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Después de la clausura del Talmud Hierosolimitano, surgieron las persecuciones contra los judíos de Eretz-Israel. Las yeshivót o academias de estudios religiosos se hallaban en decadencia, y la vida espiritual judía restringida. Poco a poco desaparecieron los sabios, siendo sustituidos por una clase de guías espirituales llamados predicadores (darshaním).

Los predicadores disertaban en los templos los sábados y días festivos. Explicaban el contenido de la Torá, la comentaban, narraban cuentos bíblicos y talmúdicos y, haciendo uso de las múltiples leyendas, proverbios y refranes, alentaban el ánimo del pueblo, predicaban la moral y comentaban los mandamientos de la ley. Este nuevo sistema de enseñanza duró casi siete siglos. Sabios y conocedores de la materia juntaron esas derashót (predicaciones) y formaron el Midrásh.

El Midrásh se divide en dos partes: el Midrásh Halajá, que se refiere a la legislación y a la vida ritual; y Midrásh Agadá que trata valores narrativos y éticos. El Midrásh encierra un rico material literario, y constituye una creación muy importante apregada a la evolución del pueblo a través de las generaciones. El Midrásh es una expresión de fe y una antorcha de consuelo e inspiración. Generaciones enteras de judíos nutrieron su alma con el contenido sencillo pero alentador del Midrásh.

Existen varias colecciones de midrashim para los libros de la Bliblia. El más importante es el midrásh Rabá (el  Gran Midrásh), que abarca la Torá y los Cinco Rollos (Cantar de los Cantares, Ruth, Lamentaciones, Eclesiastés y Esther).