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ARNOLDO KRAUS

 

México se encuentra sumido en varias crisis. Problemas sociales, económicos, éticos y educacionales agobian a la mayoría de la población. Corrupción e impunidad son males endémicos en nuestro país: ambos se reproducen sin cesar. La estela de daños secundaria a esos males es inmensa. Las mermas sociales retratadas día a día en las noticias, han contribuido a que la desconfianza, vieja epidemia mexicana, se disemine ad nauseam. Hoy, los crímenes en Iguala rigen la vida del país.

Las mermas ocasionadas por las epidemias se evalúan cuando éstas finalizan. La epidemia de desconfianza mexicana no tiene fin: los políticos no entienden ni hurgan en la simiente. El diagnóstico es preciso: La desconfianza dificulta la convivencia, y la imposibilidad para convivir profundiza la desconfianza. Sumidos en esa trampa vivimos los mexicanos. Reproduzco los encabezados de varias noticias. Octubre no es el “mes de la desconfianza” ni el mes donde la epidemia se disemina con más celeridad. El décimo mes del año es similar a todos.

Comparto ocho noticias, publicadas en dos días, en dos medios de comunicación. Podrían ser veinte, treinta o cuarenta noticias, el número depende de la sensibilidad del lector y de la definición de mala noticia. Recabé y reproduje los encabezados en diez minutos.

“Tlatlaya es una tragedia tras otra: Tiene más feminicidios incluso que Ciudad Juárez”; “Gobernación le promete a las familias de normalistas desaparecidos especializar la búsqueda”; “Madres de desaparecidas en Chihuahua suman 10 días en huelga de hambre”; “El Centro de Comunicación Social denuncia a Moreno Valle por ‘dictar línea editorial’ a medios de Puebla”; “El peso sufre su peor caída frente al dólar desde febrero pasado”; “Cassez exige castigo por el montaje de García Luna”; “El nuevo ómbdusman debe limpiar el nombre de la CNDH, exige sociedad civil”; “Profepa estima daños en mil 800 millones de pesos por derrame de Grupo México en ríos de Sonora”.

Confiar es un bien humano. Creer en las instituciones o en seres humanos, en este caso, Ministerios Públicos o representantes políticos, es fundamental. Confianza y autoridad comparten semejanzas: se ganan, no se imponen; se labran con ejemplos, con las conductas diarias. Autoridad y confianza abrigan. La desconfianza no es gratuita: los encabezados periodísticos demuestran sus orígenes. El poder autoritario, a diferencia de la autoridad, se impone, se dicta; no sirve, caduca, no genera confianza, al contrario: siembra rencor e incredulidad. Desconfianza y poder autoritario enferman.

La epidemia de desconfianza mexicana es ejemplo vivo de los sinsabores y enconos sociales. Nuestra epidemia se conjuga en presente. No sabe de la oleada de pactos y reformas del gobierno y de sus supuestos beneficios futuros. Nuestra epidemia suma sucesos anteriores y actuales: ¿cuántos connacionales aprueban a los gobiernos previos y al actual? Pobreza, violencia, narcotráfico, semaforistas, impunidad, desempleo y todo lo que pasa alrededor de La Bestia son síntomas y signos de la epidemia de desconfianza mexicana. Menguar la epidemia no requiere fármacos, requiere milagros.

Los milagros sólo se dan en los centros religiosos. Los de México, y los del mundo, han dejado de funcionar: basta la prensa, suficiente la situación de la Tierra. La modernidad ha aparcado y sepultado los milagros. Sin medicamentos y sin milagros la desconfianza continuará reproduciéndose. Buen ejercicio es abrir hoy EL UNIVERSAL y leer algunos títulos. Y si no hoy, mañana o algún día de octubre o de los meses venideros.

La desconfianza es contagiosa. Y lo es más, como sucede con la epidemia de ébola, cuando el número de afectados aumenta. El contagio sigue cauces predecibles. Si no se detienen los males de los vecinos, los que padecen los de la casa de enfrente, los de los habitantes de las cuadras cercanas o los que afectan a colonias y ciudades aledañas, el contagio se disemina. ¿Ha disminuido la impunidad?, ¿ha mejorado la seguridad?, ¿hay menos semaforistas perviviendo en nuestras ciudades?, ¿han regresado a sus hogares los desaparecidos? Las respuestas se leen en los encabezados periodísticos de hoy, de ayer, de mañana.

Vivir rodeados de desconfianza es insano. Los perjuicios generados por ese mal son múltiples. Alejan a la ciudadanía de sus deberes, a la comunidad de las autoridades, y a los vecinos de sus otros. La desconfianza dificulta la convivencia y la imposibilidad para convivir con el gobierno es una enfermedad grave. La Epidemia de desconfianza mexicana, sin medicamentos ni milagros disponibles continuará diseminándose.

 

Médico

 

Fuente:eluniversalmas.com.mx