carcel

SILVIA CHEREM

Desde hace un año, los reclusos católicos de la Penitenciaría de Louisiana cuentan con una capilla dedicada al culto a la Virgen de Guadalupe.

Para el 12 de diciembre de 2013, la invitación a la prisión de Angola fue firme y puntual. Un pequeño grupo de mexicanos inauguraría ahí una capilla, la primera católica en el pabellón central de una cárcel norteamericana y la única en honor a la Virgen de Guadalupe.

“Te vas a sentir en casa”, me dijo Roberto Sánchez Mejorada, uno de los promotores. ¿En casa en una cárcel?, parecía delirante sarcasmo. Más aún cuando la Penitenciaria Estatal de Louisiana, a 80 kilómetros al noroeste de Baton Rouge, fue considerada la prisión más sanguinaria de Estados Unidos.

De ahí nadie se escapa. Sus 7 mil 300 hectáreas, donde se encuentran salpicados siete campos de reclusión, limitan en tres flancos con el río Mississippi, kilómetros de pantanos colmados de cocodrilos, a los que se suman 70 sabuesos de caza y perros lobo, hembras de pastor alemán cruzadas experimentalmente con lobos mexicanos: inteligencia y brutalidad, a fin de perseguir a muerte a los prófugos.

También llamada “Alcatraz del Sur” o “La Granja”, Angola -como se le conoce por haber sido plantación de algodón donde laboraban esclavos de aquel país africano-, la prisión más grande de alta seguridad de Estados Unidos, tiene 6 mil 300 convictos: homicidas y violadores que cometieron crímenes violentos, todos condenados a cadena perpetua (el promedio es de 93 años), incluyendo 84 asesinos seriales que esperan en el corredor de la muerte para ser ejecutados con la inyección letal.

 Una virgen morena

La Pinecrest Academy de Atlanta, donde asistían sus hijos, fue el punto de encuentro de los tres protagonistas -dos mexicanos y un cubano- que fraguaron la construcción de la capilla a la Guadalupana en la cárcel de Angola.

Sánchez Mejorada, quien fue director de comunicación y desarrollo institucional de la Universidad Anáhuac, conoció en esa escuela estadounidense a Jorge Valdés, un ex convicto cubano, responsable de haber ingresado gran parte de la cocaína del Cártel de Medellín a Estados Unidos de 1976 a 1987. Su historia parece de película y, de inicio, Roberto no la creyó: a los 21 años, ganaba 3 millones de dólares al mes, que despilfarraba en casas, Ferraris, caballos y mujeres.

Cuando cayó en la cárcel por una cuestión menor, ya lo carcomía el infierno de la culpa. Harto del vacío, Jorge Valdés lo confesó todo y entregó al gobierno norteamericano hasta el último quinto de su capital. Su condena pudo ser de ocho cadenas perpetuas, pero, al cabo de casi 10 años de encierro, por su buen comportamiento -tras las rejas concluyó una licenciatura en Biblia- obtuvo una salida anticipada en 1995. Ya libre, completó un doctorado en Teología, fundó una compañía de limpieza para asear los estragos que dejan los desastres naturales, y se volcó a dar parte de sus ganancias, primero, a causas evangélicas y, luego, a católicas.

Cuando en 2011, Jorge supo que Roberto iría a una misión social a Tlecuilco, una de las regiones más pobres de México, le dio 2 mil dólares. “Dedícaselos a los hombres de Angola”, le dijo.

Sánchez Mejorada pensó que se refería a la nación africana. Salió de dudas, meses después, cuando Valdés invitó a Burl Cain, director de la prisión de Angola, a dictar una plática a los jóvenes de la Pinecrest Academy, a fin de que entendieran que una mala amistad o un sueño de éxito fácil podía condenarlos irremediablemente.

Al salir de la cárcel, Jorge Valdés se había jurado que nunca volvería a pisar un reclusorio. Sin embargo, en 1998, contratado por el gobierno de Louisiana para limpiar el desastre tras el huracán Georges, vivió dos años en un remolque estacionado dentro de Angola, y así selló una amistad con Cain y con los reclusos, a quienes, desde entonces, visita cuatro veces al año.

El Warden Cain, el alcaide mejor pagado de la Unión Americana, con alma de educador, creatividad y mano firme, narró cómo ha transformado la sanguinaria cárcel en un centro de readaptación social. Baptista, casado con una católica, logró una “renovación moral” abriendo los muros del centro penitenciario a las distintas religiones como un medio para alcanzar valores, civismo y redención personal. “Dios habita en Angola, le abrí las rejas”, sostiene.

Fue su iniciativa crear la carrera de estudios bíblicos dentro del penal. Con el aval de los seminarios Teológico Baptista de Nueva Orleans, Teológico del Suroeste y de la Universidad de Loyola, ha graduado a más de 230 presos que, tras cuatro años de estudios, fungen como ministros en el reclusorio, transformando la cultura presidiaria.

“Los criminales son muy egoístas. Toman lo que se les antoja: propiedades y vidas. Mienten, roban, matan. Puede uno enseñarles a escribir y a leer, artes y oficios, pero, sin una rehabilitación moral, sólo se crean criminales más astutos”, señala.

Tras escuchar a Cain, Sánchez Mejorada quiso conocer Angola. Compró una Virgen de Guadalupe en La Villa, y con Jorge Valdés y el mexicano Fernando García Zalvidea, que también residía temporalmente en Atlanta, fue a entregarla a los presos.

Entre Jorge y Fernando la alquimia fue inmediata. Los dos habían pasado por la cárcel y salido adelante, eran filántropos y fervorosos creyentes. Fundador de Best Day, García Zalvidea había sido acusado de lavar dinero sin que se le probaran los cargos, y padeció 13 meses de encierro en un penal mexicano.

Llevar la Virgen a Angola fue, para los tres, el inicio de un sueño. Con donaciones privadas, Cain había construido ocho capillas de distintas denominaciones en el penal, pero, por oposición del obispo de Baton Rouge, faltaba una católica para los más de 3 mil creyentes.

Fernando y Jorge asumieron el costo: 400 mil dólares. Se comprometieron también a conseguir los permisos. Sin embargo, por razones eclesiásticas y problemas diversos, la capilla se fue posponiendo. Finalmente, en 38 días, con el trabajo de 60 reclusos que inclusive pintaron murales -Miguel Vélez, sicario de Pablo

Escobar, fue el principal artista-, la obra de mil 800 metros cuadrados, con la fachada de la Misión de El Álamo, se concluyó para honrar a la Virgen en su día.

Una segunda oportunidad

De Baton Rouge, capital de Louisiana, recorrimos fríos bosques otoñales rumbo a aquella tierra de vaqueros herida por la Guerra Civil. Junto al letrero de Louisiana State Penitentiary, decorado con series navideñas, se lee: “You are entering the land of the new beginnings”.

Dos alguaciles revisan a fondo nuestro coche e identificaciones. No se ve dónde termina la planicie, tierras de cultivo sin fin. ¿Estamos en una cárcel? Fernando García Zalvidea no llegó a la meta a pesar de haber dibujado cada detalle de la capilla, desde la fachada y los murales hasta los mosaicos del piso. Un mes antes de ese 12 de diciembre, perdió la vida a los 54 años por una embolia.

Dormiríamos tras las rejas, lejos de los siete campos rodeados de alambre de púas electrificado donde se distribuye a los reclusos de acuerdo con su peligrosidad. La consigna era hablar en libertad con Cain, con los reos -incluidos los del corredor de la muerte- y con algunos de los mil 500 empleados que ahí mismo viven en familia.

¿Dónde están los presos? ¿Las torres de control? ¿Los perros? La cena nos espera. Chris Gilkers, el cocinero, ese güerito limpio, servicial y de buenos modales que a todo responde: “Yes, Mam”, cuando tenía 23 años (hoy tiene 37) mató a su esposa tras un pleito conyugal una noche que, borracho, se le fue un tiro. Cada día lamenta ese instante que dejó huérfanas a sus dos pequeñas hijas, a quienes casi no conoce.

Big Lou, Louis Cruz, desde hace 14 años dirige ese comedor para visitas especiales. Tiene su lancha para pescar, hace los menús y coordina al equipo como si se tratara de un restaurante de categoría. En casa de la propia gobernadora, este gigante bonachón sirvió varios años. Preso hoy, preso entonces. A Angola llegó a los 22 años, tiene 58. Hijo de una buena familia -su madre es autora de libros cristianos-, un mal día probó drogas con su novia, ella murió de sobredosis. Sin saber qué hacer, la echó al río y se escapó. Fue culpado de asesinato y robo. Lleva 36 años preso, la familia de ella no lo perdona.

A los trustees clase A, como ellos -hay aproximadamente mil 600 trustees en Angola-, se les permite trabajar fuera de las zonas de encierro, sin supervisión de gente armada. Para ser trustee y gozar de independencia, los reos deben tener de 10 a 15 años presos sin un solo incidente de mala conducta, ser trabajadores y gozar de salud mental. Ningún violador o pederasta puede ser trustee, y basta cualquier falta para perder esa condición. Hay 0 tolerancia.

Trabajan desde las 5:00 de la mañana, jornadas de ocho horas o más: con los animales (hay 2 mil cabezas de ganado y 600 caballos), en la agricultura (cultivan más de mil 800 toneladas de vegetales al año), en la industria o en los talleres de habilidades y oficios. Pueden además estudiar, graduarse de ministros, laborar en el hospicio o en el hospital del reclusorio, formar parte de equipos deportivos e inclusive ser reporteros de la revista Angolite o de la radio de la prisión. Perciben 20 centavos la hora, que les permite comprarse pasta de dientes, jeans o aspirinas.

Con esta estructura productiva renacen, se transforman en individuos de fiar, seres con una oportunidad renovada de ser libres.

Libres tras las rejas… Casi todos reconocen su responsabilidad: malas amistades, alcohol, drogas. Aseguran que esta cárcel de reglas claras, ordenada y limpia, donde por decreto no se escuchan gritos ni malas palabras, se transformó radicalmente desde que Cain la gobierna.

Un déspota ilustrado

Antes de que Burl Cain asumiera el cargo en 1995, había 40 asesinatos o más al año. Los reclusos mal dormían con un puñal bajo la cama y una armadura de revistas sobre el pecho para evitar ser acuchillados. “Nos obligó a vivir de otra manera, los fuertes dejaron de vivir de los débiles”, reconoce Isaac Smith, recluido desde hace 35 años por un crimen que asegura no cometió.

Cain no quería el puesto. Exigió un sueldo estratosférico para disuadir al gobernador, pero éste aceptó su demanda. Sexto hijo de una maestra y un granjero, padres estrictos y cristianos devotos, cursó Educación y Agricultura en la Universidad de Louisiana. De 1975 a 1981, fue el administrador de las granjas e industrias de las prisiones del Estado y en cinco años las ganancias pasaron de 12 a 40 millones de dólares. De 1981 a 1995, dirigió el Instituto Correccional de Dixon, con mil 500 reos, antesala para llegar a Angola.

A los tres meses, le tocó participar en la ejecución de un condenado a la inyección letal, la primera de siete que lleva. Él mismo puso su pulgar hacia abajo como señal. Esa noche, sin poder conciliar el sueño, llamó a su “Mamá”, y sus palabras fueron un desafío: “Dios te encomendó no sólo los cuerpos de estos convictos, sino también sus almas. Te pedirá cuentas”.

Tomó la decisión de involucrarse: participar en la última cena del condenado a muerte con su familia, ayudarlo a alcanzar su arrepentimiento, darle paz tomando su mano en su “tránsito al juicio final”. Guarda en su oficina un frasco de mantequilla de cacahuate marca JIF que, en 2010, pidió para cenar el último hombre ejecutado en la prisión. Lo conserva como amuleto, recordatorio de que Angola “debe ser humana”.

Sin importarle qué hicieron los reclusos para llegar a la prisión les ofrece “una segunda oportunidad”: obedecer reglas, despojarlos de su egoísmo, transformarlos. La metamorfosis comienza desde el lenguaje. No habla de presos, son residentes. No se refiere a criminales, sino a infractores. En el hospital y en el hospicio, son pacientes.

Ser un “dictador benévolo”, como se autonombra, no lo exime de ser, a veces, un tirano. En 1999, en la peor pesadilla que ha vivido, seis reclusos iniciaron un motín, tomaron como rehenes a tres oficiales y acuchillaron al capitán David Knapps. Cain dio la orden de balear a los indisciplinados.

Con él no hay juegos, sus palabras suaves son un hachazo de consistencia y rigor a fin de alcanzar una vida pacífica en comunidad. Cuida que los nuevos se rodeen de gente moral.

“Castigo sólo a los malos o rebeldes. A todos los conozco, la gran mayoría son individuos que cometieron errores”, dice.

Su equipo de guardias son mayoritariamente mujeres, inclusive ellas cuidan el corredor de la muerte. “Son más inteligentes: saben escuchar a los residentes, enfocarse en los detalles, no dejan pendientes, no discuten conmigo y siguen las reglas”, sostiene.

Ante la mínima falta de disciplina, llega la orden de encierro en celdas de castigo sin privilegios. A los “depredadores” los aísla en el Campo J, la cárcel de alta seguridad dentro de la cárcel: 500 calabozos unipersonales de donde los reos salen, si acaso, una hora al día en soledad a respirar aire fresco. Ahí están los pandilleros, drogadictos, fugitivos o quienes ofenden, mienten o desafían a la autoridad. El aislamiento puede ser desde seis meses hasta toda una vida.

Uno de los aciertos de Cain ha sido implementar programas productivos para gozar de recursos propios. Cuando él llegó, el Rodeo, que hace medio siglo inició como diversión de los presos, en el que éstos se enfrentan a toros y caballos salvajes, se llevaba a cabo en una arena para 2 mil 800 personas. Construyó una para 15 mil y, en abril y octubre, el popular

Rodeo genera alrededor de un millón de dólares con llenos casi totales de un público que viaja a presenciar lo que se anuncia como The wildest show of the South.

En esta feria, que acerca a los trustees con la población libre, pueden vender sus artesanías (sillas, cobijas bordadas, artículos de piel y obras de arte) y tener dinero -administrado por las autoridades del penal- para comprar más materia prima o para ofrecer una cena a sus familiares.

Asimismo, Angola genera alrededor de 4 millones de dólares con las ventas de productos y alimentos -vegetales que alimentan a cinco prisiones; la producción de placas de automóvil, colchones, escobas, féretros-, mismos que se emplean para pagar funerales y medicinas, y para implementar proyectos educativos y religiosos.

Guadalupana de la esperanza

Casi todos los 300 hispanos de Angola asistieron a la inauguración de la capilla, entre ellos 20 mexicanos que, quizá porque llevan poco tiempo presos, por un asunto cultural, o porque dicen la verdad, aseguran ser inocentes.

Hubo cantos y bendiciones, incienso, velas y consagración. Un rosario de arrepentimientos. Mariachi y hasta un Santa Clos que repartió dulces y abrazos. Era Gerald Kelly, quien tras 25 años en Angola fue sorpresivamente absuelto de la cadena perpetua y regresaba a insuflar esperanza. El momento cumbre fue cuando Valdés leyó una carta del Papa Francisco, fechada unas horas antes, en la que ofrecía hacer una visita al penal, probablemente en 2015. Jonalyn, la esposa de Cain, tuvo audiencia con él en el Vaticano y lo contagió de entusiasmo hacia Angola y su capilla guadalupana.

A la mañana siguiente, en la primera misa, el colombiano Carlos Arango, conocido como Miguel Vélez, sicario de Pablo Escobar, contó su vida de cara a los murales de la Virgen que él mismo pintó.

Arquitecto de profesión, temiendo padecer carencias con el sueldo que percibía en el Departamento de Planeación de Bogotá, aceptó trabajar en Estados Unidos. Fue mano derecha de los cabecillas del Cártel de Medellín.

“Era a mí a quien le encargaban cualquier cosa que se les atoraba. Me justificaba creyéndome leal y honesto”.

Llegó a Angola en 1986 por el asesinato de Barry Seal, un piloto norteamericano que traficaba drogas con el Cártel y a quien sorprendieron como soplón de la DEA. Por indisciplinado, por haber intentado huir del penal en dos ocasiones, Vélez pasó 23 años recluido en soledad en el Campo J, pudiendo salir a respirar aire sólo tres horas a la semana. Ahí aprendió a pintar. Burl Cain le suplicaba que cambiara, pero a nadie quiso escuchar. A nadie, hasta que llegó a su vida Jorge Valdés.

Con un cáncer terminal que lo aqueja, hoy, arrepentido, se asume como un hombre de fe: “Quizá lo que cuenta es el final de la vida”.

Fuente:gruporeforma.com