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El día que la ONU anunciaba un balance oficial y momentáneo de 92.901 muertos desde el inicio del sangriento conflicto sirio hace más de dos años, Estados Unidos dio un paso al frente que puede variar de forma significativa el curso de los acontecimientos.

Tras confirmar (con retraso) el uso de armas químicas por parte del régimen de Bashar al Assad contra los rebeldes, la Casa Blanca declaró que ayudará militarmente a la oposición.

Un paso tan dramático que el Ejército rebelde habla del “inicio de una nueva etapa” en su lucha contra el clan alauita mientras Rusia acusa a EE. UU. de no dar datos convincentes y advierte que pone en peligro la celebración de la Conferencia de Ginebra sobre Siria prevista en unas semanas.

Para Al Assad, es una muy mala noticia tras varias semanas cosechando éxitos militares en su represión de las revueltas y el avance rebelde.

Si bien el viceconsejero de Seguridad Nacional, Ben Rhodes, no precisó los detalles de la asistencia militar, confirmó que Obama ha decidido involucrarse con más determinación en el caos sirio.

“Al Assad debe saber que sus acciones nos han conducido a aumentar el alcance y la escala de la asistencia que damos a la oposición, incluyendo ayuda militar directamente al Consejo Supremo Militar. El Presidente ha tomado la decisión de otorgar más apoyo a la oposición (…) Incluye apoyo militar”, explicó Rhodes.

La ayuda a la desorganizada oposición al dictador sirio servirá de contrapunto a la colaboración que él recibe de Irán y del grupo chií libanés Hizbulá. Como efecto colateral, Obama da también varios pasos en el camino hacia lo que parece un inevitable choque diplomático con Rusia, garante hasta la fecha de la supervivencia política de Al Assad.

Moscú critica a EE. UU. y compara la revelación del uso de armas químicas en Siria con la búsqueda de armas no convencionales en Iraq, que desembocó en el ataque de la coalición liderada por Estados Unidos.

Rusia, enfadada, no ha dudado incluso en revelar un encuentro secreto con los estadounidenses sobre las armas químicas. “Intentaron presentarnos información sobre el uso de armas químicas por el régimen, pero ya digo que lo presentado no nos parece convincente”, afirma Yuri Ushakov, asesor del presidente ruso, Vladímir Putin.

Pero fuentes norteamericanas insisten en la fiabilidad de sus informaciones de los servicios secretos y en el hecho de que “el uso de armas químicas es violar una línea roja”.

La gran pregunta es la factura que EE. UU. hará pasar a Al Assad. Si hace unos meses el propio Obama hablaba de “indicios” del uso de gas sarin, ahora llega la confirmación con un dato: según la inteligencia norteamericana, los ataques químicos de las Fuerzas Militares de al Assad mataron a entre 100 a 150 personas.

El Presidente Sirio y los rebeldes saben que Obama ha actuado hasta la fecha con suma cautela. El temor de la Casa Blanca es que la ayuda militar a los rebeldes pase a convertirse en pocas semanas en una intervención armada en toda la regla. Si algo no quiere Obama es repetir el criticado modelo iraquí de George W. Bush.

Mientras la oposición en Siria y el Congreso de Washington exigen que las promesas de Obama se conviertan en hechos inmediatos, el Presidente está sujeto a una fuerte presión. No solo por las terribles imágenes llegadas diariamente de Damasco, Homs o Alepo, sino por las recomendaciones de la CIA y el Pentágono a favor de una intervención más masiva.

Sobre todo ante el claro avance de las tropas de Al Assad en las últimas semanas y la sensación de que Rusia actúa sin ningún tipo de freno ya sea en el apoyo político al régimen como en el anuncio renovado de transferir armas sofisticadas.

Según el diario The New York Times, funcionarios del Departamento de Estado pidieron incluso una respuesta militar más agresiva incluyendo ataques selectivos contra el suministro y transporte de armas del régimen.

Al mismo tiempo y como Premio Nobel de la Paz, Obama no desea ser recordado como el que ordenó una invasión terrestre en Siria, pero tampoco como el presidente que no movió un dedo para evitar la muerte de más de 100.000 personas (dato oficioso que ya se maneja en Siria) en una revuelta pidiendo democracia y el uso de armas químicas contra la población civil.

De acuerdo a los datos oficiales de la ONU, entre los casi de 93.000 muertos registrados hay 6561 niños (1729 menores de 10 años). En un cálculo rápido, se trata de una media mensual de 5000 muertos.

Más allá del armamento e instrucción, el anuncio de EE. UU. es una inyección de moral a los rebeldes que en las últimas semanas han sufrido estratégicas derrotas como la de Quseir. La implicación de Hizbulá con miles de efectivos armados en el terreno así como el paraguas de Putin en la ONU han fortificado la posición de Al Assad ante unos rebeldes divididos entre una oposición moderada y grupúsculos vinculados a Al Qaeda. Paradójicamente, la intervención de Hizbulá en los combates ha acelerado la decisión de EE.UU.

En las filas de los rebeldes aplauden la decisión de Obama aunque algunos de sus dirigentes temen que “sea tarde e insuficiente”. El general Salim Idris, jefe del Estado Mayor del Ejercito Libre de Siria (ELS), ha pedido a EE.UU. que “traduzca sus palabras en hechos”. Según él, la guerra en Siria entra ahora “en una nueva fase”. Idris y el jefe de operaciones en Alepo, Abd al-Jabbar Akidi, son los interlocutores para recibir las municiones estadounidenses.

EE.UU., Francia e Inglaterra así como varios países suníes del Golfo desean armar a la oposición ante al Assad, pero al mismo tiempo aislar a Jabhat al-Nusra, grupo yihadista incluido en la lista de “terroristas”.

En los próximos días, Obama deberá decidir si ordena una zona de exclusión aérea en la zona del sur de Siria, cerca de la frontera con Jordania. Sería el inicio del modelo libio, el que con la ayuda militar a los rebeldes en el terreno y la exclusión aérea tras las amenazas contra Bengazi sentenció al dictador Muamar Gadaffi.

Fuente: El País