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NEDDA G. DE ANHALT

 

El duodécimo festival de cine judío en México fue creado por Aarón Margolis y en la actualidad está a cargo de su Presidente, Mark Liwerant y el Director Isidoro Hamui. Como siempre, se exhibieron largometrajes estupendos, mas abrió con una espléndida sorpresa. Se trató de la instauración de un concurso de cortometrajes sobre temas de diversidad cultural, proyecto de Víctor Pavón León. Entre los finalistas, —que provenían de Mérida, Zacatecas, Veracruz, Vancouver, Quinta Roo y Distrito Federal—, y cuyo jurado estuvo compuesto por prestigiosos profesores universitarios y miembros del IMCINE, eligieron tres finalistas. El primer lugar correspondió a “MATICES” (2013, México, 5’), de Saúl Masri; “NUMBERS” (2012, Canada, 8:36’) de Benjamín Wlodawer obtuvo el segundo lugar; el tercero, fue “LA LUZ EN ALEX” (2013, México, 10’) de Moïs Roditi. Y, con ellos, la cronista comienza.

En “Matices”, tendremos dos jugadores de ajedrez que, durante el juego, van descubriendo que tienen tanto, pero tanto en común, sin embargo, a medida que el Jaque Mate al rey se hace evidente, sabremos que a pesar de ser tan parecidos, en verdad cada uno está en las antípodas, o mejor dicho, en diferentes lados de la cerca. En excelentes actuaciones, Héctor Bonilla y Patricio Castillo interpretan a estos ajedrecistas. “Numbers”, gira en torno a la sobrevivencia de un ex prisionero que logra escapar de los campos de exterminio nazis. En “La luz en Alex”, sabido es el amor que muchos nietos sienten por sus abuelos; hay casos en que los aman más que a sus propios padres. Este es el caso de una niña mexicana con su abuelo.

Por supuesto, hubo más cortos de diferentes países y de gran calidad, como “El ciclo de la vida” (2014, Holanda, 4:29’), donde un científico con una vara sobre la arena nos va explicando otro lenguaje poético, el de los números que es, en realidad, el lenguaje del mar.

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En el programa del FICJM, la maestra Gina Szclar, coordinadora de comités de programación, nos informa que, de las 200 películas vistas, se escogieron sólo siete para este festival. La cronista confiesa que vio dos veces la película Musicales de Broadway: un legado judío (2013, EUA, 85’) de Michael Kantor y hasta tres veces más la vería. Es asombroso que las melodías litúrgicas de los rezos en hebreo estén tras las canciones más populares del hit parade estadounidense. En cuanto al director Eran Riklis, conocido por sus estupendos filmes, Los limoneros (2008) y El viaje del director de recursos humanos (2010), ahora con El árbol de la aceituna (2012, Israel, 107’), nos comprueba que sigue siendo uno de los cineastas más destacados de la filmografía israelí.

La música para ciertos directores como el australiano Paul Cox es esencial. En una ocasión, él confesó estar preocupado porque no lograba encontrar el tema musical para uno de sus filmes, pero en cierto vuelo de avión escuchó un concierto y supo inmediatamente que ése sería el elegido. Cuando aterrizó, fue a una tienda de discos y lo adquirió. Feliz, ya con la música en el bolsillo, fue al hospital a ver a su esposa y a conocer a su vástago recién nacido. Por su parte, el director iraní Asghar Farhadi, que ganó el Oscar a la mejor película extranjera en el 2011 con A Separation —que curiosamente competía con el filme israelí Footnote: A pie de página de Joseph Cedar— declaró que él no le pone música a sus filmes porque ésta es manipulativa. Puede que en muchos casos tenga razón. Cuando El lobo feroz (2013, Israel, 110’), de Aharon Keshales y Navot Papushado abre con la música de Haim Frank Ilfman, el espectador siente que se eriza de miedo. Efectivamente, la música nos está manipulando y en especial cuando se ven las zapatillas rojas —que no son las de Moira Shearer, sino que se acercan más a las de Dorothy (Judy Garland) en el Mago de Oz cuando canta Somewhere over the rainbow— sabremos que hay una niña desaparecida en este filme donde hay más de un lobo feroz y las lealtades y complicidades pasan de un extremo al otro. El lobo feroz es un thriller que se enlaza perfectamente con el humor negro. Si en Pulp Fiction, Tarantino vincula la violencia con una hamburguesa, en El lobo feroz, los directores hacen lo mismo con una sustanciosa sopa materna. Con razón a Tarantino le gustó tanto esta película que homenajea la violencia lúdica en sus filmes. En esto, la cronista coincide con la reseña que escribió Silvestre López Portillo y que aparece publicada en el programa.

¿Insolente, desfachatada y atrevida? Sí, eso y mucho más es Mi gran aventura sexual (2012, Canadá, 98’), de Sean Garrity. Si en Celebrity (1998), Woody Allen se atrevió a que un personaje femenino con un plátano en mano le diera lecciones a otra mujer de cómo hacer un fellatio, en Mi gran aventura sexual, nuestro tierno protagonista recibirá, con un melón, el adiestramiento para realizar el cunnilingus. La cronista consigna que esta divertida comedia arrancó muchas carcajadas al público asistente.

El amor homosexual en Afuera, en la oscuridad (2012, Israel, 96’), de Michael Mayer es un amor imposible entre un palestino y un israelí a causa de la homofobia familiar y social que aún prevalece. Mientras que el documental La llave perdida (2013, Venezuela, 88’) de Ricardo Adler y Manis Friedman es una exaltación al amor heterosexual en donde varias parejas reciben consejos asombrosos del Rabino que, entre otras enseñanzas, hace una diferencia entre el amor y la intimidad.

Ahora bien, si alguien tuviese la curiosidad de preguntar cuál fue entre todas la película que más le impactó a la cronista, o mejor dicho, si sólo hubiera tenido que elegir una entre todas, definitivamente, esa sería Una película inconclusa (2009, Alemania, 89’) de la directora Yael Hersonski. Este un documento histórico tan valioso que le recordó a la cronista las palabras de Henri Langlois (Esmirna 1914 – París 1977) fundador de la Cinemateca Francesa, quien fue el responsable de haber salvado muchas películas entre éstas las de cineastas judíos que el régimen nazi ordenó destruir porque eran “degeneradas”. El deseo de Langlois de salvar estos filmes, le hizo formular esta frase que la cronista cita de memoria: “Estoy convencido de que las películas perdidas algún día aparecerán”. Y así fue con Una película inconclusa. El régimen nazi ordenó la filmación de Das Ghetto (1942) de propaganda nacionalsocialista sobre el gueto de Varsovia. Durante muchos años los historiadores pensaron que, en efecto, ese filme atestiguaba la vida que los judíos llevaban en el ghetto, donde se ven desfilar por las calles a los judíos elegantemente vestidos con guantes, sombreros; o aparecía un rabino con el talid (manto judío) puesto y un bebecito con las piernas abiertas en el momento de la circuncisión; una vida cotidiana como si aquí no pasara nada y los judíos vivieran en santa paz. Tendrían que pasar cuarenta años hasta que un día, entre las latas donde se guardan los rollos cinematográficos, apareció una película que honra la predicción de Langlois. Es la misma película anterior pero muchas de las secuencias están repetidas una y hasta cuatro veces ¿por qué? Porque de repente cuando estaban filmando la escena no se daban cuenta que en la calle estaban regados cadáveres de judíos con una nube de moscas encima que echaba a perder la veracidad de lo que trataban de probar. En esta versión que es la verdadera, nosotros los espectadores estamos viendo una película dentro de otra y escuchamos las voces narradoras que nos van aclarando todo el engaño de la primera versión, es decir, en un cine semivacío están los sobrevivientes de este ghetto. En aquella época, por citar un ejemplo, vemos a una señora de edad media que, viendo la película, va diciendo que ella tenía nueve años cuando aquello lo estaban filmando; su familia desnutrida y hambrienta estaban en sus cuartos esperando la muerte y ella era la única que recorría las calles buscando en los latones de basura algo de comida para llevárselos. Una sobreviviente más, mira con ansiedad ese río de personas caminando por la calles e intenta reconocer a su madre. Los nazis eligieron a los judíos que tenían las mejores ropas y que estuviesen más gruesos para que dieran una apariencia de bonanza. Otra sobreviviente, cuando sale el niñito del bris (circuncisión) exclama: “pobrecito, a los dos meses todos los bebes que nacían en el ghetto eran incinerados”… Y la película continúa, marcando de modo indeleble, corazón, mente y vísceras en esta cronista.

El duodécimo festival de cine judío fue este año, como tantos otros, un verdadero lujo.