IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Después de leer la carta publicada por este brillante escritor israelí, respecto a diversas situaciones derivadas del actual conflicto en Gaza, hay varias observaciones que debo hacer.

  1. Etgar Keret comienza analizando el slogan “dejen que las IDF ganen”. Considera que ha evolucionado a la par de una “visión retorcida que ha guiado a Israel en los últimos doce años”.

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En esa línea, señala que existe un supuesto erróneo según el cual en Israel “hay personas que pretenden evitar que el ejército gane”, y en su perspectiva señala que esos “supuestos saboteadores” podrían ser él mismo, o “cualquier perosna que cuestione la premisa y el propósito de esta guerra”.

Es curioso que Keret cometa el mismo error que critica. Acusa una suerte de maniqueísmo o criterio chato al decir que las personas que cuestionan las premisas y propósitos de esta guerra son implícita e injustamente señaladas como “los que quieren que las IDF no ganen”, pero comete el mismo error al presuponer que TODOS los israelíes que se oponen a la guerra son simplemente personas que “cuestionan la premisa y el propósito… raros que se atreven a hacer preguntas y externan sus preocupaciones sobre la conducta de nuestro gobierno, que llaman por la humanidad a las manos que dirigen a los militares”.

Esta equivocación se repite más adelante (aunque me parece que más por displicencia suya con su propio texto que porque realmente tenga esta idea) cuando, tal vez involuntariamente, dibuja una sociedad polarizada donde todo es blanco o negro, y en el otro extremo sólo hay “matones de derecha” que cantan “muerte a los árabes” y “muerte a los izquierdosos”.

Es cierto que una situación de guerra radicaliza las posturas, porque llega un punto en el que mucha gente -la mayoría- decide tomar partido.

Pero, aún en esa condición, los matices de motivación o de opinión son muchos.

 

Lamentablemente, en su análisis Keret olvida que muchos “derechosos” son, simplemente, gente pragmática que tiene que lidiar con la cotidianeidad de ser agredido, y sólo están buscando la forma en la que eso termine. En el otro extremo, aunque muchas voces sean sinceros ciudadanos que, sin afán de traicionar a su país -él mismo, su esposa, y otros que menciona como Orna Banai, Achinoam Nini, Amós Oz o David Grossman-, existen los que han asumido exactamente el radicalismo que él pone en tela de juicio: “izquierdosos” o árabes israelíes que no han tenido empacho en expresar, de uno u otro modo, su deseo de que no sólo las IDF fracasen, sino todo el proyecto implícito en lo que se llama Estado de Israel.

¿De qué manera lo hacen? Principalmente, repitiendo slogans. Justo lo que motiva la queja de Keret. Y me refiero a frases que también han tenido su evolución principal en los últimos doce años, y que también reflejan una visión profundamente retorcida, como “Israel mata niños”, “alto al genocidio en Gaza”, “Palestina libre”.

No me molesta la autocrítica planteada por Keret. Desde niño crecí educado en una familia que me hizo leer varias veces los primeros grandes textos de autocrítica que se escribieron en el mundo, y que son los libros de los Porfetas del Tanaj.

Pero en esos libros también aprendí que el mismo profeta que podía sentenciar a un rey a perder el trono -como Samuel con Saúl-, podía decirle al rey que exterminara a los enemigos de Israel -otra vez Samuel con Saúl, cuando le ordena exterminar a Amalek-.

Son dos las cosas que Keret olvida: la primera, los matices que hay tanto en la izquierda como en la derecha. Que el hecho de que un ministro exprese todo su rencor anti-árabe (y aclaro: sólo contra los árabes que están financiando Gaza) no significa que TODO el gobierno sea así; y que el hecho de que él sólo sea un ciudadano con inquietudes y objeciones contra la guerra, tampoco significa que todos los opositores sean así.

Dicho en un lenguaje un tanto fuerte, lo justo es decir que hay basura en los dos extremos. Un análisis que pretenda ser objetivo debería, por definición, considerar ambos radicalismos.

Lo segundo que olvida Etgar Keret es que hay guerras que son justas.

Entiendo perfectamente que odie la guerra. No sólo él: yo también, como judío, fui educado con ciertos valores que me dicen que la guerra es una tragedia que no debería suceder.

Pero hay momentos donde no tienes alternativa, donde el otro no deja opción.

 

Suponer que todo se resuelve a golpes o disparos es tan nocivo y peligroso como suponer que nada se resuelve a golpes o disparos. Y todo esto tiene que ver con el segundo defecto que encuentro en su carta.

  1. Etgar Keret recurre a otra frase hecha, otro slogan: “el ejército israelí puede ganar batallas, pero la paz y el sosiego de los ciudadanos de Israel sólo serán alcanzados por la vía del compromiso político”.

 

Keret señala que “… es terrible cometer un error tan grave que cueste la vida de muchos. Es peor cometer el mismo error una y otra vez. Cuatro operaciones en Gaza, un inmenso número de corazones israelís y palestinos que han dejado de latir, y seguimos acabando en el mismo lugar…”.

Pero me deja con la sensación de que no entiende la naturaleza del conflicto que representan Hamas y los demás grupos islámicos integristas.

El planteamiento teórico parece razonable: la ruta es la negociación, no la guerra. La paz sólo se puede lograr por medio de la paz, no de la guerra.

Es cierto, pero eso a lo que él apela -la vía del compromiso político- requiere de dos partes que estén dispuestas a comprometerse.

Y ese es el detalle que Keret olvida: la psicología de los musulmanes integristas es distinta a la nuestra. Ellos nunca, ni por equivocación, piensan en términos de compromiso político. Ese eslogan es resultado de la evolución cultural occidental, afianzada en el concepto de Democracia. Es lógico y normal para nosotros que, de uno u otro modo, mejor o peor, estamos acostumbrados a votaciones libres, respeto al derecho de la mayoría a decidir, obligación de proteger la integridad de las minorías, o el pueblo como contrapeso necesario al poder del gobierno.

Pero ninguna de estas ideas tiene validez alguna para el Islam integrista, y esto es lo que -en esencia- la mayoría de los “izquierdosos” de todo el mundo se rehúsan a admitir, y tal vez ni siquiera lo perciben: los paradigmas que hemos construido en occidente no sirven para explicar las dinámicas de las sociedades islámicas, especialmente cuando nos referimos a los sectores extremistas.

Es otra cultura, otra evolución, otro desarrollo social. No tenerlo en cuenta sería un error garrafal de consecuencias desastrosas (de hecho, justo lo que está pasando en las regiones de Europa donde el islamismo ya se convirtió en un problema que, tal vez, ya no tenga solución pacífica y sólo baste esperar que el auge del nacionalismo derechista cobre la suficiente fuerza, y gente más radical e intolerante tome el poder para que comiencen los baños de sangre).

Recuérdese que Chamberlain pasó a la Historia como el tonto irresponsable que, en su afán de conservar su muy inglesa tradición de la negociación honorable, no tuvo las agallas para detener a Hitler en el momento en el que tal vez todavía era posible hacerlo.

Privilegió la negociación con una persona que no merecía eso. Al final, no hubo alternativa: fue necesario destrozar Alemania para ponerle fin a un proyecto demencial, cuya principal característica es que no estaba dispuesto a ningún compromiso político.

Así es el Islam extremista. No existe argumento razonable para negarlo. No sirven las autocríticas de la izquierda israelí que dicen que “necesitamos pensar en qué es lo que hemos hecho mal, y pensar después en qué es lo que necesitamos hacer bien, para encontrar una solución negociada”.

Si lo necesitamos, es fundamentalmente para no olvidar nuestros valores ni olvidar quiénes somos.

Pero eso no cambia la realidad: afuera hay un enemigo que existe como organización por el puro deseo de destruir, de destruirnos.

Otra vez, al tocar colateral e indirectamente este punto, Keret simplifica demasiado las cosas, dejando entrever la idea de que la lucha palestina es por reivindicar sus derechos.

Cierto: hay palestinos que luchan por eso, pero seamos claros e insistamos en que esa no es la lucha de Hamas. Por lo menos, no desde el punto de vista de occidente (Hamas apela, en su lenguaje, a que sólo están reivindicando su derecho a expandir el Islam, y por eso Israel tiene que desaparecer).

También es cierto: en doce años, los operativos contra Hamas suelen dejar las cosas en la misma situación, y por ello tarde o temprano se tiene que volver a otro operativo, como si fuera un círculo vicioso interminable, cuyo lamentable saldo son israelíes y palestinos muertos.

Es una perspectiva miope. No alcanza a ver que el conflicto contra Hamas es parte de un entorno más complejo y delicado.

Me refiero a esto: ¿por qué en estos doce años Irán nunca se atrevió a lanzar un verdadero ataque contra Israel utilizando su pinza militar integrada por Hizballá y Hamás?

Justamente, por los resultados de los operativos en Gaza, que siempre han sido una especie de laboratorio donde tanto iraníes como israelíes han probado y demostrado cuáles son los recursos y posibilidades que tienen para lograr sus objetivos.

Más allá de las complejidades de le geopolítica, lo cierto es que si en alguno de esos operativos se hubiera detectado una debilidad estructural seria en la defensa israelí, Irán hubiera intentado capitalizar ese dato buscando hacer un mayor daño.

Hay otro punto relevante: en estos operativos también se analiza hasta dónde está dispuesto a llegar Israel, detalle que tiene varias aristas que van desde la posibilidad de víctimas civiles hasta la presión internacional.

Guste o no, gracias a los resultados de todos estos operativos en Gaza -región a la que lamento haber llamado “laboratorio”, pero la realidad es la realidad y cuando se trata de una guerra, la información es la información-, Irán siempre estuvo consciente de que no estaba en condiciones de lanzarse contra Israel y salir triunfante, ni siquiera empatado.

Cierto: se regresó de vez en vez al mismo problema, pero sólo en su versión reducida.

Acaso, este operativo es el primero que se da en condiciones relativamente diferentes, porque Irán y Hizballá están inmersos en un problema mayor y más urgente que su ilusión de destruir a Israel: la guerra civil en Siria, además del nuevo frente que se abre con la creación del Estado Islámico del Levante (ISIS, por sus siglas en inglés).

Detrás de todo eso, el trasfondo es el mismo: la realidad es que hay toda una tendencia islámica comprometida con destruir israel y exterminar a los judíos de la zona. Afortunadamente, la propia naturaleza intransigente y dogmática de ese tipo de Islam hace que estén permanente y mortalmente divididos, y eso le facilita a Israel el trabajo de defenderse, pero no por ello el peligro desaparece.

Queda descartada, por lo menos en la situación actual, la posibilidad de alcanzar la paz por medio de un compromiso político.

Si por una parte es cierto que en el propio Israel hay posturas extremas que están en contra de dicho compromiso, la realidad es que en el bando contrario prácticamente no existe una sola voz de peso que crea en esta alternativa.

Aún cuando se habla de tregua o alto al fuego, dirigentes de Hamas han dicho con todo cinismo que es necesario detener el conflicto actual para que haya tiempo de que Hamas se reorganice y se vuelva a armar.

Ni qué decir respecto a que Etgar Keret no percibe que, aún en el mejor de los casos, Israel no se puede dar el lujo de aplastar a Hamas, porque dejaría un vacío de poder en Gaza que sería inmediatamente aprovechado por los grupos salafistas, más proclives a vincularse con Al Qaeda o con ISIS, y que pondrían la situación todavía peor de lo que ya está. La idea de que se imponga en Gaza la autoridad de Mahmoud Abbas es buena, pero me temo que poco viable. Lamentablemente, a lo largo de los últimos años la Autoridad Nacional Palestina tampoco ha hecho mucho por mejorar su reputación.

La guerra tiene su lógica, y esta te indica que a veces no hay más remedio que atacar o defender, pero también que ha veces no es conveniente ser contundente y aplastar al enemigo inmediato.

Cuestión de equilibrios.

Discúlpenme por la frialdad con la que voy a decir las cosas, pero un operativo como el que está haciendo las IDF en este momento, con todo y los muertos en ambos bandos, es indispensable para preservar ese equilibrio.

Mi muy personal opinión es que, hasta el momento y a lo largo de los últimos doce años, Israel ha sido bastante asertivo en lograr sus objetivos mayores: se le ha puesto fin a las peores épocas de disparos desde Gaza o desde Líbano, y se le ha mandado un mensaje claro a Irán: no está en condiciones de enfrentarse con el Estado Judío.

A la par, se ha conservado el delicado equilibrio para que en Cisjordania no se provoque que la ANP pierda el poder y todo quede en manos de Hamas, o para que en Gaza no se provoque que Hamas pierda el poder y todo quede en manos de grupos salafistas alineados con Al Qaeda o con ISIS.

Sí, ya sé: hay mucho dolor de por medio. Nuestro y de los palestinos.

Pero las dinámicas sociales no se detienen o se transforman sólo porque nosotros aceptemos que existe ese dolor.

Si el Ejército de Defensa de Israel no hubiera cumplido su responsabilidad de reventar todo el esquema de ataque de Hamas y se hubiera detenido ya sea por la presión internacional, o por evitar bajas civiles, o por el eslogan de Keret de que la paz sólo puede ser resultado de un compromiso político, durante la próxima fiesta de Rosh Hashaná los milicianos de Hamas se habrían infiltrado al territorio israelí por su extensa red de túneles, habrían asesinado a cientos de civiles desarmados, y habrían tomado todos los rehenes posibles.

Y entonces sí: estaríamos chillando y berreando de coraje contra el gobierno por no haberlo evitado.

Ni modo, señores. Así es la realidad, y a veces es tan dura que no se transforma sólo con literatura.