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AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO

En épocas en las que muchos chilangos ligamos en apps, como Tinder y Grindr, la comunidad judía la tiene más difícil: sólo se pueden casar entre ellos y a los 20 una soltera es casi una quedada. Para encontrar a su alma gemela, muchos se encomiendan entonces a expertos, quienes nos confesaron cómo lo logran.

Encontrar a tu alma gemela

El casamiento del prójimo, entre los judíos, es asunto de todos: basta con ayudar a enlazar a tres parejas para ganarse un lugar en el mundo venidero. Y hasta para los ciudadanos más laicos: cuñados, amigos, tíos lejanos y esposos de tíos lejanos que no necesariamente creen en las promesas de la Biblia de manera literal,ni tendrían por qué estar viendo por la vida romántica de los demás, formar una pareja –se dice enlazar o hacer la movida; hacer un shidduj, en hebreo– es motivo de una inclemente compulsión. Como si el matrimonio fuese sólo ese momento mágico de las pinturas de Marc Chagall –autor de los murales de la Ópera Metropolitana de Nueva York–, donde las parejas flotan entre flores y cabras que tocan el violín, quizás el equivalente en el imaginario pictórico judío de las comedias románticas o los musicales de Broadway. Como si el Dios del Génesis, que creó a Eva porque “vio mal que el hombre esté solo”, hubiese dictado una sentencia.

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EL FAMOSO SISTEMA DEL SPEED DATING, en que siete mujeres se sientan mientras el mismo número de hombres se rotan para hablar siete minutos con cada una de ellas, es la ocurrencia del rabino californiano Yaacov Deyo. Lo implantó con algunos de sus alumnos solteros. Y JDate.com, el sitio para conocer solteros judíos fundado en 1997 por un hombre de negocios que también buscaba una esposa judía, hoy es una empresa con 160 empleados y más de medio millón de miembros, que se precia de haber intervenido en cientos de miles de “historias de éxito”: parejas como las que aparecen sonrientes en la portada del sitio con velos, tiaras, fondo de vacación (¿o luna de miel?) en Miami. O hijos. Pero hay toda una escuela de pensamiento que ha vuelto a considerar los beneficios de ponerse en manos de casamenteros de carne y hueso. El sitio SawyouatSinai.com es un híbrido que reúne las ventajas de ambos métodos, y ha contribuido a casar a más de mil miembros –cada uno de los compromisos se anuncia en la parte superior de la página– mediante un cuerpo de más de 350 casamenteros “entrenados, dedicados y bondadosos”. La creencia es que todo mundo tiene un bashert, alguien que le está predestinado. Según los textos sagrados judíos, en el momento en que se entregaron los libros de la Torah, todas las almas judías se reunieron ahí con sus respectivas almas gemelas. Y el reto ahora es encontrar a ese bashert que lo vio a uno en Sinaí.

La metodología va más o menos así: haces una cita confidencial con un casamentero especializado en tu rango de edad y nivel de religiosidad, que éste pueda percibir lo que estás buscando y el tipo de personas con quien has sido compatible en el pasado. De ahí, tus datos se procesan mediante un algoritmo que preselecciona a las personas más indicadas para ti. Por último, el casamentero revisa la lista para confirmar que los candidatos cumplan con los detalles no cuantificables que se discutieron durante la entrevista. Y listo. Al menos para aquellos cientos de compromisos establecidos hasta la fecha. Para el resto, los casamenteros del sitio tienen el mandato de trabajar con un mínimo de 30 miembros y enlazar a 25 o 30% de ellos cada semana.

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EN MÉXICO, LA LABOR SE COMPLICA MÁS. De entrada, hay que suponer que las cincuenta mil almas que decidieron afincarse entre la Condesa, Polanco, Interlomas y Cuajimalpa, con algunas excepciones en otras partes de la ciudad o, incluso, en Guadalajara, Cancún y Monterrey, vinieron en pares. También que sabrán distinguirse de entre 110 millones de habitantes. Ahí entra el trabajo de personas como Aliza, una mujer religiosa de 22 años que divide su tiempo entre sus tres hijos, su esposo y las llamadas de teléfono. «Cuando conoces mucha gente, solito se te viene, no es que digas voy a hacer shiddujim. Empiezas a apuntar: pones la edad, el nombre, qué tipo de persona es… Así, cuando conoces a alguien, checas si te late», me dice en su departamento, donde me recibe a las ocho y media de la mañana meticulosamente maquillada, con una de las pocas pelucas que son más hermosas que el cabello natural y un atuendo de falda y manga larga que si bien cumple con las reglas del recato judío de cubrirse el cabello, los codos y las clavículas, no esconde en absoluto un cuerpo esbelto muy bien cuidado y una cara de muñeca. Casi todos los hombres le piden que los enlace con una chica flaca, guapa, con familia de dinero. En su experiencia, sin embargo, es a los otros, a los que piden una chava con midot –atributos de Dios–, a quienes se les hace. «Uno tiene que tener sus pies aterrizados y pensar: ¿quién soy para decidir lo que es bueno para mí? ¿Quién dijo que al casarme con Brad Pitt voy a tener un buen matrimonio, felicidad, hijos, respeto? Hay que pensar en 20 años, ahorita se ve cual Brad Pitt, pero podría quedarse calvo».

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En México es complicado encontrar el amor

Eso sí. Las mujeres quieren a alguien que las pueda mantener. Aliza lo entiende perfectamente. «Hay veces que hay que cerrar un poco los ojos o ¿tú eres perfecto?», dice vehemente a un interlocutor que no está ahí, como para que la escuchen todos aquellos que sí han estado pero no entienden nada. «Los shiddujim que se me han hecho son los que la gente no investiga tanto». Sus listas ascienden hoy a unos 50 hombres y 50 mujeres de entre 19 y 25 años, incluso de 30. No se enfoca en los más jóvenes porque siente que no necesitan ayuda. El problema, me explica, es que en la comunidad religiosa si una chica ya salió de la escuela y no se ha casado, es una quedada; los hombres solteros no quieren salir con ella, ni siquiera la quieren mirar. La idea es que si no la agarraron a los 20, significa que ya salió con muchos chavos y ¿quién quiere las sobras?

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«LA GENTE ESTÁ BIEN SOLA», me dice otro casamentero que trabaja con perfiles de gente de hasta 80 años. Sus listas incluyen a viudos, divorciados, solteros entrados en los 30 y los 40. Él mismo, un restaurantero, escritor, abogado y conferencista, laico y exitoso, tiene más de 15 años divorciado (disponible, se dice). Decidió entrar a esto para complementar su carrera con algo de aportación a la comunidad. Y prefiere mantenerse en el anonimato porque cree que gran parte de su toque personal radica en la discreción. Comenzó con lo de los enlaces hace unos años, con la idea de responder a lo que había detectado como una fuerte necesidad en la comunidad. Con ayuda de un rabino joven, titulado en psicoterapia, diseñó un cuestionario para descifrar a la gente, determinar su grado de cultura, su inteligencia. Y sus expectativas.

«Que no sea obesa» es una aspiración de casi todos. Ellas piden más bien que quien las invite a salir sea presentable, o de aspecto limpio. El cuestionario toca temas como el grado de escolaridad, los pasatiempos, las metas, los logros, lo que uno no está dispuesto a aceptar. Al principio trabajaba con voluntarios, pero tras algunos descuidos, perfiles que no correspondían, enlaces hechos a la ligera, pronto decidió trabajar solo y depurar el sistema que mejor le funciona: la gente lo llama, él les da cita en su departamento, saca su cuestionario y los va sintiendo, los va vibrando. Una vez que termina, busca entre sus listas con quién enlazarlos. Y no pide fotografías; prefiere omitir esa parte, que le parece muy engañosa. Aun así, se topa una y otra vez con gente que no está en la realidad, hombres que quieren una mujer 20 años más joven, mujeres que quieren a hombres de su edad, ¡y ningún hombre dispuesto a salir con una mujer de su edad!

En ocasiones ha tenido que confrontarlos, hacerles ver que la chica que desean tendría que estar loca para querer salir con alguien como ellos. «Es un trabajo frustrante, no ves los resultados que esperas. Pero si hacemos una sola pareja, ya todo el proyecto valió la pena». A veces la gratificación empieza desde antes. «Disfruta tu día, no importa que no pase nada con él, es tu momento», le dijo a una mujer de 50 años que se encontró, recién salida del salón, la mañana en que iba a salir con una persona que él le presentó. «Le estás creando una ilusión a la gente, una expectativa de algo que es difícil». Más que difícil. Los sabios dicen que, tras crear el mundo en seis días, todo lo que Dios ha hecho es enlazar parejas para el matrimonio, una tarea que se equipara en dificultad a la separación de las aguas del Mar Rojo. Dicho de otra forma, según la tradición judía, el único casamentero en realidad es Dios.

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Las tachan de quedadas

«LOS SHADJANIM SOMOS SÓLO ENVIADOS que hacemos “más fácil” la tarea de H (entre los religiosos judíos no se escribe el nombre de Dios. Se dice H para abreviar Hashem, un eufemismo que significa “su nombre)», me escribe por Facebook Sara Safady, que ha reunido a más de mil “amigos” en un año. «Yo estaba soltera y mi hermana mayor igual, entonces decidí hacer algo al respecto. Si a mí no me llegaba por el momento, entonces intentaría ayudar a los demás con ayuda de H. Muchas de mis amigas ya se estaban casando y yo no había ni salido; es una prueba muy difícil estar esperando a la persona indicada, pero ¿qué hay de imposible para H? ¡Es sólo cuestión de mucha fe, fe y más fe!». A través de los mensajes, Sara está en contacto con cientos de solteros, a quienes investiga un poco antes de buscarles alguien. «A veces salen y a veces no –explica–. No me gusta hablar mucho de lo que he logrado con ayuda de H, pero pienso que cuando uno quiere llevar a cabo alguna labor así, debe de perseverar hasta que H mande la ayuda, y vale mucho la pena».

Sara divide su tiempo entre el estudio de la religión, la casa y la página de Facebook. Por ahora recibe alrededor de 10 mensajes diarios, además de que publica lecciones, historias bíblicas y comentarios pertinentes a la vida cotidiana y ritual varias veces al día. Una de esas lecciones que ha visto cumplirse en carne propia es la de que todo a su tiempo es bueno. «Cuando te toca, aunque te quites, y cuando no, aunque te pongas; uno no debe nunca perder su fe en H porque en un parpadear de ojos las cosas pueden cambiar». Considera que ayudar a las parejas es una labor sagrada, que debe hacerse con mucho tacto y discreción. Hay quienes optan por métodos más burdos.

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“SI TANTO TE GUSTA, INVÍTALA TÚ”, le dijo un muchacho de 28 años a su mamá cuando intentó señalarle a una chica “preciosa, divina, hermosa” en una boda. Luego los vio bailar una canción y desaparecer en la terraza el resto de la noche. Porque el muchacho, “no es que sea mi niño, pero era un muy buen partido, y juega bien futbol, pero no baila”. La belleza es hoy una de sus nueras. Y ella fundó, a instancias de un rabino de fuera, un grupo de mujeres que hacía enlaces, fiestas, incluso casinos para reunir solteros. “Yo a éste lo caso porque lo caso”, se proponían ante los mejores partidos. Y tan lo casaban que pronto empezaron a buscarlas bobes (abuelas) y mamás para enviarles a sus hijos a escondidas. ¿El método? Empujarlos, empujarlos y empujarlos. Porque si la chamba del muchacho es resistirse, la de mujeres como ellas es insistir. «En mi generación todas se casaban; las feítas, las chinas, las lacias», añora una de las mujeres que trabajó en aquel grupo, motivada por el deseo de contribuir a forjar nuevos núcleos familiares judíos. Y también por la convicción de que perder un eslabón de la cadena es un dolor para una familia de por sí pequeña. Hubo quien dejó a las chicas esperando la llamada o, de plano, plantadas; otros que no encontraron pareja y les recriminaron que no sabían hacer su trabajo.

También los que, una vez establecidos en pareja, las dejaron de saludar, como avergonzados de admitir que ellas les habían ayudado. Irónicamente. Pues según la tradición, hacerle un regalo de reconocimiento a las personas implicadas en el enlace le asegura buena fortuna a la nueva pareja. Por si acaso, en comunidades más estructuradas, como la de Nueva York o Israel, se establecen con frecuencia cuotas de hasta mil dólares por enlace; cinco mil cuando es exitoso… o 10% del precio del anillo de compromiso. Después de aquella conversación en la terraza, cuando la belleza de la boda y el no-bailarín empezaban a salir, vino de fuera un rabino muy grande. El padre de ella les preguntó si les importaría presentarse ante él. El diagnóstico: el muchacho no sólo jugaba bien futbol; no sólo era un muy buen partido; era su bashert. Eso sí, prescribió casarse en dos meses. Porque los rabinos, en estos asuntos, tienen autoridad para prescribir.

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El caso de Sergio

CUANDO COMENZÓ SU PRÁCTICA DE DENTISTA, Sergio no era religioso, sino una de esas personas que “vuelven” a la fe, ya como adultos, por convicción. Conoció a su primera mujer en una taquería común, y después de 19 años de una de vida matrimonial “plena y buena”, ya cumpliendo la religión judía, por azares del destino se divorciaron. A los pocos meses, una de sus pacientes le comentó de una mujer. Jana (no es su verdadero nombre). Luego llegó otra paciente a hablarle de una muchacha disponible. Jana. Llegó a otro lugar y le sugirieron invitar a salir a Jana. Un día que estaba hablando con un rabino en el kollel –un instituto para el estudio avanzado de la literatura rabínica– llegó una señora y Sergio dijo: ésa es Jana. ¿Cómo sabes?, dudó el rabino. Supo.

«Sonaba archibashert, archi, o sea, con A mayúscula» –dice Sergio. “Si te casas con Jana, vas a ser el hombre más feliz sobre la Tierra”, le dijo otro rabino. Y, como cada quien tenía tres hijos, otro más les dijo: “No hay hijos en un año, Jana, no te puedes embarazar. Punto”. Cuando terminó el año, Sergio sentía que eso no estaba funcionando nada, nada bien, pero ella ya no podía cuidarse. Fue con el rabino de nuevo y le dijo que no estaba listo para tener un hijo. El rabino lo pensó dos días. “Por seis meses más no creo que pase nada”, sentenció. A los seis meses se divorciaron. Pero Sergio, que conoció a su tercera mujer en JDate, sigue sin oponerse a la costumbre o la celeridad del shidduj religioso: alguien te propone una muchacha, averiguas un poco, salen a tomar un refresco, un café, tal vez se vuelvan a ver una segunda, tercera vez. A partir de ahí, o siguen con miras a casarse o cortan y no se vuelven a ver. Dos o tres veces bastan para darse cuenta si se gustan para seguir adelante. Luego se arreglan los papás, y en seis meses está todo hecho. «Y mira, la verdad que funciona maravilloso, ¡un divorcio por cada ocho! Saliste cuatro veces, te conociste, te casaste, ¡y la haces!»

«YO NO RECUERDO HABER HABLADO CON UNA MUJER desde la edad de 16 años hasta que me casé», dice el rabino Shay Froindlich, quien llegó de Israel a México hace un par de años y hoy es uno de los más queridos de la comunidad. «¿En qué situación? No había un lugar donde estuviera permitido y, de todos modos, yo no me habría animado a ir a hablar con una mujer». Mientras estaba estudiando en Efrat, entre Belén y Jerusalén, primero una prima y después su mamá insistieron en que saliera con una chica. La conocía de lejos y, cuando sintió que era el momento de formar una casa, la buscó. Entre los religiosos no está permitido que hombre y mujer se vean solos, ni que se toquen. Tampoco que hablen de cosas íntimas. O se vean a los ojos. Quedaron de encontrarse en el Gran Templo de Jerusalén. Caminaron, visitaron el Muro de los Lamentos, pasearon y hablaron hasta las dos de la madrugada. Y cada quien se fue rumbo a su casa. Se vieron así –sin manos, ni ojos ni mucho menos, bocas– durante dos meses. El entonces estudiante confirmó que las cualidades que buscaba y que había visto en un inicio –bondad, amabilidad, chispa– estaban ahí.

Entonces le avisaron a los padres que querían comprometerse. «Con el conocimiento nace el sentimiento, lo quieres concretar. Como no hay contacto físico, ¡llevan su pegamento! Quieren estar el uno con el otro, en todos los aspectos». Sólo que ese deseo, desprovisto de la intención de santificar el matrimonio, se considera como deseo de fornicación, y según las fuentes rabínicas, Dios la repudia. La fecha del matrimonio, luego entonces, en el ámbito religioso, debe estar conectada al ciclo hormonal de la mujer. Que una se casa justo en sus días fértiles fue una de las primeras lecciones que el joven Shay aprendió de su mujer. Que debió acompañarla de regreso a su casa en lugar de dejarla sola a mitad de la noche en aquella primera cita fue otra. El “Rab Shay” cree más en el trabajo y el libre albedrío que en el destino. Para él, un shidduj consiste en poner a dos personas en una situación en la que ellos puedan ver si nace su voluntad, su deseo, su querer. No es presionar, sino acompañar. –Te veo muy joven. ¿Vas a casar o ya estás casada?

Fuente:m.chilango.com