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Un “hola”, como afectuoso saludo que este festival le obsequió a uno de los más grandes cineastas del mundo, Alain Resnais (1922-2014), fue exhibir en copia restaurada de glorioso blanco y negro, la obra maestra, HIROSHIMA MON AMOUR (1959) historia de amor prohibida entre una actriz francesa (Emmanuelle Riva) y un arquitecto japonés (Eiji Okada). Y el “adiós” fue proyectar el filme AIMER, BOIRE ET CHANTER: Life of Riley: Amar, cantar y beber, su obra póstuma. Éste es un divertimento y, a la vez, la despedida del propio Resnais. En realidad, él había dado su adiós formal con Vous n’avez encore rien vu (2012) en donde un dramaturgo manda invitaciones a sus amigos para ver su obra póstuma. Los amigos se dan cita para ver la obra de teatro que gira en torno al mito de Orfeo y Eurídice. Resnais ofrece un juego maravilloso entre leyenda, mito, teatro y cine. Algo parecido, pero más sencillo, ocurre en Amar, cantar y beber, que no es más que otra obra de teatro en el cine del adiós de “George”, un amigo del cual oímos hablar mucho y creemos conocer, pero no conoceremos. Simbólicamente ese amigo y ese entierro es el adiós definitivo y pleno de humor que nos brindó esta gloria de la cinematografía francesa.

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La despedida más inesperada fue la de Jean Luc Godard con su película ADIEU AU LANGAGE: Adiós al lenguaje. A sus 83 años este cineasta, que se ha apropiado del lenguaje ajeno, canibalizándolo en diálogos para sus filmes, ahora quiere anular las palabras, lo que parece una paradoja. Sin embargo, Godard tiene razón, el lenguaje ha sido tan enturbiado, manipulado y envilecido, que, con el decir de Octavio Paz, las palabras que deberían ser “puentes” se han convertido en “trampas” y “pozos”. Lo prueba así, de manera simbólica, la secuencia del hombre desnudo defecando en el excusado, hablando pedanterías con su pareja, cuando se escucha el excremento al caer en el agua y se jala la manija del inodoro. Mas, ¿debemos creerle a Godard que el lenguaje como el excremento se tiene que eliminar? Una serie de imágenes hermosas, como fotografías en movimiento, iluminan la pantalla en la segunda parte de este filme. Éstas son tomadas desde ángulos insólitos y otras de manera convencional donde las flores aparecen con colores eléctricos o tonos grises. Incluso toma la figura de Roxy, su perro, desde cierta altura mirando al infinito. Es una humanización, un regreso a la naturaleza. ¿Quizá este cineasta esté planteando un homenaje al origen del cine mudo? Es curioso, Godard que siempre criticó las bondades del capitalismo, ahora se sirve de una de ellas, como es la tercera dimensión en este su Adiós al lenguaje. Pero ¿cómo concebir a un mundo o un cine sin palabras? La cronista opina que esta es una falsa despedida de Godard. Falta ver si retomará o no el lenguaje en sus próximas cintas.

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La película que cierra este festival, BIRDMAN OR THE UNEXSPECTED VIRTUE OF IGNORANCE: Hombre pájaro o la inesperada virtud de la ignorancia de Alejandro G. Iñarritu, que adapta de un cuento de Raymond Carver, es una historia de resurrección. Es también una historia de nostalgia por un pasado glorioso. A la vez, una declaración de amor apasionada por el teatro. Lo atestigua la cámara de Emmanuel Lubezki que, amorosamente, va acariciando con su lente cada espacio de un pequeño teatro, en donde se da igual importancia a un pasillo solitario, como al camerino de los actores. Los edificios por fuera siempre son filmados de abajo hacia arriba, porque para G. Iñarritu la ascensión en este filme será crucial. Al frente de esta troupé de actores esta Thomson un actor que alguna vez fue famoso por haber personificado al “hombre pájaro”. Este papel, actuado con fuerza emotiva y simpatía ponderable por Michael Keaton, —lo señala como otro candidato para el Oscar—. En realidad, Naomi Watts, Andrea Riseborough, Emma Stone, Edward Norton y Zach Galifianakis, en sus respectivos papeles, ofrecen actuaciones excelentes, pero la película le pertenece por entero a Michael Keaton. Él, que en la vida real es menudo y de baja estatura, gracias a la fotografía de Lubezki, apareció enorme, grandioso con esa nariz afilada de hombre pájaro.

Tal vez el título del filme sea algo tramposo porque este actor, por su afán de que el público se emocione aún más con la actuación y, siguiendo el consejo-reto de uno de los actores (Edward Norton) decide cambiar en la obra que están representando el revólver de utilería por uno de verdad, dispuesto hasta fertilizar con su propia sangre la actuación. Sabe, entonces, muy bien lo que está haciendo. Y como el verdadero teatro pone en pie la vida, la escena es magistral. El público, de la película se pone de pie y lo aplaude con delirio. ¡El hombre pájaro ha resucitado! Qué secuencia tan angelada logró G. Iñarritu. La película continúa y fue, sin lugar a dudas un gran final para este quincuagésimo segundo festival de cine neoyorquino.