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SUSY ANDERMAN

El sentido de este artículo pretende exclusivamente, dar a conocer algunos aspectos de la vida de un escritor que ha dado giros en relación al tema del Holocausto. Por lo que consideramos de interés compartir con nuestros lectores esta revisión.

Posiblemente alguien podría equiparar los textos de Günter Grass con las notas de Wagner en Israel, cuando se le declaró el año pasado “persona non grata” y le fue prohibida la entrada al país por su escrito titulado Lo que hay que decir (Was gesagt werden muss,en alemán). El escritor, ganador del premio Nobel de Literatura y, tal vez, el autor alemán vivo más importante, escribió que el supuesto arsenal militar de Israel es un peligro para la paz mundial y criticó que Alemania le entregue a ese país un submarino “cuya especialidad es dirigir ojivas aniquiladoras”. Según el escritor, como lo manifiesta en ese verso, fue por sentirse bajo el “estigma imborrable” que afecta a los alemanes, en alusión a la responsabilidad histórica del país por el Holocausto frente a Israel.

Un escritor tan polémico por su historia, como él mismo lo dice: “Cuando contaba diecisiete años, con otros cien mil, vivía en un agujero en el suelo, al aire libre, en un campo estadounidense de prisioneros, sólo pensaba con astucia ansiosa, porque me moría de hambre, en sobrevivir, pero por lo demás carecía de ideas. Mantenido en la inopia con dogmas y convenientemente entrenado para metas idealistas… así nos había dejado el Tercer Reich a mí y a muchos de mi generación con sus promesas de fidelidad. “La bandera es más que la muerte”, decía una de aquellas certezas enemigas de la vida. Tanta tontería no era solo resultado de una enseñanza deficiente a consecuencia de la guerra -cuando yo tenía quince años empezó para mí, mal entendida como liberación de la escuela, mi época de auxiliar de la Luftwaffe-, sino que era más bien una tontería general que cubría diferencias de clase y de religión y se alimentaba de la autosatisfacción alemana.

Sus dogmas comenzaban más o menos así: “Los alemanes somos…”. “Ser alemán significa…”, y finalmente: “Un alemán nunca…”. Esta última frase lapidaria sobrevivió incluso a la capitulación del Gran Imperio Alemán y adquirió la firmeza tozuda de lo doctrinario. Porque cuando, con muchos de mi generación -no se hablará aquí de nuestros padres y madres- me vi confrontado con los resultados de crímenes de los que eran responsables alemanes y que, desde entonces, se resumen en la idea de Auschwitz. Me dije y dije a otros, y los otros se dijeron y me dijeron: Un alemán nunca haría algo así.”

Pareciera que en ocasiones los escritores presentan síntomas de culpabilidad, cuando en un extracto de su relato de 1938, del libro Mi siglo, se refiere de esta manera: (páginas 182-183).

“¿Sabéis qué otras cosas pasaron en Alemania un 9 de noviembre? ¿Por ejemplo hace exactamente cincuenta y un años? (sic). Como todos sabíamos algo, pero ninguno nada concreto, nos explicó la Noche de los Cristales Rotos del Reich. Se llamó así porque ocurrió en todo el Reich alemán y mucha vajilla que pertenecía a judíos resultó rota, sobre todo muchos floreros de cristal. También rompieron con adoquines todos los escaparates de las tiendas de judíos. Por lo demás, muchos objetos de valor quedaron destruidos. Quizá fue un error del señor Hösle no saber contenerse y el que, durante muchas clases de Historia, siguiera hablándonos de ello y leyéndonos en documentos cuántas sinagogas habían ardido exactamente y que, sencillamente, asesinaron a noventa y un judíos. Nada más que historias tristes, mientras que en Berlín, no, en toda Alemania, naturalmente, la alegría era muy grande, porque por fin podían unirse todos los alemanes. Pero él no hacía más que hablar de aquellas viejas historias, y de cómo ocurrieron. Y es verdad que nos dio bastante lata con todo lo que pasó aquí entonces.”

En el siguiente extracto de Escribir después de Auschwitz, Günter Grass, dice: “Ese nunca auto confirmatorio se complacía incluso en sí mismo: como algo inmutable. Porque la aplastante cantidad de fotos, que mostraban zapatos amontonados aquí, cabellos amontonados allá y, una y otra vez, cadáveres en montón, subtituladas con cifras inconcebibles y nombres de lugares de sonido extraño -Treblinka, Sobibor, Auschwitz-, sólo tenían como resultado, cada vez que el deseo estadounidense de educarnos obligaba a los que teníamos diecisiete o dieciocho años a contemplar aquellos documentos gráficos, una respuesta, expresada o no pero igualmente imperturbable: los alemanes no hubieran ni han hecho nunca, jamás, algo así.

Incluso cuando ese Jamás o ese Nunca (lo más tarde con el proceso de Nüremberg) quedaron destruidos -el ex dirigente de las juventudes del Reich, las Juventudes Hitlerianas, nos declaró libres de culpa-, hicieron falta más años para que yo empezara a comprender: nunca dejará de estar presente; nuestra vergüenza no se podrá reprimir ni superar; la imperiosa concreción de esas fotos -los zapatos, las gafas, los cabellos, los cadáveres- se resiste a la abstracción, Auschwitz, aunque se rodee de explicaciones, nunca se podrá entender.

Por mucho tiempo que haya pasado desde entonces, a pesar de todo el empeño de algunos historiadores por citar casos comparables para atribuir subrepticiamente una importancia histórica relativa a una fase desgraciada de la historia alemana, lo que se suele confesar, lamentar o decir de algún modo -también en este discurso- por una sensación de culpabilidad, lo monstruoso, referido al nombre de Auschwitz, ha seguido siendo inconcebible precisamente porque no es comparable, porque no puede justificarse históricamente con nada, porque no es asequible a ninguna confesión de culpa y se ha convertido así en punto de ruptura, de forma que resulta lógico fechar la historia de la Humanidad y nuestro concepto de la existencia humana con acontecimientos ocurridos antes y después de Auschwitz”.

Este es solo un ejercicio de mostrar los textos, el análisis viene del contexto de cada uno, y en ocasiones ante este hecho, las palabras demás vienen de sobra.

Fuente: cd informa