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LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

Israel un país de contrastes

La celebración del Día del Perdón en la liturgia de la religión judía: Yom Kipur, es una ocasión para la introspección, aunque este ejercicio debería ser cotidiano. La reflexión para pedir a Dios que perdone nuestros pecados, y a la vez nosotros perdonemos a terceros, cobra significación en el Yom Kipur porque se crea una sinergia entre todos los que ayunan ese día y realizan un acto de constricción.

Como el año anterior, acompañé a mi hija menor y a su esposo a los rezos de Yom Kipur en la noche en que empieza ese sagrado día para los judíos; concurrimos a las plegarias en el templo de las calles de Acapulco, en la Colonia Condesa, en el denominado salón juvenil, en donde existe un ambiente más solemne, los concurrentes a las mismas no murmuraron entre sí como sucede en la mayoría de las sinagogas, en donde se conforma un entorno de “mercado”. En este ámbito, aunque los rezos tuvieron un carácter, en cierta forma místico, no me llegaron al alma; debo confesar que cada vez soy más escéptico a los actos religiosos, sean judíos o católicos, en virtud de que los percibo anacrónicos y vacuos.

El ayuno en Yom Kipur es una especie de penitencia; en el ritual de ese día; no obstante, yo no lo sentí así; mas bien la penitencia fue el trayecto de mi domicilio al templo de casi dos horas, cuando generalmente es de 20 a 30 minutos; empero, esa noche era viernes y llovía copiosamente.

Un punto relevante que concluí en mis reflexiones de Yom Kipur, se refiere al creciente distanciamiento con mis hijos, fenómeno que ya he tratado previamente en otras crónicas, que se vincula a que como padres no logramos darles a los hijos un sentido de vida, lo cual no anula su egoísmo, a través del cual centran sus sentimientos en sí mismos y en sus hijos. Así, la catarsis de Yom Kipur permitió un ambiente de relajamiento y armonía en la opípara cena que nos ofreció la novia de mi hijo mayor para concluir el ayuno.

Por otra parte, las últimas tres semanas han sido aciagas para la familia; a una de mis sobrinas, hija de mi hermano mayor ya fallecido, se le declaró un avanzado proceso de cáncer; ella es madre de cuatro niños. Esta situación me parece injusta y cruel; no puedo aceptar que sea un designio divino, un mecanismo de ajuste entre la naturaleza y la humanidad. Pido a Dios que sea piadoso y realice un milagro para salvarla; dos de sus hermanos que viven en Israel vinieron a acompañarla y apoyarla; uno de ellos se alojó en mi casa. Los comentarios que me ha hecho sobre los estímulos que ha recibido de la Agencia Judía y del gobierno de Israel como Ole Jadash (nuevo inmigrante) y sobre la justicia social, que en general impera en ese país, reforzaron mi sentimiento sionista (sionismo, movimiento político internacional que desde sus inicios, a finales del siglo XIX propugnó por el restablecimiento de una patria para el pueblo judío en la tierra de Israel). A pesar de que la ciudadanía israelí se caracteriza por ser polémica en su cotidianeidad, existe un profundo espíritu de solidaridad entre sus habitantes, derivado de sus raíces judías y de la constante amenaza de guerra en la que viven; esto es bien conocido por el mundo externo y creo que muchas veces es causa de envidia que puede desembocar en sentimientos antisemitas.

Mi sobrino también me cuenta de la eficiencia en la utilización de los recursos naturales en Israel, que en muchos casos son escasos, como el agua. En el contexto descrito, Israel enfrenta múltiples conflictos sociales y políticos, en buena parte derivados del multiculturalismo existente que frecuentemente causa fenómenos de discriminación, intolerancia, corrupción y desmanes. Menciona que en particular, de la última ola de inmigrantes rusos a Israel, una buena parte de ellos sin ser de origen judío; se hicieron pasar como tales, son gente oportunista, de bajo nivel cultural, limitada preparación laboral, adictos al alcohol, entre otras cosas, que han enturbiado el ambiente social y laboral coadyuvando a abaratar el nivel general de salarios, el cual también recibe el impacto de los más de 100,000 inmigrantes ilegales provenientes de Gabón, Somalia, Sudán y otras naciones de África Central y Occidental, principalmente, que en condiciones paupérrimas se internan a través del desierto del Sinaí a Israel.

Mi sobrino me indicó que los ilegales africanos ha provocado criminalidad en Israel; una parte de ellos se han asentado en torno a la antigua Central de Autobuses de Tel-Aviv; zona a la que ni la policía se atreve a ingresar.

Asimismo, los grupos religiosos, especialmente los ultra ortodoxos, que con una mentalidad medieval y una acentuada misoginia, han creado fuertes tensiones sociales que entorpecen la libertad de la población laica y de los religiosos liberales y además pesan en forma importante en las finanzas públicas, por los subsidios que reciben e incluso amenazan la seguridad nacional.