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LEO COHEN PARA ENLACE JUDÍO

Enlace Judío México | La semana pasada conmemoramos en Israel Yom Hashoá, el día del Holocausto. Es quizá una perogrullada decir que este día fue instituido en el calendario judío e israelí como un día dedicado a la memoria, al recuerdo de aquellos que ya no tienen voz, a todos los seis millones de judíos asesinados por los nazis. Sin embargo, la pureza de la memoria se ve cada vez más empañada por intereses políticos y afirmaciones que ponen en cuestión las genuinas motivaciones de aquellos que nos llaman a recordar. Un párrafo del discurso del Primer Ministro israelí en la ceremonia que abrió los eventos de Yom Hashoá en Yad Vashem, pasó relativamente desapercibido para el público general. Ahí, Binyamín Netanyahu, expresó lo siguiente:

“Mi obligación máxima es asegurar que no haya otro Holocausto… desde este lugar he dicho muchas veces que está a nuestro cargo identificar a tiempo un peligro existencial y actuar contra éste también a tiempo. Esta noche me pregunto ¿por qué en los años previos al Holocausto la mayoría más significativa de los líderes del mundo, así como la gran mayoría de los líderes de nuestro pueblo no fueron capaces de discernir el peligro por anticipado? Ellos escogieron no mirar la verdad, porque no quisieron confrontarse con las consecuencias de la verdad”.

Como se hizo evidente al final de su discurso, las palabras del primer ministro iban dirigidas a la cuestión iraní. Pero más allá de la controversia que suscita la posición militante o moderada que Israel debe de tomar con respecto de la amenaza iraní, me pregunto si acaso es legítimo –moralmente legítimo- colocar a los muertos al servicio de un plan o aventura política o militar. Ciertamente, resulta hasta cierto punto escandalosa la estatura política que se adjudica Netanyahu a sí mismo como guardián del presente y el futuro del pueblo judío. Incluso con respecto del pasado. Tal vez habría que lamentar que Binyamín Netanyahu no haya nacido 60 años antes. Así, podría haberse evitado la Shoá.

Pero más ruidosa y desvergonzada resulta la acusación de que la gran mayoría de los líderes de nuestro pueblo no fueron capaces de discernir el peligro por anticipado. Parece mentira, pero en el 2014 el Primer Ministro de Israel es quien nos viene a recordar que los muertos aún necesitan abogados. Bien lo ha dicho hace ya muchas décadas Alain Finkielkraut: “tenaz leyenda la de la pasividad judía, mito abyecto y peor que el olvido: trata, en efecto, a las víctimas del genocidio como colaboradores de su destrucción.” Los líderes judíos de aquel entonces, según se deduce de las palabras de Netanyahu, se negaron a reconocer su destino por puro y simple rechazo de la realidad. De nueva cuenta, la indefendible y escandalosa arrogancia que emplaza ante tribunales abstractos a los judíos de aquel entonces, a sus líderes, por su falta de visión, por su falta de claridad. Mirando hacia atrás, el razonamiento es impecable, pero idiota. ¿Por qué extraño motivo estos judíos no se despertaron a tiempo? ¿Por qué no tomaron unos cuantos cursos de ciencia política, de historia, para poder vislumbrar el peligro que para Netanyahu era tan obvio?

En efecto, con este tipo de expresiones, Netanyahu muestra su clara tendencia a anexarse a los muertos, a ponerlos a su servicio y al servicio de su proyecto político. Es preciso volver a citar las palabras de Finkielkraut, de que “la memoria no consiste en subordinar el pasado a las exigencias del presente ni en adornar la modernidad con unos colores que la dramaticen. Si el futuro debe ser la medida de todas las cosas, la memoria es injustificable, pues al dedicarse ésta a reunir los materiales del recuerdo, se pone al servicio de los muertos y no al revés.” Netanyahu no fue capaz de dejar pasar este día –un sólo día- el de la Shoá- para recordarnos su sabiduría y pavonearse de su estatura política, para convertir a los muertos en muertos útiles, en vez de guardar silencio y servirlos a ellos, porque a ellos no les queda nada, salvo nuestra memoria.

 

 

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