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LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

Vejez Productiva. Tecnologías Digitales

Enlace Judío México | Hace dos semanas comentaba con un amigo de mi edad (73) que en la etapa de la vejez la capacidad del organismo para recuperarse de enfermedades o lesiones es menor a la de una persona de 50 ó 60 años. Esto vino a colación porque me caí del sillón de mi escritorio y me golpeé una costilla con el brazo de un sofá. Si esto le hubiera sucedido a un joven de 20 años, se levantaría y proseguiría con sus actividades normales; en cambio a mí el doctor me mando reposo por quince días y un tratamiento de calor en la parte lesionada. He mejorado y empecé nuevamente a nadar, empero, el dolor persiste.

En este contexto, Berhard N Schumacher (BNS) de la Universidad de Friburgo, Suiza, considera que la vejez implica una lenta degradación del ejercicio de la autonomía, del discernimiento y de la toma de decisiones; de aquí que en el mundo occidental, particularmente en las naciones desarrolladas, se enfatiza el concepto de envejecer sin volverse viejo, ser un viejo joven, que significa que el individuo no se convierta en este proceso en algo pasivo, sino que lo controle en vista de prolongar su esperanza de vida. El “managment” del envejecimiento se centra sobre todo en aquello que aparece de la manera más evidente: el cuerpo como un objeto que se puede modelar a través de deportes, actividades culturales, viajes y estímulo de las facultades mentales (memoria), salud (medicina preventiva), cuidado del aspecto a proyectar (vestimenta y limpieza) y mantener una vida social razonable. Se trata de “el bien envejecer, en condiciones físicas y mentales satisfactorias”.

Es importante que en la vejez las personas dejen de preocuparse por la situación financiera de parientes; y hasta donde sea posible, tengan una vida independiente, no vivir con los hijos. Un signo relevante de una vejez digna es la reconciliación con la vida, olvidarse de los rencores contra parientes, los vecinos y los colegas; “endulzar los rencores”. Una vejez digna determina quitarse la intolerancia, no arrepentirse de lo que se hizo o se dejó de hacer en el pasado; aceptar el papel que se debe desempeñar en esta etapa de la vida, no pretender realizar cosas para las cuales ya no se tiene la capacidad. Es preciso entender que el envejecimiento conduce inexorablemente a la muerte, esta es finalmente la misión de la vida del hombre.

En este marco, las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) empleadas sin excesos, pueden hacer más grata y productiva la vejez; en este sentido, he observado que en el ambiente de la tercera edad, en el que yo me desenvuelvo, existen tendencias variadas en el uso de las TIC; un número relativamente importante de personas viejas las manejan con agilidad, y en algunos casos, tienen conocimientos tecnológicos avanzados en la materia, la mayoría conocen las herramientas básicas, como es mi caso; percibo que son pocos los “que son negados para la computación”, e incluso, rechazan cualquier contacto con la misma. Confieso que me he rezagado en los conocimientos que tengo sobre las TIC, y empiezo a sentirme a veces un analfabeta funcional en este tema, dificultándoseme diferentes lecturas; ya no entiendo parte del lenguaje sobre cualquier tema porque en todos se entremezclan términos y procesos que tienen que ver con las mismas; ¿y qué decir de la dificultad que experimento para realizar una serie de trámites oficiales que solo se pueden hacer en internet? También el acceso a la información que requiero para mis columnas editoriales o artículos se ha reducido por falta de conocimientos de las TIC. Siento frustración, que a diferencia de mis hijos u otros amigos, fácilmente disfrutan de música, películas, obras teatrales y otro género de materiales de manera gratuita. Me encuentro estancado por el desconocimiento de los dispositivos informativos; entiendo conceptualmente las funciones e interrelaciones entre estos últimos, empero, enfrento una especie de bloqueo mental para implementarlos en la práctica; tengo una tarea por hacer para engancharme en la modernidad.

Nueve años atrás escribí un libro sobre las ventajas y retos de la globalización; en ese periodo, había poca información sobre el tema y comprensión de el mismo; sin embargo, advertí de los riesgos en que la gente podría incurrir en el uso adictivo de estas herramientas tecnológicas, que amenazaban su concepción del mundo, empezaban a convertirse en una especie de nueva religión que afectaba negativamente las reacciones humanas, y la vida laboral de los individuos, creando desequilibrios mentales y emocionales; aparentemente no me equivoqué.

La gente “comienza una orgia diaria de correos electrónicos antes de levantarse y pasan todo el día, antes del atardecer en fatigadoras reuniones y conferencias de video, solo para seguir interactuando con sus celulares hasta altas horas de la noche, cada día parece un maratón, excepto que al final no han recorrido casi ninguna distancia”. En este ámbito, se ha mencionado que debería haber una prohibición expresa de los gobiernos, a través de leyes laborales, para que los trabajadores o empleados se comuniquen por correo electrónico fuera de las horas de trabajo. Con la flexibilidad laboral, relacionada con la posibilidad de que los empleados realicen una parte importante de su jornada de trabajo en la PC de su casa, se ha entremezclado y borrado el límite entre la familia y el trabajo. Por lo menos en la última década las jornadas de trabajo se han expandido hasta llenar todo el tiempo disponible de las personas, inclusive restándoles tiempo para dormir.

Un uso racional del tiempo de los trabajadores y empleados seguramente permitiría un incremento de su productividad y creatividad y propiciaría una comunicación más profunda y afectiva con sus familias. No obstante, llevar a la práctica este propósito no es una tarea fácil en virtud de que simplemente no tienen la disciplina para dejar atrás el trabajo cuando llegan a casa.

Resulta inevitable que en el futuro próximo el empleo de las tecnologías digitales avance exponencialmente; tan sólo en las últimas tres décadas se han incrementado de manera significativa. El poder de las primeras computadoras y sus aplicaciones; se han superado, de hecho un iPhone “hoy en día es infinitamente más poderoso que las computadoras que llevaron a la nave Apolo a la luna”.

Es posible que la revolución digital que estamos viviendo aumentara el bienestar de la humanidad, no obstante, ¿cuál será el precio a pagar en términos de la relación humana? Por lo pronto resulta fundamental que los individuos se comuniquen con sus semejantes bajo la vieja fórmula que supera a la del “chateo” y a través de la voz en tercera dimensión: tomarse tranquilamente un café. No podemos seguir pasando la vida “esperando algo”, lo que pasa es la vida misma y hay que aprovecharla para ser feliz”, este es un dilema sencillo, “lo que es difícil es ser sencillo”.