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THE JERUSALEM POST

En las semanas transcurridas entre su victoria electoral del 14 de junio y su asunción como presidente de Irán el pasado fin de semana, Occidente ha hecho el esfuerzo de ver a Hassan Rouhani como un promisorio moderado.

Apenas una semana antes de su asunción, The New York Times publicó un perfil en primera plana titulado “Presidente electo despierta optimismo en Occidente”, que comenzaba con el relato de cómo hace 11 años, como negociador nuclear, Rouhani “apartó su teléfono celular” y convenció al líder supremo de Irán, ayatolá Alí Jamenei, de suspender la marcha de su país hacia la capacidad (para producir) armas nucleares. El resultado fue un acuerdo en octubre de 2003, que se mantuvo hasta 2005.

Un ex director general del Ministerio del Exterior francés citó el acuerdo como una prueba de que Rouhani era “el único capaz de venderles algo profundamente impopular a los otros líderes”, mientras que el primer ministro iraquí, Nuri Kamal al-Maliki, les dijo a los Estados Unidos, el mes pasado, que Rouhani estaba dispuesto a iniciar conversaciones directas.

Los estadounidenses parecen haber tomado en serio la aseveración de Maliki: “La asunción del presidente Rouhani presenta una oportunidad para que Irán actúe rápidamente para resolver las profundas preocupaciones de la comunidad internacional acerca del programa nuclear de Irán”, dijo el vocero de la Casa Blanca, Jay Carney, en un comunicado.
Hasta el momento, la Casa Blanca declinó respaldar públicamente las nuevas y duras sanciones contra Irán aprobadas por la Cámara de Representantes de EE.UU., pugnando por una pausa para ver si Rouhani estará interesado en un acuerdo nuclear.

Occidente tiene la tendencia a buscar un compromiso y a creer que con un poco de buena voluntad, las rivalidades de larga data y los amargos desacuerdos pueden suavizarse mediante el diálogo y la diplomacia. Esta es una posición perfectamente razonable, que está basada en la suposición de que las personas en realidad no son tan diferentes y que los líderes de Irán ven en gran medida el conflicto con Occidente de la misma manera que los occidentales ven las tensiones con Irán.

Todo esto se refleja en la mera esperanza occidental de que todavía es posible despejar las tensiones con Irán sobre el programa nuclear del régimen y, al hacerlo, revivir el apoyo a las soluciones diplomáticas. Desafortunadamente no hay una evidencia real de que la victoria electoral de Rouhani justifique el optimismo de Occidente con respecto a una resolución pacífica de las ambiciones nucleares y la agresión hacia Israel de Irán.

El viernes anterior a su asunción, Rouhani fue citado por la agencia de noticias estudiantil iraní ISNA diciendo: “El régimen sionista es una herida que se ha asentado en el cuerpo del mundo musulmán por año y debe ser removida”.

Aun si se les creyera a los funcionarios iraníes que las palabras de Rouhani fueron “distorsionadas”, la versión oficial no fue radicalmente diferente: “En nuestra región ha habido desde hace años una herida en el cuerpo del mundo musulmán, bajo la sombra de la ocupación de los tierra santa de Palestina y la amada al-Quds” (NdR: nombre en árabe de Jerusalem).

Los mulás que gobiernan Irán y un gran porcentaje de las masas que los apoyan realmente ven la cultura secular de Occidente como un peligro inminente para su versión fundamentalista del islam chiíta. Y tienen razón. Los ideales occidentales que valoran la dignidad humana de hombres y mujeres, protegen contra la persecución religiosa y defienden la libertad de expresión son un obstáculo para la implementación del reaccionario sueño de los mulás de crear califatos en todo Medio Oriente y más allá.

No sorprende que en sus libros sobre política exterior, Rouhani menosprecie a los cristianos de Occidente por ceder ante el secularismo sin luchar, vea a la República Islámica y los EE.UU. como países atrapados en un conflicto permanente y vea a Israel como “el eje de toda la actividades antiiraníes “, según el mencionado perfil del Times.

En cambio, la elección de Rouhani debería verse como una maniobra táctica que no refleja un proceso más profundo de moderación real.

Reemplazar al ostentosamente antioccidental Ahmadinejad con un hombre con un pasado que incluye la exitoso, aunque a corto plazo, consecución de un congelamiento del programa nuclear iraní es inteligente desde una perspectiva de política exterior. Actúa en la tendencia (¿debilidad?) natural de Occidente a preferir el compromiso por sobre el conflicto y a creer que, en el fondo, todos los seres humanos quieren vivir en paz, como los occidentales.

Los iraníes tienen razón al creer que mostrar un rostro de moderación les hará ganar tiempo mientras continúan acercándose a la capacidad (para producir) armas nucleares. Pero también se les debe hacer entender a los iraníes que mientras se acercan a la irrupción nuclear, Israel se acerca al punto en el cual ve a una intervención militar como la única opción que permanece “sobre la mesa”.

Fuente:prensajudia.com