Arnoldo-Kraus

ARNOLDO KRAUS

Enlace Judío México | En el libro Contra el fanatismo, del escritor israelí Amoz Oz (Siruela, 2003), leo, “El fanatismo es más viejo que el islam, que el cristianismo, que el judaísmo. Más viejo que cualquier Estado, gobierno o sistema político. Más viejo que cualquier ideología o credo del mundo. Desgraciadamente, el fanatismo es un componente siempre presente en la naturaleza humana, un gen del mal, por llamarlo de alguna manera”.

Aunque Oz no es científico me adhiero a su argumento. De ser veraz su hipótesis, “un gen del mal”, pocas son las esperanzas: imposible sanar al mundo si la condición humana contiene determinantes genéticas asociadas al Mal (con mayúscula) o al fanatismo, realidad contemporánea e in crescendo del Mal. ¿Descubrirán en el futuro los científicos variantes genéticas similares que codifiquen para el Mal y para el fanatismo?

La idea de Oz se cruza con la tesis de Kant. El filósofo pensaba que el Mal estaba determinado onotogénicamente, es decir, desde la raíz: “El hombre es malo por naturaleza”, escribió Kant. De ser ciertas las ideas anteriores, y otras, no puedo eludirlas, como la multicitada de Thomas Hobbes, Homo Homini Lupus, “el hombre es un lobo para el hombre”, es necesario considerar los desastres ocasionados por el ser humano como parte de su naturaleza, de su forma de ser: devastar es parte de la condición humana.

Ese panorama, cierto para mí, equivocado para quienes profesan alguna fe o se regodean en los avances científicos y tecnológicos, se sostiene precisamente en la cuestionable utilidad de la sabiduría y el conocimiento generados por los mismos seres humanos, sobre todo, si se escruta el mundo, como decía el premio Nobel Joseph Brodsky, “a través de la pobreza y la culpa” –Brodsky no se refería a culpas religiosas, sino al resultado negativo de conductas humanas. Erróneo, además, no relacionar algunas catástrofes de la naturaleza– tsunamis, maremotos, deshielos- con las actividades del ser humano, y, erróneo también, soslayar la realidad: las naciones pobres, y los pobres dentro de los pobres, son las principales víctimas de la Naturaleza.

De ser veraces las ideas previas el panorama es desolador. Morir por hambre, o por consecuencias de guerras en la actualidad, difiere de los crímenes de lesa humanidad del pasado, debido a que el progreso y las instituciones encargadas de velar por la salud del mundo no han sido suficientes para minimizar la pervivencia de algunos sátrapas en pleno ejercicio. Dos ejemplos vivos.

En Corea del Norte, algunos hijos, sin importar que la madre terminase ahorcada, han llegado a delatarla “a cambio de una porción de arroz”; en ese bastión estalinista, de acuerdo a Naciones Unidas, perviven 100.000 internos en campos de exterminio, similares a los campos nazis. En Siria, “la atroz indiferencia”, como la llama Le Monde, ha permitido que once mil sirios menores de 16 años muriesen desde el inicio de la guerra civil. “La atroz indiferencia” se refiere a la amistad y protección que guarda China con ambas naciones y Rusia con el régimen de El Asad.

La “otra” atroz indiferencia es la de los testigos, es decir de todos aquellos, quienes, por tener el derecho y el privilegio de la información –quien escribe artículos periodísticos o quienes lo leen-, seamos cómplices de esa indiferencia. La costumbre de acostumbrarnos a que la violencia y las muertes no nos agobien ni incomoden, porque los destinatarios son lejanos o desconocidos es alarmante. Acostumbrarse a una dosis de barbarie diaria es cuna de la indiferencia y corresponsable de la multiplicación del Mal.

Sí en verdad existe un “gen del mal”, o sí dañar es condición intrínseca de la especie humana, modificar el rumbo de nuestras acciones es complejo o imposible. El ser humano ha creado religiones, saberes y conocimientos formidables. Aunque ni los credos ni la sabiduría son antídotos contra el Mal, de “algo” han servido. Sin embargo, ese “algo” es pequeño cuando se contrapone con los resultados de la “atroz indiferencia” o con el número de cadáveres de niños inocentes apilados por doquier.

El intríngulis es insalvable. Dos realidades. Primera. Conocimiento como bien humano (bien aplicado) y moral religiosa como característica humana (bien aplicada). Segunda. Conocimiento como arma y madre de guerras y fanatismo como lectura equivocada de la religión. Ambos escenarios son vigentes. La realidad coreana, siria, haitiana, palestina, la de los migrantes, la de los habitantes de las serranías oaxaqueñas es apabullante. Amos Oz escritor sabe lo que la ciencia aun no demuestra: los genes del mal existen.

*Médico

Fuente:eluniversalmas.com.mx