Judíos-de-Alepo

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Un paso adelante era suficiente para atravesar el cuarto de un extremo a otro. Cada par de horas, un hombre pasaba por su celda y le escupía. Carecía de alimento, agua y electricidad. No existían palabras de consuelo, sólo breves momentos de esperanza que aparecían en sus pensamientos de vez en vez. De 1948 a 1950 mi abuelo tenía un sólo empleo: El de ser prisionero, un judío convicto.

Yosef Avraham Esses nació el 16 de octubre de 1919 en Alepo, Siria. Su padre era comerciante de textiles, él era el octavo de 14 hijos. Pese a que vivió una feliz infancia – llena de amor, risas y Baklava – al lado de sus vecinos musulmanes, su vida sufrió un gran deterioro, del cual él nunca habló y yo deseaba tanto saber.

Entonces, en 2007 coloqué una cámara ante mi abuelo y lo entrevisté para un proyecto escolar. Él era un hombre muy reservado y cauteloso. Tras debatir y negociar con él comprendí el por qué.

Mi abuelo me explicó que un el gran cambio surgió hacia finales de la década de los cuarenta del siglo pasado. La actitud hacia los judíos, que una vez fueron ¨hermanos y hermanas¨ de los musulmanes, se transformó totalmente. En la época del establecimiento del Estado de Israel, mi abuelo administraba su propio negocio vendiendo ropa, accesorios y perfumería.

Una noche, al finalizar su jornada de trabajo, se encaminaba a su casa cuando tres jóvenes musulmanes lo acecharon y lo golpearon en medio de la calle con puños, piedras y palos,gritando: ¨¿Quieres un estado? ¿Quieres un estado? ¡Este es tu estado!

Hombres, mujeres y niños fueron colgados en las plazas mientras que los árabes celebraban

Mi abuelo fue testigo de una serie de atrocidades al igual que toda la comunidad judía de Alepo. Amigos y miembros de la familia desaparecieron para nunca más volver a saber de ellos o fueron asesinados ante las multitudes a la luz del día. Un incidente de una familia judía refugiada condujo al secuestro, tortura y asesinato de sus pequeñas niñas. Al cabo de unos días, sus cuerpos cortados fueron colocados en el umbral de su casa dentro de una bolsa.

Ser judío se convirtió en delito y mi abuelo fue el culpable de ello. Hombres, mujeres y niños fueron colgados en las plazas por este crimen, mientras que los árabes celebraban. Mi abuelo corrió con mejor suerte que muchos otros.

Él había mantenido relaciones firmes y positivas con árabes y judíos a través de los años y se jactaba de ser el mejor amigo del hijo del jefe de la policía en Siria. Pero, ante el riesgo de ser calificados como desleales, todos ponían sus ambiciones políticas por encima de sus sentimientos personales.

Así es como se le permitió a mi abuelo vivir pese a ser encarcelado. Muchos de los presos eran abandonados por días, hambrientos, torturados y humillados entre lodo y heces fecales. Gracias a sus relaciones con los árabes, mi abuelo fue  puesto en libertad durante las noches para volver encerrarlo en la misma celda todas las mañanas.

Ante la incertidumbre de no saber si la situación mejoraba o se deterioraba, su familia se vio obligada a huir. Paulatinamente, mi abuelo aseguró el escape de sus hermanos menores y su querida madre.

Una noche, siendo el único miembro de la familia que quedaba, encendió las luces de toda la casa, dejó el radio funcionando a todo volumen, abrió la puerta y partió para siempre. Mi abuelo cruzó la frontera con un pasaporte falso indicando que era oriundo de Filadelfia, dejando atrás sus reliquias familiares, pertenencias, dinero y recuerdos. Luego de cruzar a salvo la frontera con Líbano, salió del vehículo, besó la tierra y cantó una canción de libertad.

Esta no fue una simple entrevista, sino la primera y quizás última vez que mi abuelo habló de esto en su vida. Casi nadie sabía de ella. Yo estaba consciente de su sufrimiento y temor porque otros descubran la verdad. Pero también sabía que, en honor a mis antepasados y mi legado, tenía el deber de descubrir la verdad. Finalmente entrevisté a otros familiares, recopilé historias e imágenes para plasmarlas en un documental que relata la vida de mi abuelo – Se busca: El relato de Yosef Esses

Recientemente, el parlamento israelí designó el 30 de noviembre como el Día del Refugiado Judío – día nacional de recordación de los casi un millón de judíos refugiados que fueron obligados a huir de países árabes y de Irán. En este día se conmemora el comienzo de los disturbios anti-judíos que se iniciaron en noviembre de 1947, tras el Plan de Partición de las Naciones Unidas.

En este año, Canadá reconoció formalmente el sufrimiento de los 850,000 judíos que fueron expulsados u obligados a huir de países árabes tras el establecimiento del Estado de Israel. Para mi, es sumamente emocionante saber que mi propio abuelo es uno de los muchos judíos que será honrado. Estoy muy agradecida de poder compartir este día con él y recordar a todos aquellos que no lograron sobrevivir.

Mi abuelo y yo tenemos un vínculo muy estrecho. Nos reunimos para tomar café y yo le comento sobre mis películas y mis amigos en Toronto. Por momentos siento que debo parecerle inmadura al protestar de cosas mediocres como cuánto detesto el frío y cómo quisiera no tomar el autobús. Pero siempre tiene esa mirada peculiar, esa sonrisa tímida que quizás se relacione con uno de esos pensamientos en su celda de algún día tener la oportunidad de preocuparse de cosas mediocres.

Michelle Devorah Kahn es escritora y cineasta de Toronto.

Fuente: National Post.