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SALOMÓN LEWY PARA ENLACE JUDÍO

Como si a Israel no le faltaran detractores ( o enemigos, que vienen siendo lo mismo), desde que asumió el poder en Turquía, Recep Tayyip Erdogan ha dedicado su tiempo a dos objetivos principales: ofrecer (porque cumplir es lo que mata) grandes proyectos a su pueblo y atacar a Israel con toda clase de argumentos trasnochados.

Enarbolando su bandera del Islam político, habida cuenta que Turquía es un país musulmán, Erdogan ha estado tratando de balancear tres intereses: el de erigirse como paladín de su idiosincrasia, el asociar su conveniencia a los intereses y modos occidentales y erigirse como la potencia estable de la región llave de ese sufrido Medio Oriente – con ramificación geográfica en Asia.

El escribidor visitó Turquía una sola vez en su vida y quedó maravillado de su gente, su arquitectura, de su configuración social, cocina y modo de vida. Pocos países en el mundo pueden presumir del carácter apasionado al extremo de los turcos.

Eran los tiempos en que los israelíes viajaban por bandadas a Turquía – dejando algunos una pésima impresión por su comportamiento. Pena ajena.

Algo pasó en el camino. Casi repentinamente, la conducta de asuntos exteriores turca – en particular respecto de Israel- derivó en confrontación mediática y, lo que es peor, en los foros internacionales se escenificaron escaramuzas políticas que hicieron dudar a los más radicales.

Lo anterior devino en una crisis del famoso barco “con alimentos” que se dirigía a Gaza, el cual los israelíes, con el costo de la censura internacional y lesiones graves a sus soldados, tuvieron que interceptar.

Los comentarios negativos y los ataques de Erdogan no se hicieron esperar, pero no sólo los comentarios: Decidió retirar a su representación diplomática en Israel, aún cuando, por el otro lado, negaba haber patrocinado el famoso barco.

Como todo buen antisemita, los ataques de Erdogan han ganado en extremismo, al grado que ha decidido acusar a los judíos de dominar los medios informativos e, incluso, los financieros. (¿Dónde oímos eso antes?)

En su intento de ganarse la voluntad de los países árabes, ha tomado partido – ojo, como jefe de gobierno – en las causas que la mayoría de éstos han esgrimido a su favor. En el caso sirio, a ratos censura a Bashir al-Assad y a ratos lo justifica; a veces se acomoda con los Emiratos Árabes y otros los censura. En ocasiones se acerca a la Unión Europea y en otras, la desautoriza. Suma y sigue.

A todo ello debemos de ver que también tiene sus detractores dentro de su esfera política interna. No está clara la fuerza que tengan estos, pero de que la oposición está creciendo, es claro.

Mas los esfuerzos de Erdogan por quedar bien con su electorado han llegado al extremo.
Uno de ellos es evidente: Culpar a Israel de la revuelta – para muchos golpe de estado – en Egipto.

El primer comentario del escribidor fue: ¡Ah, caray! No sabía que Israel tuviera tal capacidad.

Bien a bien no se sabe si los actos de equilibrismo político de Erdogan le sean suficientes para permanecer en el poder. La historia de Turquía es una muy diferente. Kamal Ataturk, considerado el padre de la Turquía moderna, hizo gala de inteligencia y fuerza para lograr su cometido. En su época, la Comunidad Judía floreció, trayendo a la palestra a no pocos notables que contribuyeron al desarrollo de ese país. En cambio, Erdogan ha tomado cualquier oportunidad para “invitar” a los pocos judíos que quedan, a emigrar.

Si el escribidor fuese persona religiosa, diría la sentencia de los siglos: “Todo aquél que ataque a Mi Pueblo, verá en cenizas su futuro”.