M

JULIÁN SCHVINDLERMAN

 La revolución bolivariana ha llegado a Nueva York. O al menos a la sede de las Naciones Unidas, a cuyo Consejo de Seguridad -el órgano más crucial de todo el sistema del foro multilateral- Caracas hace poco fue electa. Sobre un total de 193 Estados-miembro, 181 apoyaron la postulación del país caribeño. “Este es un día en que el mundo le ha dado apoyo a nuestra patria” comentó a posteriori un efusivo Nicolás Maduro.

El modelo Chavista ha llevado a Venezuela a la ruina. Al estado paupérrimo de su  economía se agregó la fuerte caída del precio del petróleo, que aporta el 96% de los ingresos de sus arcas.

Nadie sabe -salvo los sauditas, que en el plano geopolítico buscan castigar económicamente a Irán y a Rusia con su actual política petrolera- hasta cuándo descenderán los precios internacionales de este hidrocarburo. Según los analistas financieros, Caracas necesita un precio por barril de 130 dólares para equilibrar sus cuentas, de modo que la precariedad de su situación económica tiene altas probabilidades de empeorar.

Pero lo que el régimen venezolano no podrá seguir haciendo económicamente, en materia de regalos internacionales, quizás pueda sublimarlo políticamente. A su pueblo, el gobierno de Maduro ya lo tiene tristemente acostumbrado a iniciativas estrambóticas, como la reciente “Ofensiva de las Navidades Felices” y farsas del tipo.

Desde el próximo 1 de enero, gracias a su ingreso al Consejo de Seguridad, el Gobierno podrá dar un relieve diplomático global a sus acciones. Considerando que Caracas respaldó la anexión rusa de Crimea, se puso del lado de Damasco cuando comenzó a reprimir a sus ciudadanos, fue aliado de las FARC, amigo íntimo de Cuba e importante socio de Irán, con seguridad su flamante papel en el organismo de la ONU será -por decir lo mínimo- problemático.

Los latinoamericanos tenemos un motivo cierto para estar preocupados. Fue la Venezuela de Hugo Chávez la que facilitó el ingreso de Irán a nuestra región y con quien firmó cientos de acuerdos de cooperación estratégica en el plano económico, político, militar y cultural.

El polémico ex presidente Mahmoud Ahmadinejad siempre halló en la Venezuela Chavista un hogar afectivo y una entusiasta promotora de su asociación: no fue casualidad que Bolivia, Ecuador, Nicaragua y otros allegados a Chávez abrieran también sus puertas a Teherán.

La criatura terrorista gestada por el Irán, Khomeinista, Hezbollah, ya estaba actuando en América Latina para cuando Chávez llegó al poder, pero fue a partir de entonces que obtuvo una logística de movilidad, como nunca antes había gozado aquí (apenas en las últimas semanas un miembro de Hezbollah fue apresado en Lima y trascendió la vinculación entre este movimiento terrorista y bandas criminales en Brasil).

Es razonable asumir que la embajadora venezolana en la ONU -una de las hijas de Chávez- buscará perpetuar el legado ideológico de su difunto padre con iniciativas que persigan legitimar estas decisiones.

La buena noticia es que los iraníes, en este momento, tienen otras distracciones. Con el ascenso de ISIS al control efectivo de partes de Irak y Siria y expandiendo su influencia regional, los guardianes del chiísmo en el Medio Oriente están enteramente enfocados en preservar su poder e intereses allí, con miembros de las Guardias Revolucionarias y del Hezbollah, dando combate a los integristas sunitas en el terreno.

Y siguen en curso los esfuerzos del nuevo presidente Hassan Rouhani de alcanzar un fin negociado a las ambiciones nucleares de su país con las potencias occidentales, cosa que aparentemente lo ha llevado a bajar en algún grado la intensidad de la presencia persa en Latinoamérica.

Pero esto puede cambiar, conforme cambien las circunstancias. Sea cual fuere la actual intención de Irán en el Hemisferio Occidental, al igual que Moscú, Pekín y La Habana, a partir del 2015 los ayatollahs contarán con un aliado leal en el Consejo de Seguridad.

 

*Julián Schvindlerman es analista político internacional.

 

Fuente:paginasiete.bo