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ESTHER SHABOT

Enlace Judío México | Los combates y las cifras de muertos, heridos y desplazados siguen multiplicándose en Siria, todo ello agravado en estos últimos días por las fuertes nevadas que han azotado a la región. A pesar de que Ban Ki-moon anunció recientemente que el 20 de diciembre se emitirán las invitaciones a los distintos grupos convocados para reunirse en la denominada Conferencia de Paz de Ginebra II, prevalece un escepticismo generalizado acerca de lo que esta reunión podrá conseguir a fin de detener la guerra civil en Siria. Buena parte de las dificultades del caso sirio no sólo proviene de la fuerza que aún posee el régimen de Al-Assad para controlar, reprimir y recuperar espacios, y de, por otro lado, la caótica atomización de las agrupaciones rebeldes cuyos intereses e ideologías difieren entre sí de manera a menudo radical. También interviene decisivamente en este conflicto el escalamiento en la confrontación a nivel regional entre el mundo islámico sunnita y el chiita. En cierta forma el chiísmo del que proviene el clan de los Al-Assad, y el sunnismo que identifica a las fuerzas rebeldes han sido capaces de provocar ondas expansivas reproduciendo e intensificando este conflicto más allá de las fronteras sirias.

Una de las muestras de esto es lo que está ocurriendo en Líbano. Ahí, el jeque Hassan Nasrallah, máximo líder del Hezbolá que representa al chiismo libanés y que interviene directamente en Siria en apoyo a las huestes de Al-Assad, acaba de acusar a Arabia Saudita de haber financiado a los terroristas suicidas que el 19 de noviembre realizaron atentados en una zona chiíta de Beirut, específicamente contra la embajada de Irán. Nasrallah, en entrevista televisada, se refirió a los servicios de inteligencia dirigidos por el príncipe saudita Bandar bin Sultán, como los responsables de tales actos terroristas, lo mismo que de diversos operativos antiAl-Assad ejecutados en Siria.

En ocasiones previas Nasrallah nunca había mencionado por nombre a Arabia Saudita en sus acusaciones, y el hacerlo ahora revela hasta qué punto se ha profundizado la crisis en las relaciones entre ambas partes. Además, el jeque chiita acompañó su discurso con una defensa a ultranza de su padrino iraní, señalando que el reino de Riad estaba recurriendo al terrorismo como producto de su enojo ante el acuerdo de Ginebra celebrado entre Teherán y el G5+1 en torno al programa nuclear iraní. Las cartas se han abierto así totalmente. Ya desde fines de noviembre el Consejo de Cooperación del Golfo que agrupa a naciones afines a Arabia Saudita, había anunciado la imposición de sanciones adicionales contra Hezbolá debido a la intervención de ésta en la guerra siria.

Así las cosas, la proyectada Conferencia de Ginebra II no ofrece motivos para el optimismo. Siria se ha convertido en el campo de una guerra abierta no sólo entre sus habitantes sunnitas y chiitas, sino también entre estas dos corrientes islámicas en el resto de la región. Así como ocurre en Irak, donde desde hace mucho se suceden cotidianamente bombazos y actos de insólita violencia entre esos dos segmentos de población, la tendencia que se perfila en muchas zonas del mundo árabe que conjugan sunismo y chiismo es parecida. Indudablemente los gigantes que representan por excelencia a cada una de estas corrientes —Arabia Saudita e Irán— no sólo tienen metidas las manos hasta el fondo en Siria, sino que también se están encargando de proporcionar el combustible y atizar el fuego en cualquier parte donde existen condiciones para medir sus fuerzas y proyectar sus intereses. Todo lo cual presagia por desgracia, más caos y más violencia en esta ya de por sí convulsa región.

Fuente:excelsior.com.mx