Conmocion-Jerusalen_LNCIMA20141118_0175_27

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO

El pasado martes, el mundo despertó con la noticia de un atentado terrorista cometido por dos palestinos en Jerusalén, que ingresaron a una sinagoga y, armados con armas punzo cortantes y una pistola, asesinaron a cuatro judíos que estaban rezando (tres de ellos, rabinos), e hirieron a varios más, uno de ellos oficial de policía que intentó detenerlos, y que más tarde murió por sus heridas.

Al salir de la sinagoga fueron abatidos por la policía israelí.

La situación polarizó las reacciones. En los medios comunitarios judíos -tanto en Israel como en la Diáspora-, la indignación fue superlativa, y las expresiones de condena no se hicieron esperar. Más que eso: hay una creciente exigencia hacia el gobierno de Benjamín Netanyahu a que tome medidas drásticas para aplacar lo que ya tiene visos de ser una Tercera Intifada.

 La reacción palestina generalizada fue la opuesta: el atentado se celebró en todos los medios -oficiales y populares-, e incluso se regalaron dulces en la calle (exactamente igual que cuando se enteraron del atentado en Nuevo York el 11 de Septiembre de 2001). La familia de los terroristas abatidos recibió con gozo la noticia de que habían matado a cuatro judíos, y de que luego habían sido “martirizados”.

 Los gobiernos internacionales reaccionaron del modo obligado, condenando el atentado. Sin embargo, algunos lo hicieron con menor fortuna que otros. Barak Obama, por ejemplo, en un inicio tuvo que condenar la conducta palestina (algo que todos sabemos le duele profundamente hacerlo), pero luego tuvo el desatino de señalar que “han muerto demasiados palestinos”. Y digo desatino, porque entonces pareciera que el ataque en la sinagoga tuvo una justificación objetiva. Peor fue el caso de España, cuyo gobierno no hizo ninguna declaración sobre el punto, y en cambio llevó a votación en el congreso el reconocimiento de Palestina como Estado. El gobierno israelí de inmediato señaló que ese tipo de medidas enrarecen y deterioran el ambiente, porque le dan la señal a los palestinos de que pueden seguir con su actividad terrorista, y de todos modos el mundo los va a apoyar.

 Más grotesca fue la reacción de la prensa anti-israelí, que es mucha y muy importante. El caso más evidente fue el de CNN, que originalmente publicó la nota con un encabezado que decía “la policía israelí mata a dos palestinos”. En otro de sus portales, había publicado la noticia de que el ataque había sido en una “mezquita” de Jerusalén. Ante la presión recibida en las redes sociales, CNN no tuvo más remedio que disculparse y corregir sus titulares.

 Es decir: un panorama normal, aunque llevado a una mayor intensidad debido al tipo de ataque perpetrado esta vez.

Quiero enfocarme en esta ocasión en dos aspectos que me llaman la atención. El primero tiene que ver con este inicio de Intifada como estrategia global de los enemigos de Israel en general, y el otro como estrategia de los palestinos en particular.

Un aspecto poco comentado del reciente conflicto entre Israel y Hamas, que concluyó con la devastación casi total de la infraestructura del grupo terrorista, es que fue una especie de test para todos los grupos involucrados.

Para Israel fue un test obligado del funcionamiento de sus capacidades defensivas, cuya eficiencia fue sorprendentemente alta, reduciendo al mínimo los daños y las víctimas civiles. Además, fue un test igualmente obligado de sus capacidades de ataque en el caso de guerrilla urbana y ante las estrategias de Hamas, específicamente en relación al uso de civiles como escudos humanos.

Para Hamas fue un tanto más angustiosa la situación: sacrificó la abrumadora mayoría de su arsenal en un intento por obtener el apoyo mayoritario de los países árabes, objetivo que al final no se logró. Y es que escogieron una pésima coyuntura: en el marco de la aparición del Ejército Islámico y su califato como el mayor problema para el Medio Oriente, países como Egipto, Arabia Saudita y Jordania prefirieron mantenerse al margen de cualquier apoyo a Gaza, e incluso manifestaron un claro sesgo a alinearse con Israel (no de manera explícita, por supuesto, porque los árabes todavía tienen que respetar cierta retórica).

Pero la reacción interesante fue la de los grupos que han construido el apoyo financiero de Hamas, especialmente Irán: para ellos fue un test de hasta dónde estaba dispuesto a llegar Israel en caso de un combate frontal. Lo que vieron, evidentemente, no les gustó. Por ello, el brazo armado de Irán en la zona -Hizballá- no hizo ningún esfuerzo por involucrarse en el conflicto con Gaza.

Pese a su verborragia amenazadora, la realidad es que Hizballá tiene un severo problema en Siria. Si ya de por sí su necesidad de defender a Bashar el Assad le ha costado muchos recursos -militares y humanos-, la aparición del Ejército Islámico en ese conflicto lo puso en lo que sin duda es el mayor reto de toda su historia.

En consecuencia, es obvio que no es momento -ni lo será mientras no se resuelva de un modo u otro la guerra contra el Califato- de abrir un nuevo frente contra Israel, máxime porque ya se vio que el Estado Judío está dispuesto a responder con la fuerza necesaria a cualquier agresión.

Por eso el cambio de estrategia que ahora regresa el conflicto al modo de la intifada, en un claro intento por desgastar a la sociedad israelí desde adentro, desde sus bases. Por una parte, es un intento por distraer la atención del gobierno de Netanyahu de tal manera que Hamas pueda dedicarse a rearmar su arsenal.

Por otra, es una invitación a que en los choques entre palestinos e israelíes las víctimas palestinas se concentren en la sociedad civil, la que más dividendos políticos les da a los palestinos en la prensa internacional. En el último conflicto, la actividad de internautas pro-israelíes evidenció el descarado uso que Hamas hace de escudos humanos, y propagó a diestra y siniestra las noticias sobre los arsenales encontrados en las instalaciones de la ONU, así como el uso militarizado de las zonas civiles.

Por ello, los palestinos necesitan una estrategia que permita eliminar todos estos hechos que desprestigian su “lucha”. En el formato de intifada, los combatientes aparecen como integrantes de la sociedad civil, ciudadanos de a pie “luchando” por “sus derechos”.

Pero aquí es donde las cosas empiezan a fallar.

En un primer nivel, porque el inicio de la intifada pasa por algo esencial: la provocación. Los palestinos están, evidentemente, en el juego de buscar un muerto que provoqué el estallido “popular y espontáneo” (que, en realidad, a estas alturas debe estar perfectamente organizado). Pero su estrategia ha empezado bastante mal, con ataques a civiles israelíes descarados y grotescos, comenzando por los atropellos y llegando ahora al ataque en la sinagoga.

Todos los atacantes palestinos han muerto en su intento, y ninguno ha servido todavía para que se dé el levantamiento popular. Es obvio: sería algo demasiado descarado. En consecuencia, creo que en los siguientes días seguiremos viendo intentos palestinos por provocar algo que pueda darles el pretexto necesario para empezar la violencia generalizada.

Pero hay otro nivel en donde la estrategia está fallando, y es el que más me preocupa.

¿Qué obtuvieron los palestinos con las dos intifadas anteriores? En términos prácticos, nada. Absolutamente nada. Al final de la primera, se firmaron los acuerdos de Oslo que, pretendidamente, eran el inicio de un proceso que tenía que concluir con el establecimiento del Estado Palestino. Sin embargo, la propia esquizofrenia política palestina les impidió un compromiso real con esos tratados. Desde entonces, los palestinos han dado un ejemplo del peor modo de negociación posible: no han firmado un solo compromiso más, y han inventado cualquier cantidad de pretextos para mantenerse lejos de cualquier negociación. Y esos pretextos incluyeron otra intifada, la segunda.

En la cultura empresarial, hay un viejo dicho que dice que si quieres obtener resultados diferentes, hagas cosas diferentes.

Eso es lo preocupante de los palestinos: están intentando algo que ya demostró su ineficiencia total. Y no es cualquier cosa hablar de esa ineficiencia: las dos intifadas se han dado en el mismo ambiente de linchamiento mediático contra Israel, por no mencionar las posturas internacionales que siempre le exigen “contención” a Israel “para no incrementar la violencia”, pero solapan las agresiones palestinas llamándoles siempre “resistencia contra la ocupación”.

Aun así, con todo y eso, los palestinos han terminado obteniendo nada.

Eso demuestra que hay un nivel en donde ni siquiera se trata de la eficiencia del gobierno israelí para contener a los palestinos, sino de la propia incapacidad de estos últimos para lograr resultados a su favor.

Son una sociedad enferma, cegada por el odio y más concentrada en el objetivo de destruir al otro, que en el de construirse a sí mismo, sin importar que en el proceso se han destruido a sí mismos una y otra vez.

Por eso soy pesimista respecto a una cosa: es IMPOSIBLE la negociación. No hay medida política o diplomática que tome Israel que vaya a traducirse, en lo mediato e inmediato, en avances en el “proceso de paz”. Nuevamente, el palestino está apostando por una estrategia que ya probó anteriormente y que no le funcionó.

La irracionalidad absoluta.

Nuevamente, la ruta de los acontecimientos la tiene que definir Israel. El reto no es sencillo, porque las agresiones descaradas contra la población civil se están incrementando, tanto en su número como en su nivel de violencia.

Esto, a la postre, va a llevarnos a una situación en la que la población civil israelí tome un rol más activo en la solución del problema.

Lamentablemente, eso pasa por la segregación obligada de los palestinos, por lo menos en Jerusalén. Si no son una colectividad capacitada para coexistir, la propia sociedad israelí los va a marginar cada vez más.

¿El resultado? El lamentable círculo vicioso que lleva décadas funcionando: después de que la próxima intifada dé como resultado lo mismo de siempre, una vez que Hamas se sienta suficientemente fuerte para atacar volverá a hacerlo, con la consecuente respuesta militar israelí (más brutal cada vez), y así, como cuento de nunca acabar.

Pero Israel no tiene alternativa. Podría lanzarse en una verdadera campaña de exterminio y de segregación palestina, pero eso va en contra de los más esenciales valores del ser judío. En consecuencia, seguirá conteniendo las agresiones palestinas hasta que se pueda plantear la posibilidad de resolver el verdadero problema detrás de todo esto: Irán.

En términos generales, el régimen islámico de los Ayatolas está sentenciado a muerte. Desde 1979 pudieron establecerse en el poder sin ninguna competencia posible, porque supieron aprovechar el amplio descontento popular contra el régimen del Sha.

Pero eso significa que todos los iraníes que en este momento tienen alrededor de 40 años no conocieron o no recuerdan lo que significó vivir bajo el régimen del Sha. Para ellos, todos los problemas internos de Irán -que son muchos y muy severos- son responsabilidad única y exclusiva de los Ayatolas. Esto significa que están en la transición donde toda revolución tiene que adaptarse o morir, y el fundamentalismo islámico no es la mejor ideología para garantizar la adaptación.

Peor todavía para los Ayatolas es el hecho de que han sido sustituidos en el panorama de los integrismos religiosos. Durante muchos años, un aspecto que pudo resultar muy atractivo para los jóvenes fascinados con este extremismo religioso, era que el de Irán representaba el único régimen consolidado políticamente en un país, promotor y defensor del discurso de “terminar con el Satán de occidente y su aliado Israel”.

Pero esa época terminó. Ahora hay otro régimen políticamente consolidado, con un discurso todavía más radical, y abiertamente enemistado con Irán: el Califato del Ejército Islámico.

Y les aseguro algo: dentro de 30 o 40 años aparecerá otro grupo todavía más radical e igualmente consolidado. La sociedad musulmana en Medio Oriente está en ese penoso y complejo proceso done el radicalismo no tiene límite, y la terrible desventaja para ellos mismos es que siempre que aparece un nuevo extremismo, lo hace en abierta enemistad con los anteriores (es la lógica del fundamentalista: los demás no son “suficientemente puros”, “santos” o “devotos”).

En ese complejo panorama de deterioro de las sociedades islámicas, los palestinos han optado por una ruta patética, cuyo único resultado objetivo es fastidiarle la vida al prójimo. Quieren aprovechar que están en una zona sumamente inestable y que hay un claro anti-israelismo en la prensa y la política occidental, pero NUNCA logran hacer algo que se traduzca en beneficios reales para ellos mismos.

Esa es su verdadera tragedia, su verdadera Nakbá. Al final de este viaje, tal y como lo están planteando ahora, sólo hay más de lo mismo.

En ese sentido, Israel tiene un reto inédito, algo nunca visto en la Historia (que yo sepa): luchar contra el enemigo más autodestructivo posible, más incapaz de leer un ápice de la realidad para aprovechar eso a su favor.

Y con ellos nos exigen que negociemos.

Qué mundo loco este…