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ESTHER SHABOT

Enlace Judío México | La república turca, eminentemente secular que Kemal Ataturk fundó en los años 20 del siglo pasado se va disolviendo poco a poco para dejar en su lugar a una república en la que el Islam interviene cada día más en la vida pública y se incorpora como punto de referencia fundamental para el ejercicio de las políticas gubernamentales. Así, si Ataturk en su tiempo forzó con el peso de su poder la separación entre Estado y religión, hoy el movimiento se da en sentido inverso de una manera especialmente clara. El primer ministro Erdogan y su partido, el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo), son los impulsores de una serie de reformas que van en ese sentido, montados en la cresta del resurgimiento de la fuerza que ha cobrado el Islam militante en el escenario internacional, y en los éxitos económicos de Turquía a lo largo de la última década.

Uno de los episodios recientes que ilustra esta tendencia es la decisión emanada de una reunión entre Erdogan y su partido, de clausurar en el país las residencias estudiantiles donde habitan juntos hombres y mujeres; no sólo las financiadas por el Estado, sino también las residencias privadas usadas con ese mismo propósito. El criterio islámico de separación necesaria, y por tanto obligatoria, de los sexos, es el que está detrás de esta decisión que por supuesto ha causado alarma y protestas en círculos liberales turcos. Incluso entre el propio ámbito conservador perteneciente al AKP están empezando a mostrarse ciertas fisuras, ya que algunos de sus miembros detectan que con la imposición de estas nuevas normas se está atentando contra principios democráticos referentes al respeto a la vida privada de los ciudadanos. El razonamiento de estos críticos es que, si se ha defendido el derecho de las mujeres a vestir el velo islámico en público bajo el principio de la libertad de decisión personal, de igual modo es legítimo respetar las modalidades de convivencia que la gente (en este caso los estudiantes) elige.

Otra situación que ilustra hacia dónde se dirige el régimen de Erdogan en estos temas es la reciente declaración del viceprimer ministro Bulent Arinc de que tiene la esperanza y el propósito de que pronto el recinto que alberga al Museo Hagia Sophia de Estambul (que antes de la conquista turca de ese territorio en el siglo XV era una iglesia cristiana) vuelva a ser una mezquita. Ya otros dos recintos usados con fines culturales en Iznik y en Trabzon han sido reconvertidos en mezquitas, y eso, para el ministro Arinc, sirve de justificación para continuar en esa línea. Lo que revelan estas decisiones de islamizar espacios públicos dedicados a otros menesteres no es otra cosa que la muestra del carácter esencial del régimen de Erdogan, para el cual la religión debe estar integrada al funcionamiento y decisiones del Estado en calidad de eje normativo fundamental.

Los sectores críticos de la población turca hacia estas medidas han manifestado su alarma no sólo por los inconvenientes que les crean en cuanto a su estilo de vida cotidiana, sino también por el talante autoritario con el que están siendo impuestas. Porque si bien el gobierno de Erdogan fue producto de elecciones democráticas, la forma como poco a poco se han venido armando e imponiendo las mencionadas reformas no se corresponde con prácticas democráticas, sino que obedece a decisiones verticales de la élite gobernante, la cual actúa sin los contrapesos que normalmente caracterizan a una sociedad que se precie de no ser una dictadura. Así las cosas, y a pesar de los éxitos económicos de Turquía, la vía elegida por este país para normar su vida política, social y cultural lo está alejando cada día más de la posibilidad de su integración a la Unión Europea.

Fuente:excelsior.com.mx