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SHLOMO BEN-AMI

El resurgimiento del antisemitismo indica una crisis de la democracia.

Pese a la impresión dada por las concentraciones unitarias y en masa habidas en toda Francia, el reciente ataque contra la revista satírica Charlie Hebdo no significa que la libertad de expresión se encuentre gravemente amenazada en la Europa occidental. Tampoco indica que el radicalismo islámico esté a punto de inundar, en cierto modo, o transformar a las sociedades  occidentales. La amenaza que, en cambio, pone de relieve es otra menos comentada: el resurgimiento de la discriminación y la violencia contra los judíos de Europa.

Charlie Hebdo, el último vestigio de una tradición obscena y bastante salvaje de caricaturización escandalosa de las figuras políticas y religiosas de la Francia del siglo XIX, puede muy bien ser un icono ideal de la libertad de expresión. Los europeos se alzaron para defender un principio vital; la libertad de expresión, por brutal que sea lo expresado, conserva un puesto en cualquier democracia.

Asimismo, “Eurabia,” la profecía de un fatal destino islámico para Occidente formulada por Bat Ye’Or, no se está cumpliendo, sencillamente. No hay partidos islámicos que ocupen escaños en los parlamentos europeos, pocas figuras musulmanas aparecen en los más importantes centros de poder político y cultural de Europa y en las instituciones de la Unión Europea, árabes y musulmanas, brillan prácticamente por su ausencia.

Los intentos de los radicales de reclutar y adoctrinar a jóvenes musulmanes europeos no reflejan el inexorable ascenso de influencia islamista –o islámica siquiera– en Europa. Más bien ponen de relieve el feroz deseo de los radicales de influir en una región en la que una mayoría abrumadora de musulmanes aspira a integrarse en el orden establecido, en lugar de desafiarlo.

Lo que de verdad está amenazado en Europa es la comunidad judía. En 2006, el judío francés Ilan Halimi fue secuestrado y torturado brutalmente en un sótano durante tres semanas, a consecuencia de lo cual murió. En 2012, tres colegiales judíos y un rabino fueron asesinados a tiros en Toulouse y, en el pasado mes de abril, un matrimonio judío fue atracado en un suburbio de París, porque, como dijeron los atacantes, “los judíos han de tener dinero” (aunque eso no explica por qué después violaron a la mujer). Un mes después, un yijadista francés atacó el museo judío de Bruselas y dejó a tres personas muertas y una gravemente herida. Unos meses después, una muchedumbre asaltó una sinagoga en París.

Ninguno de esos sucesos desencadenó nada que se pareciera ni remotamente a la indignación  pública de las últimas semanas. Si el asesinato de cuatro judíos en un supermercado kosher de París, perpetrado por un compinche de los atacantes de Charlie Hebdo antes de su captura, hubiera ocurrido en otras circunstancias, podemos dar por sentado que no habría provocado un movimiento generalizado para defender los valores de la República Francesa.

Algunos sostienen que la intensificación de la violencia antisemita en Europa está motivada primordialmente por la difícil situación de los palestinos, pero, según una  encuesta de opinión de 2012, son más los europeos que creen que la violencia contra los judíos se alimenta de actitudes antisemitas muy antiguas y no de un sentimiento antiisraelí.

El islam radical propagó el odio a los judíos mucho antes de que surgiera el sionismo y seguirá haciéndolo después de la creación de un Estado palestino. En vista de ello, no es de extrañar que el aumento del relieve público del extremismo islamista, al  despertar la atención de jóvenes musulmanes frustrados de Europa y otros países, ha espoleado un aumento de la violencia contra los judíos.

Pero el problema tiene raíces más profundas y da la impresión a los judíos de que no tienen futuro en Europa. Una reciente encuesta de opinión de YouGov reveló que un porcentaje importante de las poblaciones francesa y británica abrigan opiniones antisemitas. Otra encuesta, llevada a cabo por el Centro de Investigación de los Prejuicios, de la Universidad de Varsovia, mostró que en 2013 el 63 por ciento, aproximadamente, de los polacos creían que los judíos conspiran para controlar el sistema bancario y los medios de comunicación del mundo.

Las consecuencias de ello, no sólo para los judíos, sino también para Europa en conjunto, son graves. Como señaló Hannah Arendt hace seis decenios, el ascenso del antisemitismo provocó la caída de Europa en el totalitarismo. Al conseguir afianzarse en muchos países los movimientos populistas y extremistas de derecha, el sistema político de Europa –y los valores que lo sostienen– está en peligro.

El Primer Ministro de Francia, Manuel Valls, ha reconocido ese peligro. En un reciente discurso pronunciado en la Asamblea Nacional, que recordó al ataque de Émile Zola a la “ciega estupidez” del odio a los judíos hace casi 120 años, preguntó: “¿Cómo podemos aceptar que en nuestras calles de Francia (…) se oigan gritos de ‘¡Muerte a los judíos!’? (…) ¿Cómo podemos aceptar que personas francesas sean asesinadas por ser judías?” Después advirtió que el renacimiento del antisemitismo en Francia –patente, por ejemplo, en la preocupación provocada por la inclusión del Holocausto en el programa de estudios de la escuela francesa– indica una crisis de la democracia.

Pero Valls sigue siendo el único político europeo que ha puesto de relieve el peligro con el carácter de urgencia que merece. Ya es hora de que sus homólogos den un paso al frente y, al hacerlo, no deben descartar políticas audaces, sin complejos, encaminadas a influir en la política de Israel para con Palestina.

Al mismo tiempo, buscar la solución para un problema que está tan profundamente arraigado en la historia de Europa –y en la del islam–  achacándolo al conflicto palestino-israelí o a jóvenes musulmanes alienados constituye una falacia peligrosa. Para no volver a caer en las garras del miedo, el odio y la política atroz, los europeos deben mirarse detenidamente a sí mismos.

*Shlomo Ben Ami, exministro de Asuntos Exteriores de Israel y actual vicepresidente del Centro Internacional por la Paz de Toledo.

Fuente:project-syndicate.org