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MAURICIO MESCHOULAM

Enlace Judío México | Tres años hace que en el país del Nilo desbordaban las promesas. Las imágenes corrían a raudales por todo el mundo. Civiles y soldados, niños y jóvenes, musulmanes y cristianos, religiosos y laicos, mujeres y hombres de todos los estratos sociales, marchaban juntos clamando por el cambio. La ola llegaba desde Túnez, pasaba por El Cairo, y se corría a dieciocho países de la región. Con pocos días de diferencia, dos dictadores caían alimentando el entusiasmo de millones. Rápidamente, el movimiento era bautizado como la Primavera Árabe y hallaba en Egipto lo que quizás fue su símbolo más importante y máxima expresión. En el fondo, sin embargo, otras fuerzas de ese país maquinaban un destino diferente. Estas fuerzas trabajaron arduamente en este 2013.

Este año será recordado como el año del golpe de estado “en el nombre de la revolución”, el año en que las manifestaciones “no autorizadas” fueron prohibidas, el año del retorno de un antiguo régimen que ni es tan antiguo ni se puede decir que jamás se marchó.

A la luz de lo que ha sucedido, podríamos decir que si los militares no lo tenían todo planeado, al menos han tenido una capacidad de reacción francamente impresionante. El objetivo fue siempre mostrarse ante el mundo como un ejército benevolente, como los facilitadores del cambio, los garantes de la revolución.

Primero depusieron a Mubarak pues el dictador ya no era útil a la estabilidad en el país, ni mucho menos a la supervivencia del régimen que ellos pretendían proteger. Luego, prometieron elecciones, y en efecto, lo cumplieron. Sin embargo, cuando observaron que el resultado de las mismas era el fortalecimiento de la Hermandad Musulmana, su vieja enemiga, decidieron atacar con todo lo que tenían. Entonces emplearon al poder judicial, un remanente del antiguo régimen, para disolver al parlamento de mayoría islamista y neutralizar con ello las primeras elecciones democráticas en ese país. Posteriormente, ante la realidad de los votos, no tuvieron alternativa que permitir a Morsi, un hermano musulmán, tomar la presidencia y le dejaron gobernar a condición de que no tocara sus salvaguardas y sus privilegios.

Es verdad que Morsi cometió muchos errores políticos y se mostró como un presidente ineficaz que buscó aprovecharse de la legitimidad que le habían otorgado los votos para adjudicarse poderes extraordinarios. Era la forma, quizás torpe, que encontró para colocarse por encima de los jueces y del antiguo régimen que estos representaban. Sin embargo, en su lucha por deshacerse de los amos del país, también se ganó la enemistad de una buena parte de la sociedad, y por supuesto, la del sector laico liberal que había iniciado el movimiento de la primavera en aquél 2011.

Así, el pasado mes de junio, millones de personas salieron a la calle a exigir su renuncia. Ello dio el pretexto ideal a los militares para regresar a escena y terminar no solo con Morsi sino con toda la fuerza de la Hermandad Musulmana. De ese modo, ante el festejo de millones, depusieron a un presidente que con todos sus errores y decisiones ilegítimas, había sido electo a través de los votos. Luego, lo aprehendieron a él y a los más importantes líderes de la Hermandad Musulmana, reprimieron las manifestaciones, castigaron con las armas y la sangre a miles de civiles. Una vez hecho eso, decretaron a ese grupo político como organización prohibida y ahora, esta semana, como grupo terrorista, confiscando sus bienes y golpeándolo con todos los medios a disposición del estado.

Si bien en un principio el gobierno de transición que sustituyó a Morsi logró obtener el apoyo de la mayoría de los sectores políticos, cuando enseñó su verdadera faz, personalidades simbólicas como el premio Nobel Mohammed El Baradei -un representante del sector liberal- tuvieron que renunciar en señal de protesta.

Egipto en 2013 se muestra como el país con uno de los movimientos de contrarrevolución más sofisticados de toda la región pues se auto-exhibe como revolucionario. Toda la idea es lograr persuadir al pueblo egipcio y a las naciones del mundo de que se trata de un proceso que eventualmente terminará por consolidar la democracia y garantizar las libertades para la ciudadanía, y de que cada paso que se ha dado ha sido justamente en esa dirección. Mientras más se convenza la gente de que la revolución ya ha ocurrido, más fácil es seguir disfrazando y garantizando la supervivencia del régimen.

En la realidad, el poder lo mantienen los militares auxiliados por jueces y por aliados políticos y económicos de tiempos de la dictadura. Entre todos han logrado por ahora aislar y neutralizar a la Hermandad Musulmana. Pero sus maniobras dejan varios huecos que tendrán que enfrentar en los meses que siguen: Primero, la radicalización de una porción del sector islamista que ahora ve el camino democrático como inútil para conseguir sus metas y que está ya empleando medios violentos para lograrlas. Segundo, una complicada situación económica que difícilmente podrá atender varios de los factores estructurales que originalmente contribuyeron a los movimientos de protesta de la Primavera Árabe. Por último, el descontento de un sector laico liberal que por más que lucha, marcha, protesta y tuitea, se da cuenta de que Egipto, más que el país del cambio, es el campeón de las primaveras traicionadas.

@maurimm
Internacionalista

Fuente:eluniversalmas.com.mx