecto genizá es parte de un creciente movimiento para dar rienda suelta a la tecnología avanzada en las humanidades. En los últimos años, “geeks” y poetas han colaborado en bases de datos y mapeos digitales que están transformando al estudio de la historia, la literatura, la música y más.

Recuperado en 1896 de una bodega en la sinagoga Ben Ezra en El Cairo Viejo, este conjunto de documentos, recopilados del siglo IX al XIX, estaba a la espera de que los enterraran como exige la ley judía para cualquier cosa que lleve el nombre de Dios.

Sin embargo, debido a que una genizá es esencialmente un basurero, la mayoría de los manuscritos estaban rotos y destrozados; Solomon Schechter, uno de los primeros en estudiar la colección, la llamó “un campo de batalla de libros”.

Las 320,000 páginas y partes de páginas – en hebreo, arameo y -judeo-árabe (el árabe transliterado en hebreo) – estaban desperdigadas en 67 bibliotecas y colecciones privadas en todo el mundo, y se había cotejado y catalogado sólo una fracción. Se han publicado más de 200 volúmenes y miles de ensayos académicos basados en el material, en su mayoría, centrados en un solo fragmento o unos cuantos. Se han reconstruido quizá unos 4,000, mediante un proceso concienzudo, costoso y exclusivo que dependió mucho de la suerte.

“Vemos un documento en Cambridge, Inglaterra, y otro en San Petersburgo, Rusia, y pensamos en si empatará la caligrafía”, explicó Mark R. Cohen, un profesor de Estudios de Oriente Próximo en la Universidad de Princeton, quien ha estado estudiando la genizá desde 1972. Judith Olszowy-Schlanger, una paleógrafa en la Soborna, reconoció que ese trabajo se le deja “a los amuletos y a tu memoria; a si estás cansado o no, y a si te suena o no; no es algo muy científico”.

La digitalización es parte de un esfuerzo de casi 20 millones de dólares para organizar y explorar la genizá, la cual inició el doctor Albert Friedberg, un magnate canadiense de fondos de cobertura, en 1997.

Primero, se hizo un inventario computarizado de 301,000 fragmentos, algunos muy pequeños, de 2.5 centímetros. Luego, se hicieron 450,000 fotografías de alta calidad, sobre fondos azules para resaltar las pistas, así como un sitio web donde los investigadores pueden buscar, comparar y consultar miles de citas bibliográficas de materiales publicados.

En el experimento más reciente se utilizan más de 100 computadoras conectadas, localizadas en un salón en el sótano de la Universidad de Tel Aviv en esta ciudad, enfriadas con ventiladores de pie. Analizan 500 pistas visuales para cada uno de los 157,514 fragmentos, para revisar un total de 12,405,251,341 posibles acoplamientos. El proceso comenzó el 16 de mayo y deberá concluir más o menos el 25 de junio, según una estimación del sitio web del proyecto.

“Lo que hace que sea realmente posible es la gente de todas las profesiones y condiciones sociales, dentro y fuera de la academia, que revisan materiales no publicados”, explicó Ben Outhwaite, el jefe de la Unidad de Investigación de la Genizá en la Universidad de Cambridge, la cual alberga 60 por ciento de los fragmentos. “Ya no veremos a unos cuantos grandiosos nombres de eruditos acumulando partes en particular de la genizá, ni tendremos que esperar 20 años para su publicación definitiva. Ahora todos pueden zambullirse”.

Lo que encontrarán va mucho más allá de la vida cotidiana judía. Por ejemplo, el equipo de Outhwaite descubrió un acuerdo prenupcial por el cual Faiza bat Solomon prometió a su prometido Tobías – apodado “Hijo de un Juglar” – “abandonar la insensatez y la idiotez”, y “no asociarse con hombres corruptos”, o enfrentar una sanción de 10 dinares de oro. En otro documento se detalla un acuerdo legal entre Sitt I-Nasab y su esposo Solomon por el que se evita que la madre y las hermanas de él entren a los aposentos de su esposa o hacerle “cualquier solicitud, ni siquiera de una pareja”.

También está la alquimia: combinar mercurio, estiércol de caballo, perla, alumbre blanco, sulfuro, barro mezclado con cabello y “un par de huevos”, aconseja un fragmento, y “se obtendrá buena plata, Dios mediante”.

Marina Rustow, una historiadora en la Universidad Johns Hopkins, dijo que alrededor de 15,000 fragmentos de la genizá tratan de asuntos cotidianos, no religiosos, en su mayoría datados entre 950 y 1250 a.C. Por ellos, dijo, los académicos se enteraron que los cairotas importaban queso de oveja de Sicilia – se consideraba kósher – y llenaban recipientes con comida caliente en los bazares, en una versión temprana del servicio para llevar.

La mayoría de las ciudades tenían tres tipos de sinagogas: iraquíes, sirias y caraítas. El triángulo que forman Egipto, la actual Túnez y Sicilia, fue una importante ruta comercial en el siglo XI; la costa de Malabar vía el mar Rojo y Adén fueron grandes en el siglo XII. Y lo que más se vendía no eran artículos lujosos, como especias, vidrio, oro y latón, sino lino y jabón. “Todos usaban lino todo el tiempo”, explicó Rustow.

Ahora está estudiando documentos reciclados: decretos gubernamentales árabes, por ejemplo, con textos litúrgicos garabateados del otro lado.

“¿Qué quiere decir eso de la conexión que los judíos pudieron haber tenido con el gobierno?”, preguntó. “¿Qué nos dice sobre los procesos para archivar de los gobiernos del siglo XI?”.

Esas son interrogantes que ninguna computadora puede resolver. En efecto, hasta el emparejamiento requiere de un toque humano. Una vez que se comparan digitalmente esos 12,000 millones de pares potenciales, la computadora proporciona listas de unos cuantos cientos de “uniones” probables, pero la confirmación dependerá de los eruditos – o los aficionados.

“Si hay algún peligro por el nuevo método, es que estás en tu casa, frente a tu computadora, y pierdes contacto con los objetos”, advirtió Olszowy-Schlanger. “No deberíamos olvidar este tedioso trabajo de revisar los manuscritos, de ir a la biblioteca. Se deberían manipular los objetos. Para poder comprenderlos mejor, es importante sentir los pergaminos”.

Fuente: Noticias Prodigy