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NUÑO DOMÍNGUEZ

El 1 de junio de 1941, mientras Hitler seguía ganando la II Guerra Mundial y una horda descontrolada mataba a decenas de judíos en el pogromo de Bagdad, Hans Berger se ató una soga al cuello y se ahorcó en la clínica de Alemania en la que estaba ingresado.

En vida, Berger había sido un médico y neuropsiquiatra ejemplar. En 1924 hizo una contribución clave a la ciencia y la medicina mundial: descubrió el electroencefalograma humano. Desde entonces, generaciones de científicos y médicos han usado esa técnica para estudiar el funcionamiento del cerebro, explorar trastornos neurológicos o determinar la muerte cerebral, una técnica “rompedora” que aún hoy sigue en uso. Las biografías de Berger dicen que fue un científico opuesto al régimen nazi y algunos apuntaron que su trágica muerte pudo estar relacionada con el horror de la guerra y el exterminio generado en Alemania. Un mártir de la ciencia.

Ahora, más de 70 años después de su muerte, nuevos documentos apuntan a que la historia de Berger es algo más turbia ya que el neuropsiquiatra que descubrió el electroencefalograma colaboró con las políticas de esterilización nazis.

En busca de la telepatía

“Los descubrimientos de Berger con la electroencefalografía fueron rompedores, pero colaboró con el Tercer Reich. Las omisiones en las biografías pueden ser el resultado de un intento deliberado de encubrir el pasado nazi”, sentencia un nuevo estudio publicado sobre Berger. En él se reproducen documentos que prueban que el médico financió a las SS, promovió a un nazi como su sucesor y colaboró con los tribunales en los que se condenaba a la esterilización a enfermos mentales, alcohólicos y otras “formas de vida que no merecen la vida”, en palabras del régimen de Adolf Hitler.

A juzgar por sus biografías, Berger había sido un científico intachable al que como mucho se le podía acusar de excéntrico. Esto se debe a que ilustró una paradoja: cómo el intento de confirmar una creencia sin fundamento puede dar lugar a un descubrimiento científico sólido. En su juventud Berger sirvió en el ejército. Según varios libros, un día se cayó del caballo y estuvo a punto de ser arrollado por un carro que transportaba una pieza de artillería. El joven médico se salvó por los pelos. Ese mismo día su hermana, que estaba a cientos de kilómetros, tuvo el presentimiento de que algo terrible le había pasado a su hermano y consiguió que su familia le enviara un telegrama urgente para comprobar que siguiera vivo.

Desde aquel accidente de juventud Berger se obsesionó con la telepatía y quiso buscar su explicación estudiando las señales que hacen funcionar el cerebro. Creía que el encéfalo era capaz de transmitir señales somos si fuera una radio cuyas ondas pueden ser captadas por otros cerebros que están en la misma frecuencia. Sus experimentos primero en pacientes a los que se había operado el cráneo y después en personas sanas incluida su hija desembocaron en un descubrimiento histórico. Berger fue el primero en grabar las señales eléctricas de un cerebro humano, el descubrimiento del electroencefalograma, en 1924. Consciente de la importancia de su hallazgo, el médico guardó su descubrimiento en secreto durante años, acumulando más y más datos hasta hacer un anuncio oficial en 1929.

Los archivos de la Stasi

La electroencefalografía fue recibida con una gélida oleada de escepticismo y no fue aceptada del todo hasta que otros científicos de Reino Unido y EEUU reprodujeron los resultados de Berger años después. Por su parte, Berger siguió haciendo hallazgos claves para la medicina y la ciencia, como la descripción de las ondas cerebrales que produce un cerebro sano o las que caracterizan a enfermedades como la epilepsia. Aunque la ciencia nunca le dio pruebas de que existiese la telepatía, Berger siguió creyendo en ella hasta casi el día de su muerte. En 1940, recordando aquel día en el que estuvo a punto de morir, escribió: “Este es un caso de telepatía espontánea en el que en un momento de peligro mortal, mientras contemplaba mi muerte segura, transmití mis pensamientos y mi hermana, que estaba muy unida a mí, actuó de receptora”. Para entonces Berger estaba jubilado, enfermo y, según sus biógrafos, asqueado por los nazis.

Ahora la figura este psiquiatra se ha llenado de sombras. Mientras hacía sus descubrimientos claves, Berger ascendió en el escalafón científico hasta convertirse en director de la Clínica de Neurología y Psiquiatría de la Universidad Friedrich Schiller de Jena y rector de esa universidad. A los 65 años, en 1938, fue jubilado. Es en este punto de su vida donde los biógrafos situaban una desafección evidente con el régimen nazi, explicando que a Berger le hicieron profesor emérito “sin apenas ceremonias”, según el estudio actual. “Berger mostró su desafección por el régimen y ellos le represaliaron”, decía una biografía publicada en 1995. “La pérdida de su lugar de trabajo, la imposibilidad de continuar su investigación con la electroencefalografía … le provocaron una depresión que finalmente le mató”, decía otra semblanza, publicada en 1956.

Nada de eso parece del todo cierto a la luz de los nuevos documentos, sacados de archivos de la Stasi, así como del diario de Berger, que se conserva en un archivo de la Universidad Friedrich Schiller. Varios documentos muestran que Berger participó en al menos seis apelaciones en juicios de esterilización. Antes de que los nazis idearan el exterminio en campos de concentración, instituyeron leyes que obligaban a esterilizar a enfermos mentales.

Unas 400.000 personas fueron esterilizadas, muchas de ellas con rayos X que quemaban sus genitales y en miles de casos morían por la operación. Las decisiones de esterilización se tomaban en tribunales y estaban revestidas de un manto de legalidad que hoy parece delirante, pero que fue organizado y mantenido gracias a la colaboración de millones de alemanes, muchos de ellos respetables médicos y científicos. Entre ellos, en contra de lo que se pensaba, también estaba Berger. Las seis apelaciones en las que participó fueron rechazadas, lo que quiere decir que al menos seis personas fueron esterilizadas con su beneplácito. Gran parte de las evidencias sobre Berger surgen se Sussane Zimmermann, una historiadora alemana que fue la primera en descubrir que a Berger no le jubilaron a la fuerza y que participó por voluntad propia en aquellos juicios de esterilización.

Otros documentos prueban que Berger votó a favor de que su sucesor fuera Berthold Kihn, cuyo informe destacaba que había participado intensamente en los juicios de esterilización y le definía como un hombre “en quien se puede confiar desde el punto de vista ideológico, profesional y político”. Kihn asumiría a fondo la ideología nazi y participó en la política de exterminio de enfermos mentales del régimen, que acabó con 275.000 personas y fue el preludio del holocausto.

El 26 de mayo de 1941 Berger fue ingresado en la Clínica de Medicina Interna de la universidad en Jena, explica a Materia Larry Zeidman, médico y neurocientífico de la Universidad de Illinois y coautor del estudio sobre Berger. ¿Fueron la enfermedad y el aislamiento impuesto por los nazis lo que le llevo al suicidio? No, según Zeidman. “Creemos que Berger se mató porque estaba deprimido, un trastorno anterior a su participación en cualquier asunto nazi y su propia esposa confirmó esto”, explica.

Zeidman reconoce que el caso de Berger no es concluyente y es necesaria más información. Este neurocientífico viajó a Jena para leer el diario de Berger y logró que los archivos le dieran fotografías de las cartas y documentos que implican a Berger en las políticas de esterilización. El trabajo destaca que el escalafón médico en Jena el 81% de los médicos eran miembros del partido nazi, mucho más que la media alemana (45%). A pesar de ello Berger no era miembro del partido, ni de las SS, aunque sí de la asociación de amigos de esta organización que aportaba donaciones.

“Seguramente Berger sufrió mucha presión por no hacerse miembro del partido”, opina Zeidman. “Financió a las SS, lo que pudo ser un apoyo ideológico o una simple medida para protegerse de las presiones nazis”, señala. Los documentos rescatados “no permiten determinar el nivel de simpatía que Berger tenía por los nazis”, recalca, pero añade que, “al contrario de lo que hoy en día dicen los textos publicados, no hemos encontrado pruebas de que Berger fuera un anti nazi o que fuera perseguido por el partido. Su objetivo, señala, es mostrar que la “otra cara” de Berger que, hasta ahora, no habían plasmado sus biógrafos.

Hoy, el Departamento de Neurología de la Universidad aún lleva el nombre de Hans Berger y la Sociedad Alemana de Neurofisiología Clínica otorga el prestigioso Premio Hans Berger a aquellos que despuntan en este campo.

Fuente:larazon.es