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NICOLE MUCHNIK

A menudo se explica el racismo por el miedo, el sentimiento de inseguridad, la pérdida de privilegios, el instinto de dominación o su contrario, el complejo de inferioridad. Es mucho, y no obstante ello explica poco o nada. Es así que Europa, cuna del racismo, con sus tragedias coloniales ecuánimemente repartidas según los países, y un holocausto devenido un paradigma del delirio y la crueldad, podría ser el foco de una reflexión profunda y de un progreso social y humano; pero al parecer lo que se habría podido esperar al final de la II Guerra Mundial no era más que un espejismo, una manera de anestesiar dolor tan inmenso y un sentimiento de incomprensión ante la magnitud del horror. Recordemos que Teodor Adorno o Thomas Mann, por ejemplo —en los años 1944 y 1945— creyeron que no habría porvenir alguno, sino la prosecución de la barbarie.

Porque el racismo, como su paradigma, el antisemitismo, vuelven a florecer un poco por todas partes, en paralelo con un crecimiento de la extrema derecha, como una erupción virulenta difícil de controlar.

Aparte de la crisis, Europa en su historia nunca ha sido tan próspera. Y sin embargo, en todas partes la figura del emigrado crea problemas, aunque haya desempeñado un papel indispensable en la eclosión económica de las últimas décadas.

En Francia, la comisión consultiva de derechos humanos halla, según su informe anual, “un fuerte aumento” de la desconfianza hacia los musulmanes. Actos y amenazas racistas en un 23% más que en 2012. “Por tercer año consecutivo, los indicadores de racismo han aumentado, como así la intolerancia”… “Estamos ante una peligrosa trivialización de afirmaciones racistas” a la que “Internet contribuye con fuerza”, insiste la comisión.

Más inquietante es el caso del antisemitismo, que ha registrado los máximos aumentos (58%). La ley francesa prohíbe “toda discriminación fundada en la pertenencia a una etnia, una nación, una raza o una religión”, complementada en 1990 por la ley Gassot, que prevé la represión de “actos antisemitas, racistas o xenófobos” y de la puesta en duda de los “crímenes contra la humanidad” de la II Guerra Mundial. Ahí están los hechos: en Toulouse, niños han sido asesinados por un islamista por ser judíos. En Villeurbane, en el pasado mes de junio, tres jóvenes judíos han sido atacados a golpes de martillo, por extremistas de derecha. Y –modernidad obliga– Internet es hoy el sitio del desahogo antisemita anónimo.

En mayo de 2012, la Unión de Estudiantes Judíos de Francia y varios otros movimientos antirracistas han atacado a Google para que este motor de búsqueda deje de asociar automáticamente la palabra “judío” al nombre de personalidades y persiga a los autores de tuits antisemitas. El 10 de octubre pasado, el hashtag (contraseña) “UnBuenJudío” desencadenó una oleada de tuits basura antisemitas. Twitter, una red en la que sólo en Francia debaten siete millones de internautas, se convirtió sin saberlo en “el terreno de juego antisemita”.

La judeofobia islamista nacida del problema palestino que sigue siendo crucial, tiende su mano al viejo antisemitismo de raíces católicas y cristianas. Los moderadores de los sitios Internet lo saben bien cada vez que deben bloquear los comentarios apenas algo pasa en el Oriente Próximo: Internet es hoy el gran vertedero de los odios. Y en la tendencia oficial a minimizar las agresiones antisemitas presentándolas como “tensiones comunitarias” entre judíos y musulmanes, es imposible no ver una manera de poner en un mismo nivel la ciudadanía ancestral de los judíos franceses y otra, en su mayor parte inmigrada.

Pero ¿se trata solo de Francia? Según un informe anual publicado el domingo por la Universidad de Tel Aviv, los actos de violencia y vandalismo antisemitas habrían aumentado un 30% en todo el mundo. Se citan Francia, Gran Bretaña y Canadá; y también Suecia, Noruega y los Estados Unidos, donde el lobby proisraelí conserva no obstante una influencia considerable. En todas partes, la crisis está explotada por movimientos de extrema derecha, como en Hungría o Ucrania, donde los mismos Parlamentos son sede de diatribas antisemitas. Si el antisemitismo aumenta en América Latina, es culpa del “conflicto palestino-israelí en Gaza, frecuentemente alimentado por la propaganda racista de medios de comunicación con patrocinio estatal”, escribe Andrés Oppenheimer en el Miami Tribune.

En Alemania, los neonazis están siempre activos. Desde la reunificación, en 1990, la policía les atribuye 63 asesinatos, pero investigando, Die Zeit sube la cifra a 152 víctimas. En Grecia, la organización neonazi Alba Dorada “Popular y Nacional Socialista”, consiguió 75 diputados en las parlamentarias de 2013 y publica, en nombre de la “resistencia nacional”, elogios del nazismo ilustrados con retratos de Himmler o de Hitler. La antropóloga Neni Panourgia ve la resurgencia de la extrema derecha, la xenofobia ambiente y los atentados nunca condenados contra los emigrados como un avatar de la crisis, agravada por las medidas de austeridad impuestas por Angela Merkel y la troika. ¿La explicación vale también para el antisemitismo?

“Es demasiado pronto para cantar victoria: todavía es fecundo el vientre del que surge la bestia inmunda” (Bertolt Brecht, Arturo Ui).

*Nicole Muchnik es periodista y pintora.