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HENRIQUE CYMERMAN

En partes de Jerusalén se respira cada vez más una atmósfera de guerra religiosa entre israelíes y palestinos. El Gobierno ha recomendado a los judíos que se armen, al tiempo que ha recuperado la vieja práctica de derribar las casas de los terroristas.

Navras al Shaludi, de 16 años, hermana de uno de estos terroristas suicidas, aseguraba ayer, sobre las ruinas de su casa en el barrio de Shuafat, que está muy orgullosa de su hermano. “Estoy dispuesta a seguir su camino”, aseguró. El mismo sentimiento tenían los familiares de los dos primos que el martes atacaron una sinagoga, donde mataron a cuatro rabinos ortodoxos e hirieron de gravedad a un policía que falleció ayer. “Nos alegramos por ellos, subieron al paraíso como héroes”, decían.

Jóvenes y niños de Shuafat ocupan la calle y se enfrentan a la policía convencidos de que apoyar los atentados es la única solución. “La intifada empieza hoy -decía uno de 17 años-. Desgraciadamente no sentimos el apoyo ni del Gobierno palestino ni del mundo árabe”.

Israelíes y palestinos se alejan paulatinamente con cada nueva matanza. Los llamamientos a la calma esconden el miedo a que los radicales sigan tomándose la justicia por su cuenta.

Las familias de los cinco israelíes asesinados el martes iniciaron ayer la semana de luto encerrados en sus casas, recibiendo a parientes y amigos.

La opinión general en estos velatorios es que la violencia nada tiene que ver con la ocupación sino con un islam cada vez más radical que lava el cerebro de los jóvenes musulmanes para que maten a los judíos. “Se trata de ellos o nosotros”, comentó una persona, mientras otra recordaba las profecías apocalípticas, donde el hombre vuelve a la edad de la piedra y lucha con piedras y hachas.

Muchos israelíes han recuperado el miedo de los años 2000 y 2006, cuando los suicidas palestinos hacían estallar sus bombas en los autobuses y los mercados.

“No queremos venganza -dijo durante el funeral la viuda de uno de los rabinos, ante los 25 huérfanos que han dejado- queremos vivir en paz con todos. Y pedimos a Dios que diga basta ya. Basta de entierros y de luto.”

Más allá del duelo y de las condenas generalizadas a la matanza, entre ellas la de Papa, arrecian las críticas al primer ministro Netanyahu. Nahum Darnea, del diario Yediot Ahronot, lamenta que los gobiernos israelíes “hayan perdido en vano” casi una década de tranquilidad para resolver el conflicto. No hicieron nada y hoy la situación es mucho peor. Darnea perdió a uno de sus hijos en un atentado suicida y hoy pide a los líderes israelíes y palestinos que dejen de lado la religión: “Ni mil bomberos lograrán apagar un fuego si Dios está en su origen”.

Los atentados religiosos no son nuevos en este largo conflicto. Hace 20 años, por ejemplo, un judío mató a 23 palestinos en la mezquita de Abraham, en Hebrón, edificio que los judíos conocen como la Cueva de los Patriarcas. Las autoridades israelíes repudiaron la masacre, del mismo modo que ahora el liderazgo palestino condena los atentados. Sin embargo, siempre hay radicales, en uno y otro bando, que celebran la barbarie.

La violencia se asienta ante la falta de una negociación, mientras los dirigentes israelíes y palestinos se acusan de alentar el caos. Netanyahu acusa al presidente palestino Abas de ser un irresponsable cuando alienta a los palestinos a que defiendan su derecho a rezar en la explanada de las Mezquitas. Por su parte, Abdulah Abdulah, alto funcionario de Al Fatah, comentó ayer a La Vanguardia que el principal culpable es Netanyahu “porque permitió que los judíos más radicales intentasen rezar en la explanada de las Mezquitas”.

Lo que nadie pone en duda es que la sangre divide a Jerusalén. La imagen de un rabino apuñalado con las filacterias rituales en su brazo y con su manto, el talit, ensangrentado entrará en la historia del conflicto más antiguo del mundo, del que nadie acierta a ver el fin.

Fuente:lavanguardia.com