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MAURICIO MESCHOULAM

Este es un terreno que no me es simple. Busque usted en mis análisis lo que guste acerca de una gran parte de conflictos en el mundo -de Somalia a Nigeria, de Mali a Siria, de Ucrania a Egipto, o ahora por supuesto, el conflicto de Gaza/Israel-, lo que los detona, lo que los mueve, lo que les conecta con otros; incluso de pronto, un par de propuestas para desactivarlos. Pero no me pida, de favor, tener que explicar a un periodista o un lector, la diferencia entre un judío y un israelí porque me entra el nervio y se me sale lo “analista”. Se me aparece el fantasma, se me encienden la historia, las voces y los murmullos silenciosos, las rutas que deseándolo o no, me han marcado y definido. Hago sin embargo, el intento, y lo hago como dirían los colombianos, porque toca.

Cada vez que se detona un estallido armado entre Israel y sus vecinos, explota de manera paralela una serie de guerras narrativas. En algunas de ellas, lo que se da es una batalla por la razón de la historia, por la “verdad” de los hechos pasados (lo que sea que esto signifique). Cada quién esgrime sus argumentos -los cuales hoy se trasladan a las redes sociales, como es natural en el mundo en que vivimos, de maneras cada vez más reducidas, breves, mediante tuits, hashtags, videos y fotografías “que lo dicen todo en un instante”- a través de lo cual el emisor del discurso “evidentemente” siempre “está en lo correcto”.

Pero de pronto en estas guerras narrativas, una línea se cruza de manera grotesca. Empieza con una aparente simple confusión no de mala fe: “Los judíos__________________ (llene el resto de la frase con lo que usted guste)”. Sabiéndolo o no, el periodista, lector, usuario, o emisor que trae a “los judíos” (así en plural) a colación, está invocando demasiados siglos de historia como para poder siquiera entenderlo. Repentinamente y sin comprender cómo llegamos a ello, escuchamos consignas como “Hamás, Hamás, Hamás ¡todos los judíos al gas!”, o como hace unos días se podía leer en una página de Facebook, ya suspendida: “Los judíos son extranjeros, ¡fuera de México!”

Se trata de un fenómeno que sucede lo mismo en Inglaterra que en Francia, en Argentina o en México. Está enormemente estudiado y documentado. Y muy probablemente es inevitable. Sin embargo, es imposible dejar de hacer un intento por clarificar ciertas cosas para que escuche quien desee escucharlo:

Israel es un estado, el cual se conduce a través de políticas, como cualquier otro estado del planeta, que pueden ser correctas o incorrectas, adecuadas o inadecuadas, pero que no dejan de ser las decisiones del gobierno en turno. Su conducta por tanto, puede ser evaluada con herramientas que corresponden al análisis político, al estudio de las Relaciones Internacionales -empleando la teoría que el historiador o analista decida emplear- o a cualquier otra perspectiva o ángulo de las ciencias sociales, económicas, conductuales o humanas. No todos los israelíes son judíos, ni todos los israelíes necesariamente concuerdan con las políticas de su gobierno. En ese país existe una activa y vibrante opinión pública, a la cual hoy se puede echar un vistazo inmediato a través de Internet. Esa opinión, en ciertos momentos respalda en mayor o menor medida a sus gobernantes, por causas no distintas a lo que se ha estudiado acerca de opinión pública y conductas sociales en diversas partes del mundo. El gobierno, como cualquier otro gobierno del planeta, utiliza el discurso político para persuadir y producir sentido en sus audiencias. A veces este discurso político es más eficaz, otra veces lo es menos, lo que no difiere de lo que sucede en otras partes.

Los judíos que vivimos fuera de Israel y somos ciudadanos de decenas de otros países, no “votamos” por el gobierno que hoy lo dirige ni somos responsables por las decisiones que toma en este o en cualquier otro momento. Muchos judíos sienten la necesidad de defender la política de ese estado, o del gobierno que le dirige en la actualidad, y están en su completo derecho de hacerlo. Otros judíos, sencillamente no están de acuerdo con la forma de conducirse de este o muchos gobiernos israelíes, y así lo expresan de manera clara y fuerte. Sólo explore la prensa en Estados Unidos o Europa y se dará cuenta de ello.

A mí, un mexicano de origen y religión judía -quien hasta donde está enterado, es reconocido como ciudadano de pleno derecho de México, país que ama y al que dedica su vida y trabajo- me mata ver gente morir, mucho más si son civiles inocentes, sin importar su raza, nacionalidad, religión u origen. Hoy la gran mayoría de esa gente inocente es palestina. Ni mi judaísmo ni mi pasado me obligan a justificar las acciones de nadie y lo expreso con toda libertad cuando analizo este o cualquier otro conflicto. Al hacer mis análisis, no obstante, busco aportar un poco en la comprensión del por qué las partes beligerantes, incluido el gobierno israelí, se comportan como se comportan. Sin embargo, lo que caracteriza a este blog o a mis textos en general no es su “activismo político”, la “condena” o la “denuncia”. De esos hay ya muchos. Este es un blog de análisis sobre temas de guerra, conflicto, violencia y paz. El enfoque no está en consignar “culpables”, sino en ir detectando los hilos que conectan los hechos, las decisiones, las dinámicas de los conflictos, para imaginar con quienes decidan leerme, potenciales alternativas o rutas de salida. Este ejercicio no se hace al respecto del tema Israel-Palestina solo durante tiempos de crisis. Se hace de manera continua y abordando temas de todo el mundo exactamente de la misma manera porque, desafortunadamente, conflictos que acá hemos analizado hasta el cansancio, también producen cientos de miles de víctimas cada año.

Criticar las políticas del gobierno que dirige un determinado país durante el período para el que fue electo es una cosa que sucede constantemente, para efectos de Israel o de cualquier otro estado en el planeta. Eso no es ni antisemitismo ni antisionismo, como no es “anti-mexicanismo” criticar las políticas de un gobierno emanado del PRI o del PAN o de cualquier líder nacional.

El antisionismo, a diferencia de lo anterior, no se trata de la crítica a las políticas del gobierno en turno, sino el estar en contra de la idea o la esencia misma del Estado de Israel, es decir, negar la legitimidad de la existencia de ese estado.

Pero el antisemitismo es otra cosa. Aunque el término acuñado por el alemán Wilhelm Marr, contiene el error de origen de equiparar a judíos con “semitas”, tanto lo que pretendía Marr al acuñarlo, como lo que hoy entendemos cuando esa palabra es emitida, es absolutamente transparente. Eso que quiso decir Marr -la “hostilidad o discriminación a los judíos como grupo religioso o racial” (Enciclopedia Británica, 2014)- se manifiesta con toda contundencia cuando un conflicto en Medio Oriente propiciado por dinámicas históricas y factores estructurales irresueltos por décadas, activan en muchos países la identificación entre las políticas del Estado de Israel con el judaísmo de quienes viven dentro o fuera de ese estado, o cuando se hacen críticas afirmando la “judeidad” de los tomadores de decisiones de ese país, de sus ciudadanos, o de quienes vivimos fuera de este y somos ciudadanos de cualquier otro. En ese caso, la culpa o responsabilidad de determinadas decisiones políticas y militares, pareciera recaer no en las y los tomadores de decisiones de cierto estado, sino en el origen religioso o el pasado histórico de dichos tomadores de decisiones. Por eso, “los judíos hacen a los palestinos lo mismo que Hitler hizo con ellos”, como uno de los ejemplos más típicos, denota una carga no hacia las acciones del gobierno de un país, sino hacia la religión u origen histórico de quienes le dirigen. Solo que al hablar de “los judíos”, ya no solo se incluye a dicho gobierno, sino al conjunto de seres humanos que comparten la historia de ese pueblo y religión, vivan donde vivan y piensen como piensen.

Los judíos no somos un monolito. Somos de todos los colores que existen. Pensamos de formas diversas. Creemos en corrientes políticas diferentes. Somos la paz que anhelamos, somos parte de la guerra que la aniquila, y somos también frustración por no haber podido o sabido construirla.

¿Usted qué piensa?

Fuente: El Universal