Police Shooting Missouri

JAIME SCHMIDT

Escuché la más imbécil de las explicaciones en boca de una lectora de noticias en la televisión y la de un político, cuándo analizaban la acción policíaca que resultó en el asesinato de un hombre negro, acusado de vender cigarros sin permiso.

Cuando al hombre lo derribaron cuatro policías y uno de ellos cayó al suelo con él ahorcándolo, el detenido alcanzó a decir: “I can’t breathe”, no puedo respirar, pero no fue suficiente para que lo soltaran. Murió. La lectora de noticias decía: si te están ahogando no puedes hablar; no sé si la frase desafortunada la inventó o se la escuchó a un jefe policíaco que disculpaba la acción brutal de los cuatro agentes; se discutía que el gran jurado no encontró culpabilidad en el acto de brutalidad policíaca y el discurso del poder tenía que justificar la brutalidad policíaca, echándole la culpa a la víctima.

El discurso del poder parece no encontrar conflicto en que en lugar de enfocarse contra el crimen, se trate de detener a un hombre por vender cigarrillos sin permiso. Para eso las reglas del capitalismo son muy claras; que el hombre optara por vender como solución a la falta de empleo no se justifica, porque podía recurrir al seguro de desempleo, pedir limosna (aunque también para eso se imponen reglas), o delinquir.

Según los policías el hombre se resistió al arresto, luego entonces se justificaba toda la fuerza posible para seguir el protocolo para someterlo, tirarlo, esposarlo, detenerlo y someterlo a juicio, aunque para ese momento los cargos se incrementarían: seguramente le sumarían resistencia al arresto y cualquier otra cosa. El resultado: un hombre negro más a la cárcel, para incrementar los más de dos millones de presos; un buen negocio para las cárceles que están privatizadas, y una mención a los policías cuyo lema es proteger y servir, aunque queda claro que protegen a los negocios formales y sirven a las empresas carcelarias. Por su parte, el sistema rechazó otro intento de “desestabilización”. Como el preso no tendría dinero para un abogado, le tocaría algún defensor de oficio no muy interesado en confrontar al sistema.

La sociedad sale a la calle y ahora maneja la etiqueta #IcantBreathe como metáfora contra las acciones brutales del Estado que ahogan a ciertos grupos sociales. Estados Unidos tiene el mayor sistema carcelario del mundo y el segundo lugar de presos per cápita. Hay 2,266,800 presos y 4,814,200 bajo libertad condicional u otra supervisión judicial. De estos el 39.4% son negros (pueden ser más por la mezcla de razas) y 20.6% hispanos, no obstante que los primeros son el 13,2% de la población y los segundos el 17.1%. Tomando en cuenta que contar con antecedentes penales en Estados Unidos equivale a una condena perpetua para no conseguir buen empleo, los condenados muchas veces se ven lanzados al mundo del crimen (como vender cigarrillos sin permiso), o de regreso a la cárcel.

A partir de Ferguson donde un policía acribilló a un joven, se han registrado amplias protestas. Solamente en un día, por lo menos 170 protestas se dieron a lo largo y ancho de Estados Unidos y en otros países. Algunos han bloqueado puentes, túneles, carreteras, plazas y la policía los detiene por perturbar el orden público. Para el discurso del poder la sociedad debe permanecer silenciosa aunque la estén golpeando y pisoteando. La etiqueta usada en las marchas es levantar las manos y decir “Don’t shoot” (No dispares), la sociedad se rinde ante la evidencia de que brutalidad policíaca dispara más brutalidad policíaca.

No hace falta prestarle una atención muy detenida a las noticias para ver reacciones similares a lo largo y ancho del mundo. La sociedad se vuelca a las calles vociferando contra los gobiernos y confrontando sus decisiones: la constante es la falta de libertad, el abuso, las condiciones económicas y en ocasiones la corrupción; los políticos se escudan detrás de policías entrenados militarmente, porque el enemigo entró en casa. La rebelión social es un peligro, hay que atacarla con todo el poder del monopolio legítimo de la violencia, la que para entonces dejó de ser legítima y el Estado se pertrecha detrás de la intolerancia.

El mundo vive un rompimiento entre el discurso de la sociedad y el del poder. Los políticos han dejado de representar a la sociedad para representarse a si mismos y sus intereses, mientras la sociedad resiente a los políticos auto gratificantes cuyo egoísmo los aleja de su propósito inicial: asegurar la felicidad de todos y si el ruido de la sociedad estorba, a palos contra ella.