Arnoldo-Kraus

Enlace Judío México | Las vidas y los mensajes de algunos libros no son efímeras. Sus vidas dependen del número de lecturas y de sus legados. Esas vidas, y las historias previas a su compra, los convierten en compañeros. El papel, las pastas duras, sus lomos, el tiempo de lectura, los motivos de la compra, las razones por las cuáles se colocó en la sección literatura europea en vez de literatura contemporánea conforman una relación sui generis: la del lector que busca, la del autor que expone y la del libro que se entrega sin miramientos ni condiciones. Ese triángulo añejo es sano y bienhechor: sus nexos devienen sabiduría y construcción.

Los autores, y sus libros, se convierten en compañeros cuando el alma máter del libro se instala en el alma mater del lector. Son compañeros imprescindibles cuando sus huellas penetran la vida del lector y cuando éste, arrobado y seducido por su contenido, pregunta, a solas, o acompañado, ¿quién es el escritor?, ¿quién es esa persona cuyas palabras inquietan, pregunta y mueven? Libro y movimiento son sinónimos: las palabras cambian a las personas, cambian su ser y modifican su lugar.

Los libros que aguardan en las repisas de las casas o en los estantes de las librerías contienen historias. Las historias de los libros caseros son únicas. El vínculo entre ellos y el lector, cuando la lectura incidió en la forma de ser, actuar y pensar, es una especie de contagio; cuando el mensaje es trascendental el contagio se transforma en epidemia. Contagiar libros y compartir su alma mater es uno de los últimos y escasos recursos a favor del ser humano. Contra la tiranía, contra la insensatez del mundo contemporáneo y contra la inefable estulticia y bajeza de quienes dominaron y dominan el mundo, sean políticos o religiosos, los libros, aunque poco pueden, de algo sirven.

Aunque poco pueden los libros, no hay otros recursos en el horizonte para detener, o al menos paliar la enfermedad del mundo. ¿Cuáles podrían ser otros recursos?: Mandela, Gandhi y el Che Guevara han muerto; Olaf Palme e Isaac Rabin fueron asesinados, las Pussy Riot fueron encarceladas, Jan Palach se inmoló y, al mirar y vivir la crudeza del mundo contemporáneo, la vieja sentencia de Nietzche, atribuida por algunos a Hegel, “Dios ha muerto”, me remiten a la misma pregunta: además de los libros, ¿con qué recursos cuenta el ser humano para atemperar el Mal? Debido a esa desazón, y porque los libros son esperanza, escribo sobre los libros de papel.

Sea por nostalgia, por edad, por costumbre o por compartir la vida con los libros de papel me decantó por ellos y no por los electrónicos. No desprecio la pujanza de los libros electrónicos encerrados en las computadoras, en el Kindle o sucedáneos. Son atributos innegables su precio, el espacio que ocupan, la facilidad para llevar varios a la vez sin cargar, así como para aumentar el tamaño de las letras y su valor ecológico (no se talan árboles, no requieren tinta). Sin embargo, los electrónicos, a diferencia de los de papel, adolecen de alma y carecen de sus beldades.

Empiezo por el tacto, sigo con la mirada. Tocar es una cualidad humana. Los amantes lo saben, los enfermos lo buscan. Infinidad de relaciones se inician por medio del tacto. La del lector y el libro es una de ellas. No es infrecuente observar el cuidado con el cual algunos lectores se acercan a sus libros: como los cargan, como cuidan las pastas, como los subrayan —con lápiz mejor— y como los guardan. Cuando portadas, solapas, fajas y contraportadas son adecuadas, atrapan: algunos libros se compran y muchos se recuerdan por esa razón. Buscarlos en los estantes, a partir del lomo, y compartirlos porque la portada remite al contenido es un dèjá vu exquisito. Prestar un libro, subrayado, con recortes de periódico, o con servilletas, o boletos de metros o de museos entre sus páginas son partes del alma de los libros de papel.

La vida de los libros no es efímera. Bien lo sabían los sátrapas alemanes presos de ellos y del nacional socialismo cuando hicieron piras con libros peligrosos, sobre todo, de autores judíos. Lo saben también los adictos a los libros: son una forma de vida. Las librerías, sus bancos y tapetes son testigos: Aunque muchos lectores las abandonan, después de dos o tres horas, sin libros en sus manos, las imágenes de las portadas y las lecturas de las cuartas de forros son invitaciones para regresar a casa y leer alguno de los cientos de libros apilados que aguardan a su dueño.

*Médico

Fuente:eluniversalmas.com.mx