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ESTHER SHABOT

Enlace Judío México | La Organización de las Naciones Unidas (ONU) cumplió el 24 de octubre pasado 68 años de haberse fundado. En aquel año de 1945 y recién terminada la Segunda Guerra Mundial, fueron 51 países los que la integraron con el objetivo declarado de echar a andar un organismo internacional que se ocupara de promover y mantener la paz en el mundo, lo mismo que de cumplir con funciones humanitarias, educativas y culturales que coadyuvaran al desarrollo de los pueblos. Y sin embargo, con todo lo que se puede documentar acerca de los logros de la ONU en estas casi siete décadas, también es voluminoso su expediente en cuanto a sus limitaciones, pifias y defectos estructurales que ensombrecen su imagen y revelan cómo la hegemonía imbatible de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad (CS) aunada a la “politiquería” practicada en sus pasillos y salones por bloques que conforman mayorías automáticas dentro de la Asamblea General, han distorsionado, a menudo caricaturescamente, las funciones para las que presuntamente fue fundada.

Una voz de alarma reciente acerca de la decadencia de la ONU se hizo oír pocos días antes de la celebración de este último aniversario. Arabia Saudita había estado pugnando por obtener uno de los diez asientos temporales que cada dos años cambian de dueño en el CS, pero luego de conseguir ese objetivo anunció repentinamente que renunciaba a él. Textualmente señaló que “Arabia Saudita se rehúsa a ejercer su membresía en el CS hasta que éste se reforme a fin de cumplir efectiva y prácticamente con sus tareas y responsabilidades de mantener la seguridad internacional y la paz”. Específicamente se quejó de la inoperancia de la ONU para resolver el conflicto israelí-palestino y para poner fin a la sanguinaria guerra civil que desde hace dos años y medio priva en Siria con un saldo hasta la fecha de más de 100 mil muertos.

A raíz de esta decisión han abundado los comentarios acerca de la disfuncionalidad que representa el poder de veto que poseen los cinco miembros del CS (Estados Unidos, Rusia, China, Francia e Inglaterra). Buena parte de la crítica señala que el veto se ha ejercido menos para resolver realmente problemas y conflictos internacionales graves y más para beneficiar los intereses geoestratégicos de cada uno de sus integrantes. De hecho, el registro histórico indica que ha habido episodios en que cuando alguna de estas cinco potencias consideró imperioso actuar en cierto sentido, pero enfrentó el veto de alguno de los otros cuatro integrantes del CS, cínicamente se brincó las reglas y lo hizo. Ejemplos: el bombardeo ruso de Georgia en 2008 y las intervenciones militares estadunidenses en Kosovo e Irak. Y es que en efecto, si bien el veto puede ser un instrumento de equilibrio entre poderes en ciertos casos y momentos, en otros ha funcionado como sustentador de una parálisis que promueve el congelamiento de situaciones graves.

Por otra parte, existen también quejas de muchos de los países que no forman parte de este estrecho abanico de potencias que conforman la crema y nata del CS. El presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma, se ha referido recientemente al CS como un organismo “antidemocrático, no representativo e injusto hacia las naciones en desarrollo y los países pequeños”. De igual manera, en septiembre el presidente chileno, Sebastián Piñera, habló ante la Asamblea General de la necesidad de eliminar el poder de veto de los cinco grandes, señalando que dicho poder “refleja un mundo que ha dejado de existir”. También sugirió que el CS aumentara su número de miembros permanentes para admitir en él a países como Brasil, Alemania, Japón e India en la medida en que representan a extensas poblaciones y contribuyen sustancialmente al presupuesto de la ONU. Las propuestas de cambios en la estructura y normatividad de la ONU son muchas, quizá no todas funcionales o pertinentes. Y sin embargo, hay cada vez más consenso de que después de 68 años de vida los cambios son imperativos y es necesario trabajar en ese sentido.


Fuente:excelsior.com.mx