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MARIA FLORENCIA CARBONE

¡Poder era el de antes! “Hoy, el poder se ha hecho más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder”, dice Moisés Naím. Y en su teoría incluye a todos: desde el presidente de Estados Unidos, el primer ministro de China y el Papa, hasta las grandes empresas, las ONG, los terroristas y las fundaciones filantrópicas.

Venezolano, ex ministro de Comercio e Industria durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez, director por 14 años de la prestigiosa revista Foreign Policy , Naím es actualmente Senior Associate en el departamento de economía internacional del Carnegie Endowment for International Peace en Washington, y columnista semanal de El País de España, y La Repubblica de Italia, entre otros medios.

Su último libro, El fin del poder, que se publicará en español en octubre, analiza cómo impacta la nueva realidad en la política y la economía del mundo.

– ¿A que se refiere con “El Fin del Poder”?

-La tesis del libro es que hoy el poder está cambiando de una manera sin precedentes. El poder se ha hecho más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder. Se ha hecho más fluido y quienes lo detentaron históricamente lo hacen con menos seguridad y más restricciones. No significa que no quedan centros y personas con inmenso poder, simplemente que los poderosos de hoy pueden hacer menos con su poder que quienes estaban en esa posición hace una década o más.

-¿Por qué ocurre eso?

-Porque las barreras que protegen a los poderosos son ahora muchos más débiles, más fáciles de penetrar y socavar. El poderoso, una gran empresa, un político o un ejército son poderosos porque tienen activos que otros no tienen, algo especial que los protege y que les da ventajas sobre los rivales. Cuando se habla de poder hay que preguntarse qué es lo que tiene esa persona o institución que le da poder y que impide que otros puedan reemplazarlo. Esas barreras han venido siendo muchos menos protectoras y permiten cada vez más que quienes quieran reemplazar a los poderosos tengan más posibilidades. Y eso tiene que ver con las tres revoluciones: la revolución del Más, de la Movilidad y de la Mentalidad.

La teoría de Naím sobre esa trilogía puede resumirse de la siguiente forma:

Revolución del Más. Vivimos en un mundo de abundancia, donde hay más de todo: países, gente, armas, medicinas, computadoras, terroristas, gente que trabaja en favor de los demás, más productos, más mercados, más consumidores. Para el poder es más fácil controlar a 10 millones de personas que 100 millones. Las barreras que protegen a los poderosos son muchas veces abrumadas por la cantidad de gente, de cosas, de información, de dinero, de posibilidades.

Revolución de la Movilidad. Todo ese más se mueve más: las personas, las ideas, las enfermedades, las ideologías, las iniciativas políticas, las empresas, las inversiones.

Revolución de la Mentalidad. Es consecuencia de lo anterior. Hay un profundo cambio de valores, expectativas y aspiraciones.

– ¿De qué manera afecta el fin del poder tal como lo conocíamos hasta ahora a los organismos internacionales y a la gobernanza mundial?

-¿Qué tienen en común la crisis económica europea, el cambio climático y las masacres en Siria? Que las tres son situaciones que la humanidad intenta desesperadamente detener y no lo logra. Es el fin del poder. Y no lo logra porque en cada caso, las organizaciones internacionales, las instituciones como la ONU, el Banco Mundial y la OMC, o los organismos que se ocupan del medio ambiente, se reúnen en grandes cumbres que no logran nada. ¿Cuándo fue la última vez que la comunidad internacional se reunió y por gran mayoría -180 países- logran llegar a un acuerdo que guíe y que gobierne el mundo? Hace muchísimo tiempo, cuando en 2000 se aprobaron los objetivos del milenio.

Naím enfatiza que “el déficit más peligroso que hay en el mundo de hoy es la brecha entre la necesidad que tiene el planeta de que diferentes países actúen colectivamente y la incapacidad de los países para hacerlo. El número de problemas que no pueden ser solucionados por ningún país actuando solo, aumentó drástica y velozmente, al mismo tiempo que declinó la capacidad del mundo para actuar colectivamente y dar respuestas a problemas que requieren de acciones coordinadas entre diferentes países”.

– Hay quienes para referirse a esa fragmentación hablan de una democratización del poder.

-No hay dudas de que hay mucho para aplaudir. Este es un mundo donde los pequeños pueden desalojar del poder a los grandes, donde los recién llegados tienen oportunidades que antes estaban reservadas a los que siempre habían estado en el poder. Es un mundo de más oportunidades, donde los tiranos y autoritarios están menos cómodos. Vemos empresas muy pequeñas y recién llegadas que logran desplazar a los que han dominado un sector por décadas. Un ejemplo es lo que ocurrió con Kodak, que durante casi un siglo dominó el mercado de la fotografía, las cámaras y los film, y que hoy está en bancarrota. Casi al mismo tiempo que pasaba eso, apareció en el mercado una empresa con tres empleados que al cabo de tres años de existencia se vendió por mil millones de dólares, y que no es más que una aplicación para el teléfono: Instagram. Lo mismo pasa cuando pensamos en la primavera árabe. Estos tiranos que el mundo pensaba que eran inamovibles: Kadafi, Mubarak, Ben Ali, el mismo Assad en Siria. Se creía que tenían un control definitivo sobre sus sociedades y vimos cómo un grupo de gente tomando las calles, en las plazas, los desalojó del palacio. Son tendencias a las que hay que darle la bienvenida, sin embargo hay que estar alertas respecto de sus efectos negativos especialmente en la política nacional. Se puede llegar a situaciones en las que los gobiernos son incapaces de gobernar, no tienen el poder para llevar adelante las políticas necesarias y se ven obligados a diluir sus decisiones o a posponerlas.

-Hay muchos gobiernos -incluso en la región- que traducen esa fragmentación del poder como debilidad política y justifican así una mayor concentración de poder.

-Eso es exactamente así. No hay dudas. Hay líderes que se han vuelto muy hábiles en utilizar la democracia para socavar la democracia, lo que parece una fachada de conductas democráticas pero que en el fondo sirven para concentrar más poder y están destinadas a garantizar la permanencia y la continuidad de quienes tienen el poder. En algunos países de América latina se está viendo eso claramente, en los que menos crecen y más problemas económicos tienen, como Nicaragua, Venezuela, Ecuador, Argentina y otros. Sin embargo, en esta época aún esos gobiernos que tienen propensiones tan claras de concentrar el poder tienen que disfrazarlo. Recordemos que hace unas décadas en América latina quienes tomaban el poder de manera autocrática no sentían mayor necesidad de disfrazarse de demócratas, de llevar a cabo elecciones, de hacer toda la pantomima democrática. Simplemente tomaban el poder.

– ¿Qué salida vislumbra para, en medio de esta fragmentación tan enorme, lograr un nuevo consenso que reordene la gobernanza mundial?

-Innovación política. Es muy interesante ver cómo desde hace dos décadas nuestras vidas han sido transformada profundamente por la tecnología: la manera en la que comemos, nos comunicamos, viajamos, estudiamos, nos comprometemos, buscamos pareja y hasta nos divorciamos, nuestros sistemas de salud… ¡todo! La innovación toca cada aspecto de la experiencia humana excepto la manera como nos gobernamos. En eso ha habido un gran estancamiento que tiene una gran discrepancia con la innovación que vivimos en todas las otras facetas de nuestra vida y una gran brecha con lo que siente todo el mundo respecto de la necesidad de cambiar esa forma de gobernar. Esa combinación está generando condiciones que harán que en los años venideros -y estamos a la vista- haya una gran ola de innovación en el ámbito político.

Fuente:lanacion.com.ar