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LEONARDO GUZMÁN

La muerte del Dr. Alberto Nisman es una tragedia para la región, dijo el presidente electo Tabaré Vázquez. Evidencia la ausencia de un Poder Judicial creíble para penalizar estas tragedias, escribió La Nación. Pone en juego la credibilidad de la Argentina y la seguridad para futuros inversores, reflexionó El País de Madrid.

Sí. Pero más que todo eso, la muerte de Nisman es una inmolación.

Haya sobrevenido la tragedia por un estallido íntimo, por presiones insoportables o por obra asesina de un gatillo ruin, este fiscal hoy enterrado, a plena conciencia de sus riesgos, entregó la vida por defender la convicción sobre un expediente que lo enfrentó abiertamente con el poder. En un tema sin jurisprudencia ni doctrina donde recostarse, fue obrero de la prueba; y se entregó a la faena con el denuedo que merecía el atentado racista más infame de la historia de nuestra América Latina, respaldando sus conclusiones en fojas imperecederas que ahora están abiertas para el escrutinio que les debe la civilización jurídica del mundo entero.

Al vivir el Derecho como gesta interior de la conciencia, esta época de decadencia recibe del Dr. Nisman el legado de savia noble que contiene el verbo inmolar. La Academia lo define como “Sacrificar una víctima. Ofrecer algo en reconocimiento de la divinidad. Dar la vida, la hacienda, el reposo, etc., en provecho u honor de alguien o algo”. Ese legado de Nisman debe ser luminoso para todas las generaciones de juristas, porque hoy -eclipsado el honor como punto de referencia, reducido el provecho a lo material, manejado todo en términos de “me sirve” o “no me sirve”- en muchos, incluso ilustrados, ha desaparecido hasta el lenguaje necesario para comprender a quienes entregan todo por servir un valor que sienten superior a su propia vida.

Asesinado o suicida, Nisman identificó su ser y su destino con la causa que la vida puso en sus manos. Al hacerlo en este siglo XXI advenido entre relativismos y entertainments, dio testimonio de que el Derecho es mucho más serio y tiene mucha más trascendencia que lo que suponen quienes lo miran de soslayo y pretenden usarlo como un juego light de poderes ocultos o trampas argumentales. Evidenció que es inadmisible la moda de llamarles meramente “operadores del sistema” a los actores del drama jurídico, que si desempeñan su papel juegan su destino íntegro en la soledad siempre modesta del recinto donde se escudriñan sombras y se elaboran certezas.

Si la atrocidad de la AMIA puso a la vista la sangre y el dolor que provoca el terrorismo golpeando y violando al Derecho, este final de Nisman patentiza que el Derecho compromete al hombre entero, quien, por su condición de persona, está llamado a vivirlo -como enseñaba Justino Jiménez de Aréchaga- “no solo con la cabeza sino también desde los huesos”. Y porque es así, el duelo por Nisman lo palpitamos desde la médula de la condición de persona, que es anterior al Derecho y le da cimiento e inspiración.

Por saberlo así, en el Ministerio de Educación y Cultura defendimos una década atrás la independencia de los fiscales. Hoy, ante al anuncio de un decretazo de apuro para adscribirlos nada menos que a la Presidencia de la República, nos disponemos a defenderla otra vez.

Es lo menos que debemos hacer por encima de izquierdas y derechas.

Es que el derrumbe de este nuevo mártir del quehacer jurídico nos llama a la resurrección de la lucha por el Derecho.

Fuente:cciu.org.uy