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SARA SEFCHOVICH

Enlace Judío México | Siempre escuchamos elogios a la lealtad. Nos parece maravilloso que una persona sienta fidelidad con su país, su comunidad, su causa, su empresa o institución, su familia, sus amigos, consigo mismo.

Pero la tragedia ocasionada por el tren que se accidentó hace unos días en España pone en duda a esta actitud siempre considerada positiva.

Me explico: según las noticias, desde hace tiempo el conductor había hecho saber a sus amigos y a las redes sociales que le encantaba llevar los trenes a gran velocidad, mucho más de la permitida, incluso. Alardeaba de engañar a la empresa y a la policía, que no se daban cuenta de esto, y orgulloso de sí mismo hasta colgó una fotografía del velocímetro a 200 kilómetros por hora, asegurando que “no estaba trucada”. Y después del accidente él mismo llamó a la empresa y dijo que había ido a exceso de velocidad.

El hombre tenía perfecta conciencia de lo que hacía, pues aunque presumía, decía que no podía correr más por temor a una multa, y es que en esas vías, pasando de un cierto límite de velocidad se soltarían las alarmas y lo descubrirían.

El accidente que dejó más de 80 muertos, treinta y tantos heridos graves y más de un centenar de heridos, fue pura y simple actitud de macho del conductor, engolosinado con poderse saltar las reglas.

Y aquí es donde entra mi argumento en contra de la lealtad: ¿por qué sus amigos y las personas que lo leían y hasta le respondían en Facebook no le dijeron que dejara de hacer esa locura?¿Por qué ninguno de ellos le recordó que estaba poniendo en riesgo a los pasajeros? ¿Por qué ninguno llamó a la empresa y lo acusó?

Y la respuesta es: porque fueron leales al conductor. Aunque se hubieran dado cuenta de los riesgos, prefirieron aplaudir su travesura y hasta lo estimularon a seguir pero con cuidado: “porque si te pillan te quedas sin tus puntos.”

Los humanos tenemos perfectamente claro lo bueno y malo, lo correcto e incorrecto, y todos sabían que lo que hacía este señor era muy peligroso.

Y sin embargo callaron. Callaron los amigos, callaron los otros conductores que iban en el tren (porque en trayectos largos se rotan el mando), callaron quienes revisaban las cámaras instaladas en las vías (¿o no las estaban revisando?) y callaron también los pasajeros que iban dentro del tren y que se dieron perfectamente cuenta del exceso de velocidad (así lo dijeron varios), pero ni reclamaron ni llamaron a quejarse. El silencio no siempre es oro.

El economista Albert O. Hirschman escribió hace varios años un libro en el que explica que los humanos tenemos dos actitudes frente a los problemas: salirnos y abandonar las cosas o enfrentarlos y pelear. En ambos casos la lealtad juega un papel fundamental para tomar la decisión de cuál de los dos caminos seguir.

En la historia abundan los grandes ejemplos: durante años los rusos soportaron el comunismo o los egipcios la dictadura, pero un día no más. Y hablaron. Sucede lo contrario también: durante semanas los turcos y los brasileños protestaron y se movilizaron, pero un día no más.

Los individuos también somos así. A veces hablamos, como cuando en las dictaduras los vecinos o parientes acusan a alguien que está haciendo algo prohibido. O al contrario, callamos, como cuando los amigos del conductor del tren no le dijeron nada, no lo denunciaron. Y así sigue siendo, pues el sindicato de maquinistas lo está defendiendo, echándole la culpa a las vías, a los sistemas de frenado poco modernos, asegurando que el hombre pasó por todas las pruebas técnicas y psíquicas, y tratando de minimizar el tema del exceso de velocidad.

La única conclusión posible es que hay valores que parecen siempre positivos (o al revés: negativos) pero no necesariamente lo son. Por eso el ser humano tiene libre albedrío, esa posibilidad de analizar en su conciencia lo que en cada circunstancia es lo correcto. Y hacerlo.

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*Escritora e investigadora en la UNAM

Fuente:eluniversalmas.com.mx