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MAURICIO FARAH

Hay quienes no dejan una huella en la historia, sino una cicatriz. Herida profunda y cicatriz perenne produjeron los terroristas que asesinaron a 12 personas en las instalaciones del semanario parisino Charlie Hebdo. Entre las víctimas, la mayoría periodistas, hubo dos agentes del orden.

Uno de ellos, Ahmed Merabet, un hombre de 40 años de origen tunecino, profesaba la religión musulmana, la misma que creyeron defender los radicales que lo asesinaron. Su cuerpo fue sepultado tras una ceremonia celebrada paradójicamente en una mezquita.

En un ya famoso tuit se sintetizó la lección de su desenlace fatal: “Yo no soy Charlie. Soy Ahmed, el policía muerto. Charlie ridiculizó mi fe y mi cultura y yo morí defendiendo su derecho a hacerlo”. Merabet encarnó así, puntualmente, la clásica frase de “podré no estar de acuerdo con lo que digas, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

Estamos ante una nueva clase de héroe, aquel que no entrega su vida por nacionalismos, religiones o ideologías, sino por la vigencia de los valores democráticos y los derechos humanos. Merabet ofrendó su existencia por prerrogativas fundamentales como el derecho a la vida y la libertad de expresión, cimiento, el primero, de la existencia misma y, el segundo, del individuo consciente y de la tolerancia social.

La lección para un país como el nuestro, en el que tanta falta hace fortalecer la cultura del diálogo y el acuerdo, es que hay valores más importantes y más comunes a todos que los que enarbolan ideologías y doctrinas: son los valores de la democracia.

Ha comenzado la cuenta regresiva para las elecciones intermedias, calificadas por Lorenzo Córdova, consejero presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), como “las más complejas y concurridas de la historia”, debido a que habrá 2 mil 179 cargos en disputa, con un listado nominal integrado por 82.5 millones de votantes.

En ese contexto, es previsible que atestigüemos campañas negras, maniobras de desinformación y todas las malas artes de las guerras sucias electorales. En este paisaje político de crispación, lamentablemente es probable que pueda pasarse de la violencia de las palabras a la violencia de las armas, lo que vulneraría un principio fundamental de la convivencia democrática: las ideas se combaten con ideas, no con balas.

En los debates por venir tenemos que comenzar a hablar sin etiquetas, sin prejuicios, con la tolerancia como guía de nuestra conducta electoral. Ésta es una responsabilidad de todos, del Ejecutivo, de diputados, senadores, partidos políticos, medios de comunicación, de la sociedad entera, habida cuenta de que por encima de las legítimas convicciones e intereses de cada quien están los principios de nuestra armonía social y los valores del régimen democrático en el que hemos decidido fundamentar nuestra convivencia.

Así como hoy sabemos que el fanatismo no es exclusivo de la izquierda o la derecha, del credo musulmán o del cristiano, debemos tener presente que la verdad, las mejores propuestas o los mejores candidatos no son patrimonio de una ideología o de un partido. Muy por el contrario, en México tenemos la fortuna de contar con un amplio abanico de propuestas y una boleta electoral que refleja todas las formas de pensar y de sentir de los votantes, por lo que nuestro principal blindaje contra la violencia política es celebrar y hacer valer la pluralidad.

Twitter: @mfarahg

Fuente:razon.com.mx