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JEAN MEYER

Regresé de Francia poco antes de los atentados del 7 de enero y sentí en Marsella y Tolón la tensión alrededor del tema de la inmigración y del auge del Frente Nacional. Parientes y amigos participaron en las grandes marchas de protesta contra el terrorismo, tanto en las primeras, espontáneas, como en la gran marcha convocada por el gobierno de la República. Transcribo sus reacciones.

“Esos tres días de atentado, asesinato generalizado, esos destinos mediocremente sublimes, el fascismo instintivo de los matones que pidieron, como los nazis, la confesión del apellido de cada uno antes de exterminarlo, la tienda de abarrotes kosher y sus asesinados por principio, la perfecta coordinación de los asaltos de nuestra policía, después de la ceguera de nuestros servicios de espionaje, y la extraordinaria manifestación de la Plaza de la República, la primera, que fui a cubrir en seguida. Lo que era notable, una mayoría de jóvenes adultos entre 20 y 35 años, ningún viejo izquierdista, ni comunista. Con los lemas esperados: “Je suis Charlie, libertad de expresión” y, más importante, “nada de amalgama”. Pero lo que más llamó mi atención fueron las banderas azul-blanco-rojo y la Marsellesa cantada varias veces. Manifestación patriótica. Cuando pregunté a los de las banderas ¿por qué?, me contestaron que no eran chovinistas, sino que “no se podía dejar la bandera en manos del Frente Nacional si uno quiere afirmar las libertades democráticas para todos. Iré mañana a la marcha oficial”. Fue y dice:

“La gente quiere la paz. Fue como un levantamiento patriótico, tal como lo había sentido el primer día. Mientras, Al Qaeda hace lucir su insignia de sangre. Fue para millones un baño de Bien, con aplausos para los policías. Lo importante es que los policías desfilaban, sonrientes de felicidad porque, por una vez, no los odiaban. Algo de chovinismo filtró, sin una palabra para los árabes “buenos”, en el servicio religioso de la sinagoga de las Victorias. Pero hubo algo jamás visto, un sueño de unión, la gente contenta de ver a Netanyahu y Abbas, el israelí y el palestino, en primera fila, la gente triste e indignada y contenta de ser capaz de lanzar un llamado a Francia, pidiéndole ser de nuevo lo que pudo a veces ser”.

Otro testimonio parisino: “Claro, adivinaste, marchamos, bueno, marchar es mucho decir, porque nada más entrar en el Bulevar Voltaire y salir de la Plaza de la República, o sea 50 metros, nos tomó más de dos horas. Impresionante, confortante y también un poco inquietante. Me llamó la atención los pocos musulmanes presentes. Lo cual no significa que la mayoría apruebe los atentados. ¿Temían hostilidad? Ningún velo visible en el metro, estos últimos días, algo excepcional. ¿Temor a ser fotografiados, vistos en la tele por gente de Al Qaeda? ¿Se niegan a participar a un desfile donde algunos llevaban caricaturas de Mahoma, por más que desaprueben el crimen?

Imposible decirte por qué la reacción fue tan masiva y amplia, no como en 2011 cuando el asesinato de niños y maestros en la escuela judía de Tolosa. Quizá porque ocurrió en París, porque el ataque fue contra un periódico, por el asesinato del policía árabe y de la mujer policía y el horror de la masacre en la tienda kosher. Y la conciencia que con la aparición del Estado Islámico la amenaza cambió de escala. Lo que explica la reacción internacional”.

Interrumpo la cita para señalar la ausencia de los jefes de Estado latinoamericanos. “Un acto bastante limitado (tres asesinos, 17 víctimas) y son las bases fundamentales de nuestra civilización, de hecho de toda civilización, que han sido atacadas. Es lo que todo el mundo sintió. Claro, eso va a seguir. Los bárbaros no han fracasado. La muerte no es una derrota para ellos, tendrán imitadores, sucesores. En Twitter muchos mensajes los celebran como héroes y el minuto de silencio en las escuelas no ha sido respetado en ciertos barrios que lanzaron cohetes de alegría. Una situación bastante delicada. Y para terminar, queridos amigos, ¡Viva la República!”

Investigador del CIDE.
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Fuente:eluniversalmas.com.mx