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JOSÉ BUENDÍA HEGEWISCH

El populismo que se ha criticado a López Obrador por sus constantes referencias al pueblo como ese conjunto homogéneo, depositario exclusivo de valores positivos y principal fuente de inspiración, no es exclusivo de la izquierda, del PRD o de Morena.

El manejo de las creencias religiosas con fines políticos o para cultivar el “aura” de un líder es un tipo de populismo. En una república laica como la mexicana, si un cargo público incurre en esas conductas transgrede la ley. Pero su recurrencia también refleja un conjunto de problemas y males más profundos. El “populismo religioso” no es un arrebato de fervor místico o la confesión de creencias personales de una autoridad en la plaza pública, sino un síndrome político que refleja el colapso de la confianza en los partidos y el debilitamiento de los liderazgos republicanos.

En los últimos tiempos se ha hecho frecuente que políticos locales de los niveles más cercanos a la ciudadanía, como los alcaldes, hagan desde su cargo público mensajes religiosos y exalten esos valores como fuente de inspiración. El más reciente —el pasado domingo— la alcaldesa de Monterrey, Margarita Arellanes, en un acto denominado “Monterrey Ora” entregó las llaves de la ciudad a Jesucristo. Antes hubo situaciones similares con los ediles de Guadalupe, César Garza, o de Juárez, Rodolfo Ambriz, que pusieron sus ayuntamientos bajo la protección divina. También el gobernador de Chihuahua, César Duarte, que en abril pasado encomendó la entidad al Sagrado Corazón.

Esta semana el Congreso exhortó a gobernantes de todos los partidos a procurar la laicidad del Estado. Pero la explicación del síndrome político de encomendar a Dios los asuntos terrenales de la administración pública no se agota con la denuncia de la violación de las leyes del país. Qué bueno que se señalen errores, transgresiones y metidas de pata de las autoridades; qué pertinente recordar el respeto y la tolerancia para el funcionamiento del Estado laico.

El “populismo religioso” está conectado con otros fenómenos que caracterizan la situación en la que está hoy el poder público. Los gobiernos de todos los niveles están rebasados por viejas y nuevas demandas, antiguos problemas irresueltos y nuevos desafíos como la violencia y el crimen. Poner su jurisdicción bajo la autoridad divina o encomendarse a la virgen para cumplir su trabajo parece un reconocimiento tácito de su incapacidad para resolver los problemas. De alguna forma así lo expresó Arellanes cuando dijo a los evangélicos que “hemos sido testigos de un cambio positivo en nuestra ciudad, y podemos decir que esto ha sucedido porque le hemos abierto las puertas a Dios. Reconociendo que la participación humana es indispensable, sabemos que por sí sola no tiene la capacidad de revertir las tinieblas que sólo la luz de la fe de Dios puede desvanecer”.

Me temo, sin embargo, que el síndrome no se debe sólo a la falta de capacidad de respuesta de la autoridad, sino a la utilización de las creencias religiosas con fines políticos. La referencia constante a valores religiosos como fuente de inspiración política busca legitimidad en las creencias tradicionales y, sobretodo, apela a mayorías aplastantes que lleven votos a las urnas. Decir a los creyentes lo que quieren escuchar pone al político en ruta de congraciarse y ganar su apoyo, sin reparar en el análisis de su gestión, los resultados de gobierno o la rendición de cuentas.

Los ediles y funcionarios suelen justificarse con el derecho a expresar las convicciones personales. Hacerlo desde sus cargos públicos refleja su concepción del Estado como un todo homogéneo y que poco les importa que se discrimine a quienes no compartan sus creencias. La gestión de la visibilidad pública con evocaciones religiosas de la tradición colectiva también refleja el medio ambiente que lo prohíja.

En la recurrencia de casos está no sólo la impunidad al violentar normas, sino fenómenos sociales que lo demandan y estimulan como ha ocurrido con éste y otros tipos de populismo en América Latina y en México. Este síndrome está conectado a fenómenos diversos pero que convergen en la crisis de confianza hacia los políticos por los escándalos de corrupción; la pérdida de representatividad de la clase política o el desdibujamiento de los partidos… al debilitamiento de los liderazgos republicanos.

El populismo que se ha criticado a López Obrador por sus constantes referencias al pueblo como ese conjunto homogéneo, depositario exclusivo de valores positivos y principal fuente de inspiración, no es exclusivo de la izquierda, del PRD o de Morena. También políticos priistas y panistas caen en la tentación de obviar la pluralidad y creer que su liderazgo descansa en mayorías aplastantes y en la virtud de sus credos.

*Analista político

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Fuente:excelsior.com.mx